jueves, 4 de abril de 2013

Ese trauma llamado España: El cine y la dictadura española.


Vivimos tiempos convulsos en este país llamado España. La crisis económica, el desempleo, la corrupción política, la pobreza al alza, la desidia generalizada en todos los aspectos de la vida social...parece que el infortunio se hubiera asentado de forma rotunda en nuestros días, en los del pobre ciudadano anónimo.

Reflexionando sobre ello, consideré que era buen momento para enlazar ese desencanto generalizado que nos aflige con otra etapa triste y desalentadora de la reciente historia española. Me estoy refiriendo a los cuarenta años de dictadura que sufrió mi país. Una etapa en la que, como con todo régimen totalitario que se precie, se intentaba ensalzar el patriotismo, buscar siempre crear empleo como único burdo estandarte de progreso, cosificar a la mujer sin que fuera consciente y adoctrinar desde la escuela a los más pequeños.

Por supuesto que ante estos acontecimientos surgieron mentes y conciencias que lucharon frente a los abusos y manipulaciones, que desde su parcela abogaron por la denuncia de estos hechos y por la incapacidad de hacer uso de la libertad de expresión. En el caso del cine, un elemento de esencia propagandística unida al carácter lúdico, lógicamente también.


Frente a las películas aparentemente sólo "de risa" como las llamaban nuestros padres que, por desgracia, mucha gente a día de hoy aún consume y es incapaz de leer entre líneas la abominable defensa que hacen del machismo, la explotación obrera o la defensa de la familia como única unidad social respetable; esas que buscaban una evasión inconsciente mientras la gran bestia fascista solidificaba su edificio totalitario, surgió un conjunto de cineastas y obras capaces de una forma u otra eludir el primitivo y bruto escollo de la censura para denunciar la situación que vivía un país.

Hoy mi entrada es un homenaje a todos esos genios del cine que lucharon por ello sin escatimar ni su visión, ni la calidad cinematográfica intrínseca en su obra. Esto no pretende ser ningún artículo exhaustivo de análisis de filmografías, más bien una descripción de los males que acuciaban un país y las distintas perspectivas desde las que eran puestos en evidencia por cada autor.

Quizá convendría hablar en primer lugar del genio Luis Buñuel, gran artífice del verdadero surrealismo cinematográfico del que tantos directores contemporáneos han bebido, y no por ello, desligado de la dura realidad en que vivía la sociedad de su tiempo.

Antes incluso de la Guerra Civil y de su posterior exilio a México y Francia, Buñuel ya retrató varios de los males que acuciaban a España: por un lado la pobreza sin medida de algunas regiones expuesta crudamente en su cortometraje Las Hurdes, ese retablo de la España ahogada en su pasado agrario y su falta de oportunidades que, por desgracia, a día de hoy sigue cobrando vigencia. Un tema, el de la pobreza y la exclusión infantil, que desarrollará posteriormente en Los Olvidados ya en su etapa mexicana.


Otra constante de su cine es la crítica feroz a la institución eclesiástica sin ningún tipo de piedad -de él es la famosa frase "soy ateo, gracias a Dios"-.El director aragonés lo hizo bien desde una perspectiva extremamente ácida y lisérgica con una de mis grandes debilidades, La Edad de Oro; bien a través de dramas psicológicos  soberbiamente armados como El ángel exterminador -que también es mucho más, sobre todo la metáfora del encerramiento que sufre un país frente a un mundo que avanza, cambia y evoluciona- con ese plano final elocuente, o bien a través de desbarres atrevidos y rabiosamente modernos como Simón del desierto poseedor de uno de los finales más desarmantes jamás visto.

Resulta flagrante también el papel que sufrió la mujer en esta etapa como dije anteriormente, cosificada en pos de su rol sexual, su papel servil frente al marido y la agria idea inculcada de que lo que se denominaba "sus labores" era la forma en que debieran realizarse "como Dios manda". La mujer convertida en una posesión. Sin más. De eso tratan películas como Él de Buñuel y, para continuar avanzando, eso me lleva a centrarme en otro gran genio de la época Juan Antonio Bardem.

Recuerdo lo mucho que mi madre y mi tía, muy cinéfilas de la época, valoraban la película Calle Mayor. Ellas, que se criaron y tuvieron sus primeras salidas con chicos en una ciudad de provincias como Segovia es inevitable que se vieran identificadas con el retrato que hace de ese tipo de ciudad Bardem. Ya he mencionado anteriormente lo burda que resultaba la censura de la época: su limitada capacidad mental les impedía ver los afilados dardos con que esquivaban su mirada lerda los cineastas; en el caso de Calle Mayor tras un envoltorio de drama sentimental basado en la desventura, la tragedia del desengaño y de la burla en el amor, a las formas de Las noches de Cabiria de Fellini, se estaba denunciando el anquilosamiento provinciano de costumbre arcaica e inmovilista, ese que aún se manifiesta hoy por hoy como un mastodonte decimonónico en esos aseados paseos de domingo después de misa tomando el vermú.


