La aparición en el universo musical de Iamamiwhoami vino acompañada de una campaña de marketing viral a
través de una serie de vídeos enviados a diversas publicaciones musicales
escalonadamente. El misterio que acompañaba la autoría de los mismos fue
engrandeciéndose como una bola de nieve y creando expectativas de diversa
naturaleza entorno a ese oscurantismo. Tanto, que se llegó a especular con
nombres rocambolescos como Christina
Aguilera detrás del proyecto.
Algunos pensaron que nos encontrábamos ante el enésimo hype
que, ante la crisis que vive la industria discográfica, recurre a estas nuevas
artimañas para llamar la atención. Pero no nos equivoquemos: nos encontramos
ante un proyecto evidentemente audiovisual y de vanguardia, pero en el que
detrás de toda la parafernalia encontramos lo que verdaderamente nos interesa,
canciones que se sustentan por sí mismas.
Una vez que el misterio se vino abajo y supimos que detrás
de Iamamiwhoami se encontraba la cantante
sueca Jonna Lee y el productor Claes Björklund, y después de la publicación on-line del falso directo In concert (10), una nueva serie de singles lanzados con sus correspondientes
videoclips daría lugar a la primera publicación de un disco de estudio, Kin (12).
Kin mantiene la
esencia de lo que hasta ahora es iamamiwhoami,
esto es, una electrónica de raíz independiente -¿alguien todavía utiliza la
etiqueta indietrónica?- que cuenta entre sus mayores logros el de atesorar todo
el conocimiento y tradición del mejor synth-pop de viejos maestros como Depeche Mode con la innovación
estilística que han traído nuevos valores como The knive.
El disco se abre con la comatosa fragilidad de “Sever”, el
reverso electrónico de las texturas vaporosas que nos han ofrecido Sigur Rós con Valtari este mismo año. Sin darnos cuenta, nos acomete de súbito
“Drops”, un trepidante tema de desarrollo nervioso que recuerda los mejores
logros de Lali Puna con una vocación
más grandilocuente. Es el momento más orientado a una hipotética pista de baile
junto al cierre de “Goods”.
A estas alturas ya nos percatamos de estar ante un trabajo
que cuenta con la virtud de resultar compacto a la par que heterogéneo. El
falsete histriónico de Jonna Lee en
“Play”, unido a su producción sofisticada, la convertirían en la diva decadente
de cualquier fiesta en la que no lograra entrar la pulcritud de Jessie Ware.
Hay momentos en que la propuesta de iamamiwhoami se hace relativamente más accesible como con el
electro-pop de “Kill”, pero en ningún momento traiciona su espíritu poseedor de
turbia belleza herida, justo la única justificable en este mundo macilento.
La inquietud blanquecina unida al estilo urbanístico sintético me traen a la cabeza el espíritu de extrañeza que destilaba el libro y la película Déjame entrar, también suecos.
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