Pero quiero que sea más que eso. Quiero que sea, ante todo, un ejercicio de reconocimiento a un genio. Director japonés coetáneo del mucho más admirado y reconocido Akira Kurosawa, he de decir que sus logros están cuanto menos a su altura. Y no sólo por el auténtico tour de force que supone la trilogía de La Condición Humana, auténtico referente posterior del mejor cine bélico contemporáneo, sino también por atesorar algunas de las películas de samurais más grandes que he visto, qué digo, sin peligro a equivocarme dos de las películas de mi vida: Harakiri (Seppuku) y Samurai Rebellion.
En Harakiri es capaz de llevar la costumbre de la narración en flashback de los personajes previa a la catarsis final propia del género a cimas tan altas como la propia Rashômon de Kurosawa; en Samurai Rebellion consigue retratar constantes culturales niponas como la de la oposición entre el sentido del deber (Giri) y el honor frente a la defensa más fulgurante de los sentimientos puros con el mismo tino que Kurosawa retrata la decadencia del sistema feudal japonés en Yojimbo por ejemplo.
Por ello, es necesario mostrar mi más ferviente admiración. Desde una perspectiva formal: por el uso de la cámara (sus sentidos primeros planos, sus planos secuencia frondosos de vida), por la utilización cabal y pulcra de la acción y por sus profundos diálogos; e igualmente desde la perspectiva de consumidor de cine actual: es evidente la influencia que Kobayashi ha tenido en directores como Zhang Yimou o Quentin Tarantino a los que adoro.
Una de las más grandes falacias que sobre el cine se esgrimen es la de catalogar desde una perspectiva bastante superficial a las películas de "lentas" o "rápidas". El movimiento, el transcurso de algo, siempre requiere ser comparado con otro referente. Lo mismo que sabemos que un automóvil se mueve porque observamos un árbol y éste continúa en la misma posición. Por tanto, esas categorizaciones generales son del todo inapropiadas y de un trazo grueso insultante. Sólo tiene sentido al compararse intrínsecamente con el propio film, su constancia o cambio de velocidad en relación a sí mismo.
¿Por qué digo esto? Lógicamente porque el cine oriental , como el resto, tiene su propio ritmo y para encarar el visionado de La Condición Humana hay que tener en cuenta de que estamos hablando de diez horas de metraje. A la vez, la cohesión que existe entre las tres requiere una digestión pautada, pero que no debe demorarse en demasía para ser completada adecuadamente. De todas formas, tampoco estamos ante la cadencia ensimismada y adormecedora de, pongamos, Los cuentos de Tokio de Yasujiro Ozu. Pero vamos, que esto no es tampoco La fortaleza escondida de Akira Kurosawa. Sólo apuntar esto para preparar a todo aquel que decida emprender el viaje precavido y dispuesto a dejarse llevar.
La acción trascurre comenzada la Segunda Guerra Mundial y la mayor parte de ella en el frente ocupado de Manchuria. Poco más es necesario saber para embarcarse en esta epopeya al interior del yo humano sacudido por las circunstancias en las que se vive -no soy demasiado amigo de conocer sinopsis antes de visionar una cinta-. Digamos a groso modo que la trilogía retrata el choque violento entre nuestras convicciones y principios y cómo la experiencia vital va haciéndoles tambalear a pesar de nuestra resistencia. Nada nuevo, pero algo sobre lo que merece la pena ahondar: no deja de ser la historia de cada uno de nosotros en el día a día.
La primera parte de La Condición Humana, No hay amor más grande, describe con brutal certeza el difícil arte de la bondad. Es un retrato definitivo a la hora de plasmar el drama de ser fiel a los principios éticos. Un auténtico desfile de fatalidad en el intento de hacer el bien y todos los escollos circunstanciales que lo impiden o que, incluso, no pocas veces hacen parecer que se intenta lo contrario.
Es la más larga de las tres: 200 minutos en la que curiosamente sobran menos, con un ritmo sereno, en crescendo constante pautado y sin estridencias. Una puesta en escena sencilla, pero más que eficaz y la guerra, ese entorno donde las necesidades y carencias sacan lo mejor y lo peor del individuo, de fondo. Kobayashi se erige en maestro a la hora de presentar el drama humano de una forma personal, emocionante y franca. Maravillosos personajes, entre ladinos, medrosos, honrados y astutos.
Desde luego que La lista de Schindler de Spielberg le debe mucho a esta fascinante epopeya al corazón de la supervivencia, el pundonor y los resortes de la motivación a la hora de actuar. El legado dejado como apuntaba al principio en el cine bélico continúa latente en las siguientes entregas.
Las tres horas de metraje parecen más excesivas que en La Condición Humana I al resultar más esparta aún su puesta en escena durante gran parte del desarrollo. Esto es así hasta el desenlace; entonces la cinta termina con escenas de combate donde la locura, la desesperanza y la lucha por la vida conviven de forma insana. Estamos ante un alegato antimilitarista -más aún que antibelicista- sobrio, duro y crudo.
Con Apocalipsis Now porque esta odisea final es un viaje. Un viaje hacia la supervivencia nata en este caso, no sólo al fondo de uno mismo a través de la auto-indagación formidable de la obra de Coppola. Lo único que queda tras ser desposeído de todo atisbo de juicio razonable tras el desastre bélico -sin principios éticos, sin moral, sin decisiones propias más allá de la más instintiva que pueda existir- es la supervivencia. Y este viaje guiado por el instinto rezuma esperanza y demencia, mezcladas, fundidas en alquimia perfecta, porque, por extraño que parezca, el loco es el que alberga la mayor de las esperanzas al carecer de los límites que la razón -y la sinrazón en este caso- perfilan en el individuo cuerdo.
En el trayecto afloran las reflexiones internas, fustigando la maltrecha existencia del soldado sometiendo a juicio autocrítico cada paso que ha dado y le queda por dar. Con valentía, con severidad, exentas de la dificultad que supone encontrarlo en la vida cotidiana. Ahí se encuentran las similitudes con la obra de Malick.
Concluyendo, una epopeya majestuosa, dilatada a la par que apasionante que, si bien pudiera desembocar en elementos llamémosles "convencionales" o "inherentes" al cine bélico, Kobayashi va mucho más allá: intenta a través del personaje protagonista, Kaji, de la maravillosa y bella mirada del actor Tatsuya Nakadai, explicar los resortes de la conducta humana ante la motivación más hermosa que pueda existir: el amor.
El personaje principal creo que se llama Kaji, y no Kenji.
ResponderEliminarPelícula de culto, sí señor.
Absolutamente correcto. Lo corrijo y muchas gracias por leerme.
EliminarTengo que hacer un trabajo sobre esta película, ¿conoces algo de bibliografía sobre la película o el director?
EliminarMuchas gracias
Magnifica trilogia
EliminarMuchas gracias, Fátima. Es una trilogía maravillosa.
EliminarHola, Juan. No tengo en concreto ningún libro sobre el director o la película, en internet este blog ofrece una pequeña bio del director y seguro hay mucho más material. Lo importante es empaparse de sus películas y de su forma de ver el mundo. Un saludo.
ResponderEliminarhttp://www.asiateca.net/2007/05/23/masaki-kobayashi/