miércoles, 10 de octubre de 2012

Los sueños fracturados. Kurt Cobain: About a Son.




Es muy difícil tratar de hacer entender quién fue Kurt Cobain a cualquiera que cuando apareciese Nevermind no tuviera unos 15 o 16 años. Yo tuve la suerte de estar rondando esa edad cuando los medios saturaban día y noche con el "Smells like teen spirit" y la incomprensión adolescente, el desplazamiento y el desarraigo los canalizábamos ante los fulgurantes ojos azules del rubio de pelo lacio.Los inadaptados, los tímidos, los feos, los que no triunfábamos nunca, los que nos considerábamos incomprendidos o los que habíamos crecido en hogares convulsos recibiendo una educación que en casos debíamos aplicarnos nosotros mismos, encontramos una Estrella Polar.

Recuerdo escribir en las mesas del instituto con boli bic el famoso "I hate myself and i want to die", el llevar rebecas de lana de pensionista y chuparme las puntas de las greñas pegajosas por las calles, de ir mirando al suelo siempre cheposo, de comenzar a correr y estamparme contra unos cubos de basura y quedarme sentado encima mirando a la gente que pasaba con media sonrisa de bobo...

Y estas, digamos, salidas de tono adolescentes eran en gran medida producidas por este icono que como niño me creé; y como yo, tantos miles o millones de personas. Lloré su ausencia, juré que nunca más llevaría un atuendo de Nirvana, insultaba a la gente que les conoció con el Unplugged de MTV y odiaba especialmente la camiseta con su cara acompañada de la fecha de su nacimiento y muerte.

E inocente de mí, no me había dado cuenta que yo mismo había contribuido a ese culto, a esa elevación del nihilismo y la mitificación teen. Y ahí radicaba el encanto de esa contradicción realmente, como la que siempre le acompañó a él en vida.

Hoy por fin he visto el documental About a son, basado en las conversaciones mantenidas por Kurt con el periodista Michael Azerrad cara a la publicación del libro Come as you are. No tenía muchas esperanzas, después de fiascos visuales sensacionalistas como ¿Quién mató a Kurt Cobain?, verdadero engendro del que sólo recuerdo los comentarios del loco ese de El Duce o películas con coartada arty de las que huyo como de la peste como Last Days, la cual amigos muy cercanos me han dicho no vea nunca.

Pero hoy, sin darme cuenta, me he topado con el material visual definitivo en materia documental sobre Nirvana, o Kurt Cobain si se prefiere. Por un lado, por el hecho de ser la propia voz de Kurt en primera persona la que va relatando su vida, sus sueños, sus recuerdos, sus frustraciones, sus miedos, sus anhelos, sus contradicciones, sus gustos...

No es cuestión de desvelar episodios importantes, graciosos o conmovedores, pero anécdotas como el hecho de considerarse así mismo un marciano de pequeño y que sus padres terrestres lo hubieran adoptado recogiéndole de una nave, deseando cada noche poder reencontrarse con sus progenitores o salvar a los demás niños alienígenas del planeta, dice mucho acerca del desarraigo que desde niño experimentó con respecto al mundo.

Divertida resulta su fijación por las tortugas cuando adquirió algunas en un terrario enorme en el salón para hacerle compañía como antítesis a lo que supone el afecto abnegado de un perro el cual le incomodaba, o los comentarios sobre las fijaciones que las moscas sentían por él y le llevaron a prácticamente plagar una habitación de cintas atrapamoscas por todo el techo.

También hay momentos para la desolación. Uno siente auténtico pavor cuando le escucha hablar sobre su terribles problemas estomacales y de espalda y como se drogaba para poder paliarlo. Ya conocido, de acuerdo, pero que en boca de Cobain adquiere un dramatismo y crudeza heladoras.

Resulta bonito y emocionante verle hablar de entusiasmo sabiendo que termino sus días en un charco de sangre; de los momentos en que conoció a Courtney, la auténtica bomba de relojería que ambos formaban juntos y tanto le divertía en los comienzos o esos intentos fallidos de encontrar su lugar en el mundo al nacer su hija Frances. Muchos propósitos truncados por el destino y que, al ser conocidos, van clavando una aguja de lana al espectador cada vez que asoman.

No faltan comentarios que van desde el sueño de ser una rock star hasta el descalabro completo de la merienda de negros en que el sensacionalismo periodístico convirtió su posición. Y el violento odio que descarga de su boca hacia ellos. El respeto y la comprensión que tuvo por sus compañeros de banda, mutuo siempre, aflora a lo largo de sus exposiciones, incluso en el final de su carrera donde ya no albergaba ninguna ilusión por seguir al frente de Nirvana.

Destacar también la elegancia, buen gusto y sutilidad con que está tratado el apartado visual, utilizando siempre imágenes acordes con lo que el desarrollo estrictamente cronológico en boca del protagonista, algunas bastante evocadoras que suelen ir acompañadas de las partes musicales compuestas para el film por Steve Fisk y Benjamin Gibbard (DCFC), pasajes instrumentales de belleza introspectiva inmaculada.

Quería compartir esta experiencia de haberme encontrado esta tarde con un icono de mis primeros años de desencanto con el mundo y rendir homenaje a una banda única, no tanto estrictamente por lo musical, que no inventó nada nuevo -aunque mejoró el legado de muchas otras-, sino por expresar la lucha contra aquello que nos zarandea violentamente en esta vida; en palabras del propio Cobain, la lucha entre el bien y el mal no desde una perspectiva moralista, sino como la denuncia hacia aquellos que actúan con violencia en cualquier sentido a lo largo de su vida para joder al resto.

Gracias, Kunos.


Interpretación en la presentación de In Utero del tema "Radio Friendly Unit Shifter", muy probablemente al poco de terminar este conjunto de entrevistas que acompañan el film. La intensidad, el desangre sónico y la absoluta falta de decoro en la interpretación, son claros indicadores de la bilis que acompañaba a Kurt en la última etapa de la banda. Recomiendo completo este asombroso concierto descarnadísimo.


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