El pesado aroma que sucede a la pasión impregnaba el cuarto. Tumbados sobre la cama a oscuras y en silencio aguardaban la llegada del fin del mundo; Así semana tras semana, hasta comprobar por ellos mismos que nadie muere en domingo.
Mostrando entradas con la etiqueta Cine. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cine. Mostrar todas las entradas
lunes, 28 de octubre de 2019
Grandes bandas sonoras olvidadas de los 90. (Talk to Him podcast).
El mes anterior en Talk to Him hicimos un repaso por las mejores bandas sonoras del cine de los 90. Y nos quedamos con muchas de ellas en el tintero. Tuvimos que dejar fuera a algunas gloriosas no tan conocidas, por lo que la azotea sonora vuelve a recuperar las bandas sonoras de la época, recordando algunas no tan reivindicadas y que han caído injustamente en el olvido o, incluso, ni siquiera han sido consideradas nunca como todo lo grandes que son. Agarraos porque la selección de canciones es realmente espectacular. Un no parar de temazos -en su mayoría inéditos- de algunas de las mejores bandas del rock alternativo y la electrónica noventeras. Cámara, ¡Acción!
Etiquetas:
bandas sonoras,
Cine,
cine de los 90,
podcast de musica,
radio,
talk to him
sábado, 21 de septiembre de 2019
Las mejores bandas sonoras del cine de los 90. (Talk to Him Podcast).
Si bien el cine de aquella década ha podido envejecer no muy bien a nivel visual, fue entonces cuando los más grandes grupos de rock alternativo, electrónica y hip-hop del momento copaban gran parte de los estrenos cinematográficos. Un top15 muy personal en el que Him irá recordando algunas de esas bandas sonoras inmortales y unas películas que ¿por qué no? en muchos casos valdrá la pena revisar o conocer. ¿Estarán vuestras preferidas entre ellas? Podéis escucharlo desde aquí en Ivoox y Spotify.
Como plus, os dejamos tres grandes videoclips referidos a este repaso por las mejores bandas sonoras del cine novetero.
Helmet para la banda sonora de The Crow.
Nine Inch Nails para la banda sonora de Lost Highway.
Marilyn Manson & Sneakers Pimps para la banda sonora de Spawn.
Etiquetas:
bandas sonoras,
Cine,
cine de los 90,
corazon salvaje,
David Lynch,
helmet,
jackie brown,
lost highway,
marilyn manson,
musica,
nine inch nails,
podcast,
radio,
spawn,
talk to him,
the crow,
the matrix
jueves, 13 de junio de 2013
Thomas Vinterberg: Vertebrando el destrozo de la vida.
Sea como fuere, el caso es que prefiero guiarme por mi instinto y chocar de bruces con las obras referenciales de un autor para ir más adelante deshojando su cuerpo creativo en una dirección y profundidad concretas. Esta introducción viene dada por el hecho de que el protagonista de mi artículo semanal es un director de cine del que he disfrutado tres películas las cuales merecen en mi opinión el calificativo de prodigiosas. Me refiero a Thomas Vinterberg.
Me parece algo sobado determinar la obra de un autor por su procedencia geográfica, pero en el caso de ser países que no asociamos de primeras a una determinada parcela artística, nos resulta harto difícil obviar este dato. En el caso de Vinterberg hablamos de Dinamarca. Sin duda el director danés más reconocido con el permiso del excesivo y, para mí, imprescindible Lars Von Trier. No es momento de centrarse en la obra de este último -irregular en ocasiones, pero siempre interesante cuando no del todo necesaria- pero sí es preciso señalar algunas coincidencias entre ambos.
Más allá de ser dos de los co-fundadores del polémico manifiesto Dogma, maniobra que no deja de ser una gamberrada con marchamo artístico a la que todas las personas con inquietudes en algún momento de nuestra vida damos rienda de una forma u otra, tienen en común un tratamiento singular en lo que se refiere a la manera de interiorizar y canalizar los efectos de las experiencias vividas a lo largo de la existencia. Bien es cierto que cada uno es distinto: Vinterberg exteriorizándolas a través de su denuncia y Von Trier interiorizándolas a través del dolorismo.
Aún recuerdo cuando un gran amigo me dejó hace muchos años la cinta de vídeo de Festen (Celebración). No pensaba entonces, por mucho que me la recomendara fehacientemente, que se convertiría en una de mis películas preferidas sin discusión. Pocas veces he visto un golpe más certero y profundo a una institución en exceso reivindicada e incluso beatificada como única unidad de convivencia respetable moralmente por los más integristas. Me refiero a la familia.
Un película valiente, desmitificadora, cáustica y terriblemente necesaria para aquellos que consideramos que la familia no la eliges, sino que te toca en suerte y que el cariño, la admiración o la lealtad que supuestamente debemos hacia ella no son más que meros formalismos que han de sucumbir ante la realidad de las cosas.
Reconozco que ninguna de sus otras dos grandes obras están a la altura, como casi ninguna película que haya visto desde entonces por otro lado. Fueron muchos los años en que no reparé en otra película suya hasta encontrarme hace tres con la genialidad de Submarino. De nuevo el trauma familiar es el punto de partida en un film protagonizado por dos hermanos separados que llevan ambos la vida al límite en una espiral de excesos y carencias. Un drama en torno al afecto, la soledad y los asideros imposibles para aferrarse a un mundo que no regala nada.
Para algunos, quizá esta cinta adolezca de cierto tremendismo, pero para mi en absoluto. Su descarnada visión entronca con la de otras cintas de las que ya hablé puntualmente como Contra la pared de Fatih Akin o Incendios de Denis Villeneuve, ardientes y desbocadas, destinadas a aquellos que sentimos de una forma kamikaze.
Y llegamos finalmente al motivo por el que me he decidido a escribir este artículo. Esta misma semana visualicé su última película The Hunt (La Caza) y no pude menos que quedarme boquiabierto una vez más. De nuevo un problema subterráneo el protagonista, los complejos y los abusos ya hacían acto de presencia en Celebración y ahora lo hacen con una cara totalmente distinta, a través de un tratamiento muy poco visto en el cine para afrontar los abusos infantiles partiendo de la premisa de que "los niños nunca mienten".
El ritmo de aquello que reside oculto o distorsionado es el motor de una obra que otra vez hace hincapié como su anterior filmografía en las consecuencias devastadoras que esto genera. Una reflexión acerca de la confianza, la duda y, sobre todo, el esfuerzo de intentar construirse por dentro desde la destrucción de los cimientos que viene infligida desde fuera. Como apunte mencionaré que su plano último construye uno de los finales más conseguidos y demoledores en su monstruosa metáfora que han visto mis ojos.
Y hasta aquí mi tributo a un director soberbio, de los que demuestran que el arte nos ayuda a construirnos como personas. Ahí es nada.
Etiquetas:
Celebracion,
Cine,
dogma,
Festen,
La Caza,
Lars Von Trier,
reflexiones,
Submarino,
The Hunt,
Thomas Vinterberg
jueves, 16 de mayo de 2013
Joe Hisaishi: La orquesta que contienen mis latidos.
