Sea como fuere, el caso es que prefiero guiarme por mi instinto y chocar de bruces con las obras referenciales de un autor para ir más adelante deshojando su cuerpo creativo en una dirección y profundidad concretas. Esta introducción viene dada por el hecho de que el protagonista de mi artículo semanal es un director de cine del que he disfrutado tres películas las cuales merecen en mi opinión el calificativo de prodigiosas. Me refiero a Thomas Vinterberg.
Me parece algo sobado determinar la obra de un autor por su procedencia geográfica, pero en el caso de ser países que no asociamos de primeras a una determinada parcela artística, nos resulta harto difícil obviar este dato. En el caso de Vinterberg hablamos de Dinamarca. Sin duda el director danés más reconocido con el permiso del excesivo y, para mí, imprescindible Lars Von Trier. No es momento de centrarse en la obra de este último -irregular en ocasiones, pero siempre interesante cuando no del todo necesaria- pero sí es preciso señalar algunas coincidencias entre ambos.
Más allá de ser dos de los co-fundadores del polémico manifiesto Dogma, maniobra que no deja de ser una gamberrada con marchamo artístico a la que todas las personas con inquietudes en algún momento de nuestra vida damos rienda de una forma u otra, tienen en común un tratamiento singular en lo que se refiere a la manera de interiorizar y canalizar los efectos de las experiencias vividas a lo largo de la existencia. Bien es cierto que cada uno es distinto: Vinterberg exteriorizándolas a través de su denuncia y Von Trier interiorizándolas a través del dolorismo.
Aún recuerdo cuando un gran amigo me dejó hace muchos años la cinta de vídeo de Festen (Celebración). No pensaba entonces, por mucho que me la recomendara fehacientemente, que se convertiría en una de mis películas preferidas sin discusión. Pocas veces he visto un golpe más certero y profundo a una institución en exceso reivindicada e incluso beatificada como única unidad de convivencia respetable moralmente por los más integristas. Me refiero a la familia.
Un película valiente, desmitificadora, cáustica y terriblemente necesaria para aquellos que consideramos que la familia no la eliges, sino que te toca en suerte y que el cariño, la admiración o la lealtad que supuestamente debemos hacia ella no son más que meros formalismos que han de sucumbir ante la realidad de las cosas.
Reconozco que ninguna de sus otras dos grandes obras están a la altura, como casi ninguna película que haya visto desde entonces por otro lado. Fueron muchos los años en que no reparé en otra película suya hasta encontrarme hace tres con la genialidad de Submarino. De nuevo el trauma familiar es el punto de partida en un film protagonizado por dos hermanos separados que llevan ambos la vida al límite en una espiral de excesos y carencias. Un drama en torno al afecto, la soledad y los asideros imposibles para aferrarse a un mundo que no regala nada.
Para algunos, quizá esta cinta adolezca de cierto tremendismo, pero para mi en absoluto. Su descarnada visión entronca con la de otras cintas de las que ya hablé puntualmente como Contra la pared de Fatih Akin o Incendios de Denis Villeneuve, ardientes y desbocadas, destinadas a aquellos que sentimos de una forma kamikaze.
Y llegamos finalmente al motivo por el que me he decidido a escribir este artículo. Esta misma semana visualicé su última película The Hunt (La Caza) y no pude menos que quedarme boquiabierto una vez más. De nuevo un problema subterráneo el protagonista, los complejos y los abusos ya hacían acto de presencia en Celebración y ahora lo hacen con una cara totalmente distinta, a través de un tratamiento muy poco visto en el cine para afrontar los abusos infantiles partiendo de la premisa de que "los niños nunca mienten".
El ritmo de aquello que reside oculto o distorsionado es el motor de una obra que otra vez hace hincapié como su anterior filmografía en las consecuencias devastadoras que esto genera. Una reflexión acerca de la confianza, la duda y, sobre todo, el esfuerzo de intentar construirse por dentro desde la destrucción de los cimientos que viene infligida desde fuera. Como apunte mencionaré que su plano último construye uno de los finales más conseguidos y demoledores en su monstruosa metáfora que han visto mis ojos.
Y hasta aquí mi tributo a un director soberbio, de los que demuestran que el arte nos ayuda a construirnos como personas. Ahí es nada.
Siempre interesante Vinterberg, y "Jagten" brutal en todos sus aspectos.
ResponderEliminarY ese tremendo plano final. Soberbia, Musetta.
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