jueves, 16 de mayo de 2013

Joe Hisaishi: La orquesta que contienen mis latidos.


Este pasado fin de semana tuve el placer de estar como invitado en el podcast de radio Dalealrec! que dirige mi amigo David Royuela (aka The Freakman), también director del programa de radio donde llevo años colaborando: La parada de los monstruos. El motivo fue hablar sobre las bandas sonoras del Estudio Ghibli y el entorno el Expomanga de Madrid, una feria anual donde los aficionados a la cultura nipona se dan cita (Podéis escucharlo aquí).

El caso es que lo menciono porque fruto de esta experiencia, decidí dedicar la entrada del blog esta semana al máximo artífice de la mayoría de bandas sonoras realizadas para el estudio de animación -y más concretamente para Hayao Miyazaki-, el genial compositor Joe Hisaishi.

Todos los referentes culturales que nos vienen del Lejano Oriente son decodificados desde nuestra perspectiva occidental como construcciones distorsionadas, misteriosas y exóticas; para entendernos, me refiero a esas consecuencias de lo que se ha dado en llamar a lo largo de los siglos "orientalismo". Pues bien, al igual que no nos cuesta reconocer con los pies en el suelo a figuras consagradas como John Williams, Ennio Morricone, Howard Shore o Danny Elfman, la mera disposición a dejarnos llevar por un viaje a las entrañas creadoras y evocadoras del genio japonés, poco menos que nos impulsan a un estado superior de solemnidad honorable y abiertamente posicionado como algo ajeno y magnético a la par.

Me resulta especialmente difícil hablar de sus maravillosas aportaciones a la filmografía de figuras como Hayao Miyazaki o Takeshi Kitano, puesto que las bandas sonoras que acompañan multitud de películas tatuadas en la memoria irreductible de mis entrañas van asociadas en algunos casos a la emoción que destilan los trabajos cinematográficos, si bien el poder, la sensibilidad, la rotundidad no reñida con la delicadeza y la inteligencia de sus composiciones trasciende en no pocas ocasiones las fronteras del séptimo arte para convertirse en epopeyas sonoras en las que es un placer sumergirse en simbiosis integral con nuestra esencia corpórea y espiritual.


Este maestro del piano y del violín, ha sido el autor de una de mis referencias esenciales en el cine no sólo de animación, sino de todo el que me ha dejado huella. Me refiero a Nausicaä del Valle del Viento (ver aquí entrada sobre la película), un canto ecológico de lirismo apasionado que en su vertiente musical alcanza las mayores cotas de emoción pura destilada en lágrimas y escalofríos.

Un trabajo primerizo que le convirtió ya en todo un titán. Su colaboraciones con Hayao Miyazaki han seguido siendo fundamentales y de hecho han completado la totalidad de periplo fílmico del creador de Mi vecino Totoro. Entre sus grandes logros, no puedo dejar pasar otros dos trabajos fundamentales: por un lado, el de la sutilidad y la sensibilidad mostradas en Porco Rosso y, por otro, el de la ampulosidad arrebatadoramente hermosa de La Princesa Mononoke.

Fundamental resulta el visionado de los tres megalómanos conciertos que Joe Hisaishi dirigió para celebrar los veinticinco años de vida del Estudio Ghibli en el estadio Budokan. 1000 personas compartiendo escenario con el compositor, entre 200 músicos y 800 voces haciendo coros. El despliegue -incluyendo una banda de marcha durante los temas pertenecientes a El castillo en el cielo- resulta asombroso, y la sensibilidad y el cuidado con que se repasan las distintas proyecciones de películas acompañadas de sus temas, fundamentales. El resultado eriza la piel aún viéndolo a través de la pequeña pantalla. Memorable.

Uno de los conciertos en Budokan 25 Aniversario Estudio Ghibli íntegro.

Si bien estos lances son los más imperecederos del japonés, no quiero dejar pasar determinadas perlas que completan mi visión apasionada sobre este maestro. En primer lugar, quiero hablar de dos bandas sonoras realizadas para el inquietante Takeshi Kitano.

El viaje de Kikujiro es una de mis cintas preferidas y la capacidad que tiene su historia para sacarme las lágrimas y las sonrisas en escasos minutos la convierten en un artefacto maravilloso y complejo a través de su propia sencillez. Y, cómo no, el aporte de Hisaishi es esa guinda final que te hace palpitar inconscientemente al son de su trazo gentil. De menor trascendencia fílmica sería Hana-Bi (Flores de fuego), si bien su recuerdo siempre me asalta e inquieta sobre todo a través de la perfilada línea de expresión que marca de nuevo el trabajo musical.


Y, ya finalmente, destacar una épica película ganadora de un Oscar. Me refiero a la grandiosidad a flor de piel de Despedidas, dirigida por Yōjirō Takita, en la que el propio protagonismo que tiene la música en el desarrollo del film eleva aún más las virtudes de una obra imperecedera en los corazones que la hayan descubierto como yo tuve la suerte de hacer a través del regalo de un gran amigo.

Y hasta aquí el repaso sentido a la figura musical que, junto a los no menos indispensables Mono, más notas han ido dejando colgadas de las arterias que insuflan sangre hasta mi corazón desde la tierra del sol naciente.

Un bello montaje de jardines exóticos orientales con el tema principal de El verano de Kikujiro.


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