El caso es que lo menciono porque fruto de esta experiencia, decidí dedicar la entrada del blog esta semana al máximo artífice de la mayoría de bandas sonoras realizadas para el estudio de animación -y más concretamente para Hayao Miyazaki-, el genial compositor Joe Hisaishi.
Todos los referentes culturales que nos vienen del Lejano Oriente son decodificados desde nuestra perspectiva occidental como construcciones distorsionadas, misteriosas y exóticas; para entendernos, me refiero a esas consecuencias de lo que se ha dado en llamar a lo largo de los siglos "orientalismo". Pues bien, al igual que no nos cuesta reconocer con los pies en el suelo a figuras consagradas como John Williams, Ennio Morricone, Howard Shore o Danny Elfman, la mera disposición a dejarnos llevar por un viaje a las entrañas creadoras y evocadoras del genio japonés, poco menos que nos impulsan a un estado superior de solemnidad honorable y abiertamente posicionado como algo ajeno y magnético a la par.
Me resulta especialmente difícil hablar de sus maravillosas aportaciones a la filmografía de figuras como Hayao Miyazaki o Takeshi Kitano, puesto que las bandas sonoras que acompañan multitud de películas tatuadas en la memoria irreductible de mis entrañas van asociadas en algunos casos a la emoción que destilan los trabajos cinematográficos, si bien el poder, la sensibilidad, la rotundidad no reñida con la delicadeza y la inteligencia de sus composiciones trasciende en no pocas ocasiones las fronteras del séptimo arte para convertirse en epopeyas sonoras en las que es un placer sumergirse en simbiosis integral con nuestra esencia corpórea y espiritual.
Este maestro del piano y del violín, ha sido el autor de una de mis referencias esenciales en el cine no sólo de animación, sino de todo el que me ha dejado huella. Me refiero a Nausicaä del Valle del Viento (ver aquí entrada sobre la película), un canto ecológico de lirismo apasionado que en su vertiente musical alcanza las mayores cotas de emoción pura destilada en lágrimas y escalofríos.
Un trabajo primerizo que le convirtió ya en todo un titán. Su colaboraciones con Hayao Miyazaki han seguido siendo fundamentales y de hecho han completado la totalidad de periplo fílmico del creador de Mi vecino Totoro. Entre sus grandes logros, no puedo dejar pasar otros dos trabajos fundamentales: por un lado, el de la sutilidad y la sensibilidad mostradas en Porco Rosso y, por otro, el de la ampulosidad arrebatadoramente hermosa de La Princesa Mononoke.
Fundamental resulta el visionado de los tres megalómanos conciertos que Joe Hisaishi dirigió para celebrar los veinticinco años de vida del Estudio Ghibli en el estadio Budokan. 1000 personas compartiendo escenario con el compositor, entre 200 músicos y 800 voces haciendo coros. El despliegue -incluyendo una banda de marcha durante los temas pertenecientes a El castillo en el cielo- resulta asombroso, y la sensibilidad y el cuidado con que se repasan las distintas proyecciones de películas acompañadas de sus temas, fundamentales. El resultado eriza la piel aún viéndolo a través de la pequeña pantalla. Memorable.
Uno de los conciertos en Budokan 25 Aniversario Estudio Ghibli íntegro.
Si bien estos lances son los más imperecederos del japonés, no quiero dejar pasar determinadas perlas que completan mi visión apasionada sobre este maestro. En primer lugar, quiero hablar de dos bandas sonoras realizadas para el inquietante Takeshi Kitano.
El viaje de Kikujiro es una de mis cintas preferidas y la capacidad que tiene su historia para sacarme las lágrimas y las sonrisas en escasos minutos la convierten en un artefacto maravilloso y complejo a través de su propia sencillez. Y, cómo no, el aporte de Hisaishi es esa guinda final que te hace palpitar inconscientemente al son de su trazo gentil. De menor trascendencia fílmica sería Hana-Bi (Flores de fuego), si bien su recuerdo siempre me asalta e inquieta sobre todo a través de la perfilada línea de expresión que marca de nuevo el trabajo musical.
Y, ya finalmente, destacar una épica película ganadora de un Oscar. Me refiero a la grandiosidad a flor de piel de Despedidas, dirigida por Yōjirō Takita, en la que el propio protagonismo que tiene la música en el desarrollo del film eleva aún más las virtudes de una obra imperecedera en los corazones que la hayan descubierto como yo tuve la suerte de hacer a través del regalo de un gran amigo.
Y hasta aquí el repaso sentido a la figura musical que, junto a los no menos indispensables Mono, más notas han ido dejando colgadas de las arterias que insuflan sangre hasta mi corazón desde la tierra del sol naciente.
Un bello montaje de jardines exóticos orientales con el tema principal de El verano de Kikujiro.
Etiquetas:
bandas sonoras,
Cine,
departures,
ghibli,
Joe Hisaishi,
Kitano,
Miyazaki,
música,
takita
miércoles, 1 de mayo de 2013
Los corazones silenciosos: el cine de Cesc Gay.
Creo que vivimos en un mundo en el que más que nunca estamos rodeados de estímulos comunicativos a través de los miles de canales de información que ha traído la existencia de internet y, más aún, tras la existencia de las llamadas redes sociales.
Sin embargo, considero que el ser humano nunca ha dicho tan poco de sí mismo hablando tanto; o si se prefiere, nunca se ha banalizado tanto la comunicación; Ésta se ha convertido en un nuevo medio de consumo rápido, inconsistente, intrascendente y esclava de una saturación tan abúlica como olvidable. En resumidas cuentas, estamos presos de una soledad compartida global.
En este entorno, me resulta interesante como las distintas personas filtran sus emociones y sentimientos de una forma tan trivial, desacomplejada y fútil, como la trascendencia que debiera albergar aquello que nos da el aliento cotidiano para mejorar nuestra existencia se convierte en algo tan vulgar y expuesto.
En este entorno tan difícil de asimilar para mi persona, surge por contra el cine de Cesc Gay, un director que como pocos juega con los engranajes que contienen todo el magma interno que nos atora y que demanda reventar a pesar de nuestros mecanismos de autodefensa. Hoy mi artículo es un homenaje a su cine y las constantes que en él emplea.
Recuerdo que mi primer acercamiento a su obra, no me satisfizo mucho. Se trataba de una obra acerca de la pujanza adolescente y la amistad, del despertar iniciático en el sexo, los coqueteos homosexuales como plataforma hacia la definición de uno mismo, las primeras decepciones, etc. La verdad es que no dejó ningún poso en mí. Me refiero a Krámpack, que a lo más que aspira es a recordarse como la expresión que utilizaban los protagonistas masculinos para masturbarse mutuamente.
Quedaba mucho talento por demostrarse y perfilar la que sería su constante ejemplarmente dibujada a través de tres películas que pasaré a analizar: En la ciudad, Ficción y Una pistola en cada mano: todas maravillosas, sutiles y reflexivas sin resultar pedantes o ambiciosas en exceso, cosa que se agradece en tiempos donde la mayoría de los artistas luchan por trascender montando, a veces, edificios de vacuidad insultante.
En la ciudad (2003), es sin lugar a dudas su gran obra. Hermoso escenario coral que analiza con fino bisturí las inquietudes subterráneas de la burguesía barcelonesa. Como madrileño, siempre me ha fascinado la pátina moderna, europea e idealizada que siempre nos han transmitido al hablar sobre Barcelona a los que no somos oriundos de allí.
