Quizá estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren.
(La Elegancia del erizo, Muriel Barbery).
Acabo de terminar de leer La elegancia del erizo de Muriel Barbery (gracias de nuevo por el regalo, M.R.). Hace tiempo que abandoné la manía de primera juventud que hace desconfiar de los bestseller, esa rebeldía teñida de supuesta autenticidad y rigor que lleva a despreciar una obra por el simple hecho de ser más vendida o popular.
Aún así, cada vez que abro un libro, escucho un disco o veo una película donde inevitablemente uno de los reclamos que más se vocea es su poder de convocatoria, su elevado número de fieles, no evito torcer de primeras el gesto. Qué se le va a hacer, por mucho que uno trate de madurar, envejecer en pos del equilibrio, los tics adolescentes e ingenuos por intentar ser distinto o desconfiar de las mayorías siguen teniendo su efecto. Con razón o no, no lo sé. Quizá es una forma como otra cualquier de mantenerse alerta ante aquello que nos llega desde fuera.
El caso está en que no tardé en prenderme de su grácil lectura y de su planteamiento. Obviamente estas reflexiones, como algunas veces indico, no están hechas para confeccionar críticas, desarrollar sinopsis o transmitir el mínimo conocimiento enciclopédico; serían tareas absurdas, infundadas y con resultados mediocres e incompletos: esto son pequeños homenajes a determinadas obras o momentos que enriquecen mi vida aportándome visiones o sensaciones que ayuden a completar circunstancialmente el embudo que soy.
La elegancia del erizo, además, bien podría ser una novela- blog en sí misma, una recopilación de pensamientos, de apreciaciones que se van sucediendo intermitentemente entre su dos protagonistas : una sensible y culta portera viuda cincuentona y una niña de doce años superdotada que vive su particular aislamiento adolescente en el seno de una familia acomodada del mundo político.
Ambas viven en el mismo edificio, el número 7 de la calle Grenolle, una suerte de retablo por el que desfilan diversos monstruos humanos de distinta catadura moral, intelectual y social, marco de fondo que juega a las formas de lo que sería, por poner un ejemplo, el vecindario de la película de Delicatessen sin forzar tanto el histrionismo y la atmósfera malsana que logra Jeunet en el film.
Lo verdaderamente interesante de la novela es el paralelismo antitético que ambas trazan para sobrevivir a un mundo que inevitablemente les es hostil.
En el caso de Renée, la portera, es fascinante el refugio intransferible que se ha creado por sí misma.En él ha desarrollado unas dotes asombrosas para apreciar el arte y el sentido metafísico de la vida; una mujer con un mundo interior exuberante que, sin embargo, debe mantener en celo al estar determinada su existencia por el condicionamiento social en el que se crió al tener un origen humilde que nunca le ha permitido ir más allá de llevar una existencia en apariencia miserable trabajando como portera en un edificio de una zona pudiente de París y siendo esclava de los convencionalismos sociales que desde fuera condenan a una persona de sus características.
Pobre, poco agraciada, sin posibilidades y con el cruel añadido del dolor que todo ello produce en una persona enormemente inteligente, fragua de forma autodidacta un yo maravillosamente florido que debe ocultar para mantener su estatus de persona condenada a la mediocridad, salvo por las curiosas circunstancias y personajes capaces de descubrir tras esa coraza el magma de inquietud, humanidad y amplitud existencial que convergen en ella.
Como contrapunto a una vida construida bajo un búnker en el que resguardar las claves para sobrevivir a un entorno adverso, se encuentra Paloma, la hija menor de un político que se muestra incapaz de encontrar la más mínima dicha en una casa donde el convencionalismo, la neurastenia y la apariencia de tono amable lo copan todo. Su capacidad de ser tan consciente de la gran farsa que le rodea le lleva a elaborar un diario de ideas profundas y movimientos del mundo como balsa de escape para encontrar -o dejar de buscar, según se mire- sentido a la existencia. Para ello, articula certeros dardos ácidos con los que cuestionar tantas cosas como, por otro lado, encontrar pequeños asideros para seguir viviendo. Su encuentro con Renèe sera fundamental para comprender ella misma el constructo que su tierna y lúcida cabeza pergeñaba.
Parafraseando a mi gran amigo B., diré que en La elegancia del erizo lo que verdaderamente importa es el viaje, el trayecto, lejos de finales o planteamientos más o menos conseguidos o epatantes.
Un viaje que se justifica para el lector y la autora en un afán: la búsqueda de la belleza como recurso para trascender al fagocitador gris que nos rodea.
Has enjaretado un escrito de bellas palabras. Todos queremos poner en valor (¡vaya cursilada cool!) algo peculiar que nos distinga. En ese sentido no hay nada nuevo en este infierno llamado capitalismo. Ahora bien, el concepto popular enfrentado al de elite tiene matices varios. Todo es susceptible de ser mera mercancía, hasta nosotros mismos nos convertimos en eso: nos compran, nos vendemos. Sin embargo, cabría decir que popular no debiera ser sinónimo de cutre, pero la mayoría de las veces no es más que eso. Reconozco que huyo de los superventas por convicción, la experiencia me dice que casi siempre he acertado en mi elección. Prefiero los autores malditos, transgresores, rebeldes, auténticos en su radicalidad expresiva no solo formal o estética. En ellos reside otro mundo imposible de crear con los mimbres de la sociedad actual. Por definición, un artículo superventas, a excepción del preservativo, no suele plantear escenarios críticos ni salidas diferentes a las propuestas consabidas de lo política e ideológicamente correcto. Miremos la realidad: adáptate y vencerás o pierde la vida intentándolo (¿el qué? ni puta idea).
ResponderEliminarGran aporte, B. La cuestión a añadir reside en que -en algunas ocasiones- el autor se convierte en superventas sin haber tenido intención de hacerlo al crear su obra. A veces el público es impredecible, aunque la mayoría de las veces es cierto que a mayor popularización, mayor posibilidad de encontrarse con caminos transitados o lugares comunes por mucho que se intenten disimular. Aunque la pregunta sería...¿verdaderamente detrás de todo afán de creación no está el llegar al mayor número de personas posible? Lo que ocurre es que ansiamos o deseamos que la audiencia que congregamos obedezca a nuestros postulados morales, intelectuales o sociales. Una utopía tramposa.
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