Otras veces a través de géneros como el cine negro se montaban inteligentes ataques a la burguesía de la época y se mostraban los movimientos estudiantiles y la oposición a un régimen; este es el caso de la extraordinaria Muerte de un ciclista. En ella Bardem detrás de un argumento muy film-noir años 40 en torno a un fatal accidente, monta de nuevo un artefacto corrosivo contra las convenciones y la clase media asentada durante el Franquismo. Además, cuenta con otro recurso muy empleado para que los censores quedaran satisfechos en sus butacas: el castigo final. Ese "el que la hace, la paga" que tanto gustaba en la época. La película no duda en hacer uso de él para que la Medusa antropomorfa franquista no fijase sus ojos en otras tantas inteligentes puyas a celebrar.

El "buenismo" heredero del Neorrealismo Italiano y la fina ironía para retratar o denunciar hechos abominables, tienen en Luis García Berlanga su principal valedor. Bienvenido Mr. Marshall, Plácido o El Verdugo son buen ejemplo de ello. Pobres parias zozobrados y castigados por la coyuntura socio-económica de un país en cueros.


Por otro lado, si hubiera que hablar de un diestro empleo de la metáfora para mí lo encontramos en Carlos Saura, sobre todo a través de dos películas que aprecio mucho, La Caza y Ana y los lobos. La Caza desde una perspectiva formal quizá esté desfasada, algo que le ocurre a muchas obras (ver aquí reflexión al respecto), pero la manera en que retrata la persecución de aquellos contrarios a las ideas dominantes es magistral, el laberinto sin salida de un régimen totalitario y la plasmación del embrutecimiento masculino, de la figura del macho español. La figura del débil, la del bobo (todos aquellos que miraban para otro lado) y de llevar la razón "por cojones", representada en un film febril y malsano.

Ana y los Lobos, ya en los estertores de Franco, supone otro inteligente ejercicio para esquivar las fauces hambrientas de una censura corta de miras y torpe, convierte los supuestos castigos o guiños "españolistas" en torpedos a la cerrazón mental. Los estragos del atraso y del inmovilismo de un país tullido afloran y chocan de bruces contra el elemento foráneo -Ana, símbolo de la inteligencia, la gracilidad y la apetencia desacomplejada- en una película que retrata la España más negra y tremendista.


Cada minuto encierra una metáfora, una carencia distinta, una plegaria por un rumbo perdido del que aún por mucho que nos duela somos presas cuanto menos en su inercia. Y todo revienta en un final representación de la lobotomización de una nación donde los lobos dolorosamente humanos,devoran con fruición una presa con las dentelladas implacables del anquilosamiento y la intolerancia, pese a demostrar su moribundo estado interior, un estado del que aún hacen gala orgullosos a día de hoy los que aún campean por él.

Esa España Negra heredera de grandes obras en otro ámbitos como el literario de La Familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, cuanta para mí con dos obras posteriores a la dictadura trascendentales en dos campos bien distintos: una, Los Santos Inocentes de Mario Camus, con ese retrato brutal de la España latifundista de explotados, explotadores, complejos, engaños y cerrazón y otra el truculento triángulo amoroso de Amantes de Vicente Aranda, amarga historia basada en hechos reales donde los estereotipos típicos de aquella España que sangraba en silencio explotan de forma agónica. Tradición, bobería y trasgresión en un cócktail que te revienta en la cara, de truculencia fastuosa que debiera haber sido un episodio de la serie la Huella del Crimen -digna del Jarabo de Juan Antonio Bardem- y que al final dio para un largo.


Pero volviendo al uso de la metáfora y el simbolismo, enarbolada con una sutilidad extrema, debemos hablar del cine casi mágico de Víctor Erice, concretamente de El Espíritu de la colmena y El Sur, no propiamente realizadas en el fervor fascista, pero extremadamente necesarias. En ambas se habla de las consecuencias de la Guerra Civil a través de la vida en la posguerra; con maestría, eludiendo el tópico y creando un espacio de interacción con el espectador magistral. Se trata de cine maravilloso en el que el receptor se implica e interpreta, deshoja secretos y alusiones en un puzzle de discreta majestuosidad donde la perspectiva infantil para desenredar la realidad adquiere cotas que el adulto no imagina o desentraña.


Y hasta aquí este repaso no tan hondo en su viaje como los son las heridas producidas en el inconsciente colectivo a través de las calamitosas consecuencias que creó una etapa que para siempre será el lastre de nuestros pasos por mucho que nos duela.

2 comentarios:

  1. Magnífico ejercicio de crítica y revalorización de esa parte de nuestro cine que aún era capaz de salvar la distancia entre la mueca y el silencio.

    Gracias.
    Te seguiré.

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    1. Gracias por apreciarlo. Eran tiempos duros y difíciles. Había, como siempre, gente valiente y desafiante ante lo que tenía por delante. Además, con talento. Y eso siempre es elogiable.

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