En mis viajes a la ciudad condal, he quedado prendado de sus calles, de su atmósferas y del hecho consumado de que los transeúntes cuando pasean por sus calles, no se paran a mirar a nadie, van inmersos en sus propias vidas. Madrid es castellana, caótica, visceral sin evitar ese ramalazo vulgar, pero a la vez tan veraz: no importa tanto perder las formas, salirse del guión y resultar grotesco en su justa medida.
Y en eso consiste En la ciudad, en las vivencias cotidianas de un grupo de amigos tan reconocibles en su vínculo como desconocidos en sus interioridades devastadoras y sordas. Al igual que ocurre con Woody Allen o Mike Leigh, el cine de Cesc Gay se construye a través de diálogos elaborados que consiguen aunar naturalidad con golpes bajos -en ningún momento exagerados gracias a la contención burguesa que tan bien dibuja- aportando una visión entre patética y lastimosa del ser humano civilizado.
Ficción (2006), la segunda elegida de esta recopilación, se centra más en lo particular. Una película pequeñita que centra mucho más el mensaje en lo concreto, en un protagonista, el siempre maravilloso en todas Eduard Fernández, uno de mis actores predilectos, que encarna a un director de cine con una vida hecha en torno a su familia que se enamora de una mujer, la actriz Montse Germán, durante un retiro en busca de inspiración para terminar un guión.
Es curioso como esa cadena ideada es un proceso en sí mismo lineal que sufre la persona al experimentar dentro de ella un determinado estímulo que hace zozobrar su nave: primero, la vergüenza al sentirlo; después, el aleccionamiento por desarrollarlo y, finalmente, la necesidad de hacerlo supurar y limpiarlo. Un "psicologismo" sencillo, real e identificativo por cualquier espectador con un mínimo de hambre por vivir.
Decía que Una pistola en cada mano (12) era el eslabón de la confesión. Y, dentro del papel que juega cada uno en esa cadena, todos resultan sobradamente identificables con el realizador.
El pudor y la represión se rompen por fin para dejar patente la situación entre ridícula y grotesca generada por las pequeñas grandes tragedias cotidianas que esta vida nos depara. La capacidad de empatizar e identificarse el público con alguna de los muchas disfunciones existenciales que dispara el director es una vez más notable. Especialmente certera resulta esta vez la visión del género masculino, en exceso quizá caricaturizado, pero no exento de la verdad que más escuece y desenmascara sus flaquezas.
Y hasta aquí mi homenaje al cine de Cesc Gay, una persona que describe la carcoma invisible con visión Rayos-X; la cobardía, el acomodamiento, la decepción y el fracaso llevados con la dignidad que el moderno y seductor entorno urbanita maquilla, pero no erradica, como ocurre con las arrugas que nuestra piel regala sin piedad.
Etiquetas:
barcelona,
cesc gay,
Cine,
eduard fernandez,
en la ciudad,
ficcion,
krampack,
pudor,
reflexiones,
represión,
una pistola en cada mano
miércoles, 17 de abril de 2013
Tú y yo contra el mundo: diez romances disfuncionales de la historia del cine.
La idea de formar con alguien a quien amas una alianza intransferible, vertiginosa e indisoluble -en la única perspectiva capaz que es la del instante- en oposición a un entorno incomprensible, huraño y decadente como lo es el mundo, es una sensación que me subyuga irremediablemente y continúa siendo la temática que más logra conmoverme delante de la pantalla: desde hace mucho tiempo es un concepto que defino como "Tú y yo contra el mundo".
En este artículo para el blog quisiera hacer un homenaje a algunos títulos que marcaron mi ser presentando relaciones curiosas llevadas por seres humanos, cada una a su manera, al límite de sus posibilidades pero que, irremediablemente, estaban destinados a encontrarse.
Esa predestinación que conlleva al encuentro, esa forma en que el amor se reencarna una y otra vez aún a expensas de saber que la erosión puede desembocar en el fracaso, es el leitmotiv de una película a la que quiero hacer mención especial antes de este repaso y que supone para el que escribe el significado más puro y hermoso del amor: Olvídate de mí (2004, Michel Gondry), el equivalente fílmico a la canción "Better Man" de Pearl Jam.
Por mucho que imaginemos otras vidas, por mucho que la rutina cada vez dibuje menos sorpresa y curiosidad, la naturaleza del amor llevaría a que, pese a terminar fracturado, si volviésemos a conocer a la persona que nos enamoró y cambió nuestra existencia, volveríamos a repetir el error que sin embargo es virtud: la virtud de dar sentido a la existencia.
El fantasma y la señora Muir (1947, Joseph L. Mankiewicz).
El arranque del film sitúa a una mujer que acaba de enviudar instalándose en una nueva casa junto al mar con su hija pequeña para lograr superar la muerte de su marido y comenzar con otra vida. En esa mansión habita el espíritu de un marinero fallecido que se le aparece en principio de forma hostil y poco a poco evidencia mayores signos de afinidad hasta que, súbitamente y debido a determinados acontecimientos, la aparición cesa de visitar a la protagonista.
Lo verdaderamente maravilloso es la forma en que se desarrolla el argumento, evitando la frontalidad simple de una relación fantasma-ser humano, sino que la enriquece a través de detalles que engrandecen la trama como la aparición de un hombre del que se enamora equivocadamente la actriz Gene Tierney o la emocionante plasmación del propio paso del tiempo inexorable hasta el fin de sus días en este mundo.
Inevitablemente, debo obviar aspectos de la trama para preservar la esencia de estas películas, pero sí apuntar que la maestría con que es llevada la película la hace evitar la obviedad y la previsibilidad.
Carta de una desconocida (1948, Max Ophüls).
La película se desarrolla a partir de una carta que le envía justo antes de morir una antigua amante a un prestigioso pianista austriaco a la cual él no recuerda, pero que dejó una huella imborrable en ella hasta el fin de sus días.
Siempre he llevado un poco mal en los grandes clásicos del cine que, pese a su impoluta factura, los guiones no llevaran hasta las últimas consecuencias sus posicionamientos. En este caso no es así. Una película de amor, o desamor mejor dicho, dura, cruel, sin ningún tipo de remilgo o licencia a favor de salvar el fracaso. Un fracaso que se palpa desde el inicio, sin ocultar sus cartas, frontal, valiente y sereno. Pocas veces la fatalidad afectiva ha dolido tanto y pocas veces alguna actriz como en este caso la maravillosa Joan Fontaine la ha llevado tan honorablemente.
Toda la parte inicial la tengo grabada a fuego en mi corazón y significa una de mis películas preferidas de primera juventud. Esa forma en que el raro, el solitario, el personaje ensimismado en su ridículo mundo para los ajenos que es Christian Slater encuentra el amor de su vida en Patricia Arquette aún me emociona como el primer día. Ella en principio no es más que una prostituta contratada para su cumpleaños por un amigo, pero de ese vínculo tan efímero y débil surge una pasión arrebatadora que les impulsa a inventar una nueva vida dejando ambos todo el lastre que les impide ser ellos mismos.
De nuevo un amor que surge por casualidad y también por conveniencia entre dos personas al límite, en este caso dos suicidas frustrados, cada uno por sus propios infiernos, bien por los excesos en el caso de Birol Ünel, bien por las barreras de crecimiento personal que la tradición musulmana ha impuesto en ella, la hermosa Sibel Kekilli.
Castaway on the moon (2009, Lee Hae-Joon).
Una cinta repleta de pequeños detalles hermosos, de guiños visuales mágicos, un clásico de esos que no envejecen porque en su crueldad y en su forma de exponer los roles resulta no sólo vigente, sino universal. No hablo de arquetipos hombre/mujer, pero sí que más que nunca salen a relucir las virtudes y flaquezas de cada género, tan necesitado y a la vez tan distinto el uno del otro. Inteligente, emocionante y eterna.
Tú y yo (1957, Leo McCarey).
Debo decir en primer lugar que no he visionado el original de 1.939 en blanco y negro dirigido también por Leo McCarey y que fue esta la película que me sedujo por primera vez en elevar la casualidad a esa dimensión casi mágica como lo hacen en otro ámbito las novelas de Paul Auster.
Otros hablarán aquí del posterior remake libre que fue Algo para recordar con Meg Ryan y Tom Hanks y los más indies se desvivirán por las epopeyas de Antes del amanecer y Antes del atardecer, pero yo, me lo van a permitir, me bajo en esta estación al corazón de Nueva York.
La cinta juega con ese fuego devastador que arde dentro de nosotros ante la atracción que surge de repente sin buscarla y que además duele especialmente si las personas que la viven tienen ya cada uno una relación solidificada. Una historia clásica que además todos los que nos consideremos seres vivientes y sensibles hemos experimentado para bien o para mal alguna vez. El gentleman por antonomasia Cary Grant y la elegante Deborah Kerr, comprometidos ambos previamente, nos transportan en su trompicada historia de amor imposible surgido a bordo de un transatlántico y que, si todo marcha según lo previsto, debiera concretarse meses después, si ambos aún se sienten fatalmente enamorados, en el Empire State Building.
Bonnie & Clyde (1967, Arthur Penn).
Un auténtico clásico llevado hasta el más puro final por esta pareja de delincuentes. La influencia que ha tenido sobre posteriores films es absolutamente evidente, y, en mi caso personal, engarza con un subgénero dentro de esta compilación como lo son las road movies que llevan detrás un romance en combustión. Posteriormente hablaré de otras dos dentro de las muchas que hay y otras dolorosamente dejo fuera como mi fetiche Corazón salvaje del genio David Lynch.
Con una imagen aparentemente amable y desenfadada, la cinta nos presenta una historia que narra un amor unido en la misión de favorecer a los necesitados y humillar a las autoridad con un telón de fondo que es la gran depresión norteamericana. Sus atractivos protagonistas, Warren Beatty y Faye Dunaway, no obstante tienen que lidiar con problemas en su relación que se insinúan inteligentemente y que aportan a la película cierta atmósfera enrarecida como la velada impotencia sexual del personaje masculino, entre divertida y grotesca.
Otro gran punto a favor es la manera en que la película no se amilana en ningún momento y concluye como sólo pueden hacerlo las bombas de relojería. Y hasta aquí puedo escribir.
Amor a quemarropa (1993, Tony Scott).
De nuevo una suerte de road movie con el acelerador de un amor trepidante, casual y que destila mucho hambre por querer al otro. Una de las influencias de las que hablaba anteriormente, si bien los motivos que llevan a la pareja a tomar la carretera es huir de su pasado.
Toda la parte inicial la tengo grabada a fuego en mi corazón y significa una de mis películas preferidas de primera juventud. Esa forma en que el raro, el solitario, el personaje ensimismado en su ridículo mundo para los ajenos que es Christian Slater encuentra el amor de su vida en Patricia Arquette aún me emociona como el primer día. Ella en principio no es más que una prostituta contratada para su cumpleaños por un amigo, pero de ese vínculo tan efímero y débil surge una pasión arrebatadora que les impulsa a inventar una nueva vida dejando ambos todo el lastre que les impide ser ellos mismos.
Un hito noventero con un guión trepidante de Quentin Tarantino, una banda sonora adorable y miles de momentos para la posteridad como la conversación en la cafetería, la salida del cine, la llegada a la tienda de cómics donde trabaja el protagonista, la escena en la azotea...y todo esto son sólo los primeros treinta minutos.
Asesinos Natos (1994, Oliver Stone).
Posiblemente entre mis películas favoritas de todos los tiempos. Un binomio magistral que aúna pasión desbordante entre una pareja de psicópatas asesinos en serie y una crítica bestial a los medios de comunicación y la cultura de la imagen. De nuevo, una road movie.
Dos personajes perdidos, maniáticos e incomprendidos que encuentran en su vínculo afectivo y en su única vocación posible, la de matar este mundo hostil, su razón de ser. Pero no es sólo una oda a la violencia: en su forma de decodificar la realidad hay lugar al amor, a encuentros con la esencia del mundo como el que tienen con el indio en el desierto o a criticar una sociedad que por entonces ya rendía culto a los medios de comunicación masivos -eso aún casi sin internet- capaz de crear ídolos a cualquier precio en pos de las audiencias.
Aunque el papel de Oliver Stone manipulando una historia de Tarantino haya sido criticado, bajo mi punto de vista consigue convertir su película en una anti-película para denunciar precisamente la bajeza moral, el culto a la imagen estrambótica y al morbo. Su función es destruir el producto final para crear un collage emocionante, incómodo, nervioso, trasgresor y con mucha alma.
My sassy girl (2001, Kwak Jae-young).
Detrás de una amable comedia romántica adolescente delirante con esa gracia y sentido estético tan cuidado y moderno en el mejor de los sentidos que ha adoptado la industria surcoreana en el cine, My sassy girl es otra película preciosa donde la casualidad vuelve a convertirse en el cénit de la historia.
Su tono desenfadado y su humor rebosante de espinillas va mutando a lo largo del film hasta recavar en detalles que juegan certeramente con la sensibilidad del espectador y dotan al metraje de guiños trascendentales y poéticos que terminan por armar un emotivo cuadro.
Basado en historias anónimas que un joven escribía en internet, nunca la pregunta amenazante "¿Quieres morir?" tuvo mayor carga afectiva. Una comedia juvenil para quien no le gusten las comedias juveniles. Hermosa y bizarra a la par.
Basado en historias anónimas que un joven escribía en internet, nunca la pregunta amenazante "¿Quieres morir?" tuvo mayor carga afectiva. Una comedia juvenil para quien no le gusten las comedias juveniles. Hermosa y bizarra a la par.
Contra la pared (2004, Fatih Akin).
Una película henchida de emoción desbordante, de pasión, de fatalidad, de resignación, de invencibilidad y de intensidad. Me atrevería a decir que no he visto un retablo mayor de sensaciones distintas en el caleidoscopio del amor que en esta cinta.
De nuevo un amor que surge por casualidad y también por conveniencia entre dos personas al límite, en este caso dos suicidas frustrados, cada uno por sus propios infiernos, bien por los excesos en el caso de Birol Ünel, bien por las barreras de crecimiento personal que la tradición musulmana ha impuesto en ella, la hermosa Sibel Kekilli.
Una flamígera historia donde el amor juega a esconderse detrás del infortunio y de mil embustes más pero que logra reventar a través de su poder incorruptible. Cauterizador retrato de las caras del amor, de su evolución y transformación camaleónica que sólo exuda verdad y valentía.
La chica que saltaba a través del tiempo (2006, Mamoru Hosoda).
No podía faltar en este repaso una referencia de anime, género dotado de una capacidad absoluta para conmover a través de sus historias imaginativas y sencillas -o complejas- a la par. En este caso se trata de una cinta emotiva donde ciencia ficción, amor adolescente y fatalidad -o esperanza, según se mire- se mezclan a la perfección.
Una chica recibe repentinamente el don de poder retroceder en el tiempo y con ello modificar la realidad a su antojo reiterando situaciones, intentando cambiarlas, etc. El uso en apariencia inocente que hace de esta cualidad esconde un reverso perceptible a su debido tiempo.
Tras una historia inocente de relaciones de instituto se oculta una trágica historia que se desvelará en la segunda parte del film y que deslumbra por su intensidad y abnegación. Evidentemente, exige no ser desvelada y la vuelta de tuerca, ese cambio de registro es el que desarma y deja al espectador en un mar de lágrimas. Otra historia de amor imposible y cercano a la vez, como dos líneas paralelas que discurren casi juntas y nunca llegan a tocarse.
Doloroso me resulta, por cierto, dentro del género de anime dejar fuera de esta selección el maravilloso universo de Makoto Shinkai al que ya dediqué un monográfico. (Leer aquí).
Castaway on the moon es un revisión contemporánea de Robinson Crusoe que tiene como finalidad básica retratar las enfermedades modernas más extendidas: el aislamiento, la incomunicación y la soledad. Lo maravilloso es que la película aporta el único remedio posible a estos males infectos: los estímulos necesarios para crearse una realidad propia intransferible en la que sobrevivir a los sinsabores demoledores de una sociedad antropófaga.
El hecho de que el náufrago social, el excluido lo sea a tan sólo unos metros de su propio ecosistema -él- o fruto de un terror patológico extremo al mundo desde su interior -ella- dota a este cuento de una consistencia extrema y consigue transmitirnos una empatía limpia hacia los dos protagonistas, a la deriva tanto dentro como fuera del sistema.
La esperanza construida desde el desarraigo a través de un exuberante microuniverso hacia el sueño imposible de encontrar un igual en una vida repleta de desconocidos habituales.
Y hasta aquí este repaso a diversas postales que han inmortalizado el amor fuera de parámetros convencionales. Seguro que cada uno tiene la suyas propias; y lo fundamental: espero que todo el mundo las haya conseguido recrear en carne y hueso a su lado.
Etiquetas:
amor,
an affair to remember,
bonnie and clyde,
castaway on the moon,
chica que saltaba a traves del tiempo,
Cine,
contra la pared,
Miss Muir carta a una desconocida,
my sassy girl,
romance,
true romance
jueves, 4 de abril de 2013
Ese trauma llamado España: El cine y la dictadura española.
Reflexionando sobre ello, consideré que era buen momento para enlazar ese desencanto generalizado que nos aflige con otra etapa triste y desalentadora de la reciente historia española. Me estoy refiriendo a los cuarenta años de dictadura que sufrió mi país. Una etapa en la que, como con todo régimen totalitario que se precie, se intentaba ensalzar el patriotismo, buscar siempre crear empleo como único burdo estandarte de progreso, cosificar a la mujer sin que fuera consciente y adoctrinar desde la escuela a los más pequeños.
Por supuesto que ante estos acontecimientos surgieron mentes y conciencias que lucharon frente a los abusos y manipulaciones, que desde su parcela abogaron por la denuncia de estos hechos y por la incapacidad de hacer uso de la libertad de expresión. En el caso del cine, un elemento de esencia propagandística unida al carácter lúdico, lógicamente también.
Frente a las películas aparentemente sólo "de risa" como las llamaban nuestros padres que, por desgracia, mucha gente a día de hoy aún consume y es incapaz de leer entre líneas la abominable defensa que hacen del machismo, la explotación obrera o la defensa de la familia como única unidad social respetable; esas que buscaban una evasión inconsciente mientras la gran bestia fascista solidificaba su edificio totalitario, surgió un conjunto de cineastas y obras capaces de una forma u otra eludir el primitivo y bruto escollo de la censura para denunciar la situación que vivía un país.
Hoy mi entrada es un homenaje a todos esos genios del cine que lucharon por ello sin escatimar ni su visión, ni la calidad cinematográfica intrínseca en su obra. Esto no pretende ser ningún artículo exhaustivo de análisis de filmografías, más bien una descripción de los males que acuciaban un país y las distintas perspectivas desde las que eran puestos en evidencia por cada autor.
Quizá convendría hablar en primer lugar del genio Luis Buñuel, gran artífice del verdadero surrealismo cinematográfico del que tantos directores contemporáneos han bebido, y no por ello, desligado de la dura realidad en que vivía la sociedad de su tiempo.
Antes incluso de la Guerra Civil y de su posterior exilio a México y Francia, Buñuel ya retrató varios de los males que acuciaban a España: por un lado la pobreza sin medida de algunas regiones expuesta crudamente en su cortometraje Las Hurdes, ese retablo de la España ahogada en su pasado agrario y su falta de oportunidades que, por desgracia, a día de hoy sigue cobrando vigencia. Un tema, el de la pobreza y la exclusión infantil, que desarrollará posteriormente en Los Olvidados ya en su etapa mexicana.
Otra constante de su cine es la crítica feroz a la institución eclesiástica sin ningún tipo de piedad -de él es la famosa frase "soy ateo, gracias a Dios"-.El director aragonés lo hizo bien desde una perspectiva extremamente ácida y lisérgica con una de mis grandes debilidades, La Edad de Oro; bien a través de dramas psicológicos soberbiamente armados como El ángel exterminador -que también es mucho más, sobre todo la metáfora del encerramiento que sufre un país frente a un mundo que avanza, cambia y evoluciona- con ese plano final elocuente, o bien a través de desbarres atrevidos y rabiosamente modernos como Simón del desierto poseedor de uno de los finales más desarmantes jamás visto.
Resulta flagrante también el papel que sufrió la mujer en esta etapa como dije anteriormente, cosificada en pos de su rol sexual, su papel servil frente al marido y la agria idea inculcada de que lo que se denominaba "sus labores" era la forma en que debieran realizarse "como Dios manda". La mujer convertida en una posesión. Sin más. De eso tratan películas como Él de Buñuel y, para continuar avanzando, eso me lleva a centrarme en otro gran genio de la época Juan Antonio Bardem.
Recuerdo lo mucho que mi madre y mi tía, muy cinéfilas de la época, valoraban la película Calle Mayor. Ellas, que se criaron y tuvieron sus primeras salidas con chicos en una ciudad de provincias como Segovia es inevitable que se vieran identificadas con el retrato que hace de ese tipo de ciudad Bardem. Ya he mencionado anteriormente lo burda que resultaba la censura de la época: su limitada capacidad mental les impedía ver los afilados dardos con que esquivaban su mirada lerda los cineastas; en el caso de Calle Mayor tras un envoltorio de drama sentimental basado en la desventura, la tragedia del desengaño y de la burla en el amor, a las formas de Las noches de Cabiria de Fellini, se estaba denunciando el anquilosamiento provinciano de costumbre arcaica e inmovilista, ese que aún se manifiesta hoy por hoy como un mastodonte decimonónico en esos aseados paseos de domingo después de misa tomando el vermú.
Otras veces a través de géneros como el cine negro se montaban inteligentes ataques a la burguesía de la época y se mostraban los movimientos estudiantiles y la oposición a un régimen; este es el caso de la extraordinaria Muerte de un ciclista. En ella Bardem detrás de un argumento muy film-noir años 40 en torno a un fatal accidente, monta de nuevo un artefacto corrosivo contra las convenciones y la clase media asentada durante el Franquismo. Además, cuenta con otro recurso muy empleado para que los censores quedaran satisfechos en sus butacas: el castigo final. Ese "el que la hace, la paga" que tanto gustaba en la época. La película no duda en hacer uso de él para que la Medusa antropomorfa franquista no fijase sus ojos en otras tantas inteligentes puyas a celebrar.
El "buenismo" heredero del Neorrealismo Italiano y la fina ironía para retratar o denunciar hechos abominables, tienen en Luis García Berlanga su principal valedor. Bienvenido Mr. Marshall, Plácido o El Verdugo son buen ejemplo de ello. Pobres parias zozobrados y castigados por la coyuntura socio-económica de un país en cueros.
Por otro lado, si hubiera que hablar de un diestro empleo de la metáfora para mí lo encontramos en Carlos Saura, sobre todo a través de dos películas que aprecio mucho, La Caza y Ana y los lobos. La Caza desde una perspectiva formal quizá esté desfasada, algo que le ocurre a muchas obras (ver aquí reflexión al respecto), pero la manera en que retrata la persecución de aquellos contrarios a las ideas dominantes es magistral, el laberinto sin salida de un régimen totalitario y la plasmación del embrutecimiento masculino, de la figura del macho español. La figura del débil, la del bobo (todos aquellos que miraban para otro lado) y de llevar la razón "por cojones", representada en un film febril y malsano.
Ana y los Lobos, ya en los estertores de Franco, supone otro inteligente ejercicio para esquivar las fauces hambrientas de una censura corta de miras y torpe, convierte los supuestos castigos o guiños "españolistas" en torpedos a la cerrazón mental. Los estragos del atraso y del inmovilismo de un país tullido afloran y chocan de bruces contra el elemento foráneo -Ana, símbolo de la inteligencia, la gracilidad y la apetencia desacomplejada- en una película que retrata la España más negra y tremendista.
Cada minuto encierra una metáfora, una carencia distinta, una plegaria por un rumbo perdido del que aún por mucho que nos duela somos presas cuanto menos en su inercia. Y todo revienta en un final representación de la lobotomización de una nación donde los lobos dolorosamente humanos,devoran con fruición una presa con las dentelladas implacables del anquilosamiento y la intolerancia, pese a demostrar su moribundo estado interior, un estado del que aún hacen gala orgullosos a día de hoy los que aún campean por él.
Esa España Negra heredera de grandes obras en otro ámbitos como el literario de La Familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, cuanta para mí con dos obras posteriores a la dictadura trascendentales en dos campos bien distintos: una, Los Santos Inocentes de Mario Camus, con ese retrato brutal de la España latifundista de explotados, explotadores, complejos, engaños y cerrazón y otra el truculento triángulo amoroso de Amantes de Vicente Aranda, amarga historia basada en hechos reales donde los estereotipos típicos de aquella España que sangraba en silencio explotan de forma agónica. Tradición, bobería y trasgresión en un cócktail que te revienta en la cara, de truculencia fastuosa que debiera haber sido un episodio de la serie la Huella del Crimen -digna del Jarabo de Juan Antonio Bardem- y que al final dio para un largo.
Pero volviendo al uso de la metáfora y el simbolismo, enarbolada con una sutilidad extrema, debemos hablar del cine casi mágico de Víctor Erice, concretamente de El Espíritu de la colmena y El Sur, no propiamente realizadas en el fervor fascista, pero extremadamente necesarias. En ambas se habla de las consecuencias de la Guerra Civil a través de la vida en la posguerra; con maestría, eludiendo el tópico y creando un espacio de interacción con el espectador magistral. Se trata de cine maravilloso en el que el receptor se implica e interpreta, deshoja secretos y alusiones en un puzzle de discreta majestuosidad donde la perspectiva infantil para desenredar la realidad adquiere cotas que el adulto no imagina o desentraña.
Y hasta aquí este repaso no tan hondo en su viaje como los son las heridas producidas en el inconsciente colectivo a través de las calamitosas consecuencias que creó una etapa que para siempre será el lastre de nuestros pasos por mucho que nos duela.
Etiquetas:
carlos saura,
Cine,
españa negra,
juan antonio bardem,
luis buñuel,
luis garcia berlanga,
mario camus,
reflexiones,
vicente aranda,
victor erice
miércoles, 6 de marzo de 2013
10 grandes arpías de la historia del cine.
1. Cleopatra. Olga Blacanova, La Parada de los Monstruos (1932).
La ambición material es uno de los grandes alicientes a la hora de convertirse en una persona venenosa capaz de todo. Este es el caso de Cleopatra, una bella contorsionista de un circo de freaks capaz de seducir a un pobre enano por su fortuna, crear falsas ilusiones a un ser lastrado por su condición. Una plasmación perfecta del monstruo implacable que llevamos dentro mucho más escalofriante que la deformidad y la distinción externa por lo que algunos no son considerados normales.
2. Escarlata O'Hara. Vivian Leigh, Lo que el viento se llevó (1939).
Algunas personas pondrán en entredicho esta inclusión y la considerarán toda una heroína. Desde luego que no les faltará razón: una mujer hecha a sí misma y capaz de arramblar con todo para levantar la dignidad y la esperanza desde lo más hondo del pozo tras el desastre en que queda sumida su posición acomodada al terminar la Guerra de Secesión. Otra cosa son los engranajes que emplea para ello: la manipulación, el egoísmo, la falsedad, la traición y la frustración personal.
3. Kitty March. Joan Bennett, Perversidad (1945).
No se me ocurre una persona más vulnerable a la hora de mostrar admiración y afecto hacia su figura que el bueno de Edward G. Robinson. Y evidentemente, aquí ejerce como víctima propiciatoria de una perversa -nunca mejor dicho- mujer sin escrúpulos que junto a su pareja preparan un plan para que un don nadie absoluto se crea por desgracia alguien querido y apreciado por su obra. Tristeza y odio se funden en mis ojos ante el visionado de una película maravillosa.
4. Eva. Anne Baxter, Eva al desnudo (1950).
El todo vale por alcanzar la fama en el mundo del espectáculo es plasmado de forma devastadora en esta película, posiblemente la mejor que he visto representando este universo de intrigas y traiciones detrás del telón. Eva aparece como una mujer grácil, delicada, absolutamente inofensiva en apariencia, pero implacable para alcanzar su objetivo rebosante de dobleces, pisotones y celos. Todo para concluir que el verdugo siempre termina siendo víctima en el ponzoñoso arte de triunfar.
5. Baby Jane. Bette Davis, Qué fue de Baby Jane (1962).
El fracaso y la envidia que genera ver el éxito ajeno frente a uno mismo es otro generador absoluto de vileza. Cuando esto ocurre en personas que llevan tu sangre y además supone en cierta forma el fracaso propio ante el talento deslumbrante ajeno, la locura mezquina puede apoderarse al extremo. Y así le ocurre a la otrora exitosa niña prodigio Baby Jane. Un viaje absoluto al abismo de la decadencia del artista, más aterrador y menos opulento que el mostrado por El crepúsculo de los dioses (1950), con una Jane Crawford convertida en mártir inmortal.
6. Divine. Divine, Pink Flamingo's (1972).
Lugar de honor para una "mujer" que lucha por mantener su título de ser la persona más inmunda del mundo al verlo amenazado por un matrimonio competidor. Una delirante carrera por convertirse en el ser más depravado y guarro a toda costa mientras se reboza filetones recién comprados por sus gónadas, lame ceniceros y mobiliario ajenos o come literalmente mierda de perro recién depuesta. Un viaje bizarro a lomos de una diva imprescindible.
7. Marquesa Isabelle de Merteuil. Glenn Close, Las amistades peligrosas (1988).
La corte francesa es un auténtico hervidero de fantasías de toda índole. Un capacidad de erotizar espacios y mentes ingente. Y en esta pérfida película más que nunca. Depravación en un juego de venganza donde nadie es amigo de nadie y la marquesa se erige en institutriz de la voluptuosidad con los servicios de un John Malkovich exuberante. Imborrables esas cartas manuscritas elaboradas sobre la espalda desnuda de carnes recién poseídas proclamando amor a quien se acaba de traicionar.
8. Luisa.Victoria Abril, Amantes (1991).
Una auténtica "viuda negra" deslumbrante. En tiempos de la ceguera y la cerrazón franquistas, esta perturbadora mujer se aferra a la debilidad carnal de la bobería masculina ejemplificada a la perfección en el soldadito español (Jorge Sanz, fenomenal para estas lides) para trazar un truculento plan de fuga. Una atmósfera malsana, una Maribel Verdú sufridora hasta la nausea y un utilitarismo del placer reventando los resortes de la represión al servicio de una mujer que eleva el complemento del pañuelo a otra dimensión.
9. La madre. Annie Girardot, La Pianista (2001).
Si existe un producto abominable de la educación proteccionista, sectaria, represiva y disciplinaria no es otra que la pobre pianista de Haneke. Repulsivo y lacerante retrato de una mujer todo fachada y contención que aloja dentro la mayor depravación y masoquismo fruto de un legado adquirido por un madre dominante, absorbente e insaciable. Apuñalando un corazón de piedra, no hay escape posible cuando la capacidad de amar ha sido arrancada de cuajo. Escalofriante herencia paterno-filial cercana en otra vertiente a la creada por Canino (2009).
10. Cersei Lannister. Lena Headey, Juego de Tronos (2011-).
De acuerdo, no es una película, pero nadie puede negar que merece aparecer en este ranking. La reina más manipuladora de la historia, la que suelta verdades como puños, la que hacer avergonzarse a cualquiera por intentar ser consecuente o moralmente aceptable describiendo las miserias del mundo. Una cara perdona vidas y una vagina certera y sabia para replegarse o expandirse sobre aquellos hombres pánfilos capaces de trabajar para su mayor gloria.
Y hasta aquí la lista. Por supuesto que podrían ser otras y para cada cual lo serán; lo bonito es pensarlas, discutirlas y, sobre todo, disfrutar con buenas conversaciones de intercambio. Miniaturas que engrandecen una micra nuestras vidas.
Etiquetas:
anne baxter,
annie girardot,
baby jane,
bette davis,
cersei lannister,
Cine,
divine,
films,
freaks,
glenn close,
joan bennett,
juego de tronos,
lena headey,
pink flamingo's,
rankings,
victoria abril,
vivian leigh
jueves, 14 de febrero de 2013
La vida en corto.
El corto cinematográfico de animación es un formato apasionante a la hora de transmitir sensaciones y que poco a poco ha ido ganándose un prestigio casi a la altura del que ha logrado el oficio de las series contemporáneas por ejemplo.
Recientemente me llama mucho la atención como las grandes producciones cinematográficas en no pocas ocasiones se van casi a las dos horas y media de metraje. A veces el resultado y la inversión de tiempo merecen la pena, pero en otras descubrimos ejercicios de estilo impolutamente construidos aunque con muy poco que añadir a nuestras vidas, sin la esencia que hace trascender al arte a una esfera superior.
Considero por ello oportuno rendir homenaje a una serie de cortos de animación, tres en concreto, que me conmovieron especialmente en un suspiro. Su espíritu, su planteamiento y su capacidad de transmisión les hace merecedores de que aquellos que no los conozcan puedan sumergirse en semejantes exhibiciones de talento y emoción. Aquí van.
More (Mark Osborne, 1998).
Pocas veces en tan pocos minutos se han llegado a cuestionar tantas aflicciones humanas juntas. La ilusión que persiste por vivir, la explotación obrera, la alienación productiva -y su consecución consumista- y la abominación de convertirse en aquello que uno odia.
Con el telón de fondo de una sociedad decadente robótica y gris, donde el único calor y color son la remembranza de aquello que nos impulsa a imaginar otra vida posible, y acompañados de la preciosa banda sonora que supone la evocadora Elegia de New Order, resulta escalofriante el determinismo que en ocasiones hace sacudirnos desde un rol de explotados a otro como explotadores. Una manifestación más de lo difícil que resulta permanecer fieles a nuestros principios y sueños más puros sin que el condicionamiento externo los permute.
Por desgracia, el devastador movimiento de nuestros días y el posicionamiento social o éxito envenenado nos pueden acabar convirtiendo en monstruos, eso sí, sin ninguna luz que nos guíe en lo sucesivo.
Sólo en la resistencia está el fracaso victorioso.
El círculo abominable.
La maison en petits cubes (Kunio Katô, 2010).
Inteligente y sentida, es mejor enfrentarse al corto sin saber nada acerca de él. La sensibilidad nipona de nuevo majestuosa, como una caricia capaz de provocar maremotos en el flujo sanguíneo. Sin voz, acompañados de una música certera y cómplice en un viaje no sé si al pasado o al futuro, al anhelo o a la melancolía venidera.
Un canto al valor de vivir, al honorable arte de envejecer y amar. La metáfora que con más lirismo me ha agitado nunca.
Radiografiando la vida.
Head over heels. (Timothy Reckart, 2012).
Llena de verdad y hondura. Y cómo no al final, por mucho que un fetiche del amor perdido en el tiempo hiciera el efecto deseado de acercar lo inabarcable, los entrañables ancianos continúan su andadura "separadamente juntos", hasta el final. Como cuando andamos con una piedrecita dentro del zapato pero el brío de llegar es mayor que la molestia de parar.
Separadamente juntos.
Y hasta aquí mi homenaje. Si alguien no conocía alguno y le ha gustado, que no deje de difundirlo. Seguramente estos pequeños destellos harán más hermoso el mundo por difícil que parezca.
Etiquetas:
animacion,
Cine,
cortos,
head over heels,
kunio kato,
la maison en petits cubes,
mark osborne,
more,
reflexiones,
shortfilms,
timothy reckart
jueves, 24 de enero de 2013
La Condición Humana: El legado inmortal de Masaki Kobayashi
Pero quiero que sea más que eso. Quiero que sea, ante todo, un ejercicio de reconocimiento a un genio. Director japonés coetáneo del mucho más admirado y reconocido Akira Kurosawa, he de decir que sus logros están cuanto menos a su altura. Y no sólo por el auténtico tour de force que supone la trilogía de La Condición Humana, auténtico referente posterior del mejor cine bélico contemporáneo, sino también por atesorar algunas de las películas de samurais más grandes que he visto, qué digo, sin peligro a equivocarme dos de las películas de mi vida: Harakiri (Seppuku) y Samurai Rebellion.
En Harakiri es capaz de llevar la costumbre de la narración en flashback de los personajes previa a la catarsis final propia del género a cimas tan altas como la propia Rashômon de Kurosawa; en Samurai Rebellion consigue retratar constantes culturales niponas como la de la oposición entre el sentido del deber (Giri) y el honor frente a la defensa más fulgurante de los sentimientos puros con el mismo tino que Kurosawa retrata la decadencia del sistema feudal japonés en Yojimbo por ejemplo.
Por ello, es necesario mostrar mi más ferviente admiración. Desde una perspectiva formal: por el uso de la cámara (sus sentidos primeros planos, sus planos secuencia frondosos de vida), por la utilización cabal y pulcra de la acción y por sus profundos diálogos; e igualmente desde la perspectiva de consumidor de cine actual: es evidente la influencia que Kobayashi ha tenido en directores como Zhang Yimou o Quentin Tarantino a los que adoro.
Una de las más grandes falacias que sobre el cine se esgrimen es la de catalogar desde una perspectiva bastante superficial a las películas de "lentas" o "rápidas". El movimiento, el transcurso de algo, siempre requiere ser comparado con otro referente. Lo mismo que sabemos que un automóvil se mueve porque observamos un árbol y éste continúa en la misma posición. Por tanto, esas categorizaciones generales son del todo inapropiadas y de un trazo grueso insultante. Sólo tiene sentido al compararse intrínsecamente con el propio film, su constancia o cambio de velocidad en relación a sí mismo.
¿Por qué digo esto? Lógicamente porque el cine oriental , como el resto, tiene su propio ritmo y para encarar el visionado de La Condición Humana hay que tener en cuenta de que estamos hablando de diez horas de metraje. A la vez, la cohesión que existe entre las tres requiere una digestión pautada, pero que no debe demorarse en demasía para ser completada adecuadamente. De todas formas, tampoco estamos ante la cadencia ensimismada y adormecedora de, pongamos, Los cuentos de Tokio de Yasujiro Ozu. Pero vamos, que esto no es tampoco La fortaleza escondida de Akira Kurosawa. Sólo apuntar esto para preparar a todo aquel que decida emprender el viaje precavido y dispuesto a dejarse llevar.
La acción trascurre comenzada la Segunda Guerra Mundial y la mayor parte de ella en el frente ocupado de Manchuria. Poco más es necesario saber para embarcarse en esta epopeya al interior del yo humano sacudido por las circunstancias en las que se vive -no soy demasiado amigo de conocer sinopsis antes de visionar una cinta-. Digamos a groso modo que la trilogía retrata el choque violento entre nuestras convicciones y principios y cómo la experiencia vital va haciéndoles tambalear a pesar de nuestra resistencia. Nada nuevo, pero algo sobre lo que merece la pena ahondar: no deja de ser la historia de cada uno de nosotros en el día a día.
La primera parte de La Condición Humana, No hay amor más grande, describe con brutal certeza el difícil arte de la bondad. Es un retrato definitivo a la hora de plasmar el drama de ser fiel a los principios éticos. Un auténtico desfile de fatalidad en el intento de hacer el bien y todos los escollos circunstanciales que lo impiden o que, incluso, no pocas veces hacen parecer que se intenta lo contrario.
Es la más larga de las tres: 200 minutos en la que curiosamente sobran menos, con un ritmo sereno, en crescendo constante pautado y sin estridencias. Una puesta en escena sencilla, pero más que eficaz y la guerra, ese entorno donde las necesidades y carencias sacan lo mejor y lo peor del individuo, de fondo. Kobayashi se erige en maestro a la hora de presentar el drama humano de una forma personal, emocionante y franca. Maravillosos personajes, entre ladinos, medrosos, honrados y astutos.
Desde luego que La lista de Schindler de Spielberg le debe mucho a esta fascinante epopeya al corazón de la supervivencia, el pundonor y los resortes de la motivación a la hora de actuar. El legado dejado como apuntaba al principio en el cine bélico continúa latente en las siguientes entregas.
Las tres horas de metraje parecen más excesivas que en La Condición Humana I al resultar más esparta aún su puesta en escena durante gran parte del desarrollo. Esto es así hasta el desenlace; entonces la cinta termina con escenas de combate donde la locura, la desesperanza y la lucha por la vida conviven de forma insana. Estamos ante un alegato antimilitarista -más aún que antibelicista- sobrio, duro y crudo.
Con Apocalipsis Now porque esta odisea final es un viaje. Un viaje hacia la supervivencia nata en este caso, no sólo al fondo de uno mismo a través de la auto-indagación formidable de la obra de Coppola. Lo único que queda tras ser desposeído de todo atisbo de juicio razonable tras el desastre bélico -sin principios éticos, sin moral, sin decisiones propias más allá de la más instintiva que pueda existir- es la supervivencia. Y este viaje guiado por el instinto rezuma esperanza y demencia, mezcladas, fundidas en alquimia perfecta, porque, por extraño que parezca, el loco es el que alberga la mayor de las esperanzas al carecer de los límites que la razón -y la sinrazón en este caso- perfilan en el individuo cuerdo.
En el trayecto afloran las reflexiones internas, fustigando la maltrecha existencia del soldado sometiendo a juicio autocrítico cada paso que ha dado y le queda por dar. Con valentía, con severidad, exentas de la dificultad que supone encontrarlo en la vida cotidiana. Ahí se encuentran las similitudes con la obra de Malick.
Concluyendo, una epopeya majestuosa, dilatada a la par que apasionante que, si bien pudiera desembocar en elementos llamémosles "convencionales" o "inherentes" al cine bélico, Kobayashi va mucho más allá: intenta a través del personaje protagonista, Kaji, de la maravillosa y bella mirada del actor Tatsuya Nakadai, explicar los resortes de la conducta humana ante la motivación más hermosa que pueda existir: el amor.
Etiquetas:
akira kurosawa,
Cine,
gomikawa jumpei,
la condicion humana,
masaki kobayashi,
the human condition
Suscribirse a:
Entradas (Atom)