jueves, 14 de febrero de 2013

La vida en corto.


El corto cinematográfico de animación es un formato apasionante a la hora de transmitir sensaciones y que poco a poco ha ido ganándose un prestigio casi a la altura del que ha logrado el oficio de las series contemporáneas por ejemplo.

Recientemente me llama mucho la atención como las grandes producciones cinematográficas en no pocas ocasiones se van casi a las dos horas y media de metraje. A veces el resultado y la inversión de tiempo merecen la pena, pero en otras descubrimos ejercicios de estilo impolutamente construidos aunque con muy poco que añadir a nuestras vidas, sin la esencia que hace trascender al arte a una esfera superior.

Considero por ello oportuno rendir homenaje a una serie de cortos de animación, tres en concreto, que me conmovieron especialmente en un suspiro. Su espíritu, su planteamiento y su capacidad de transmisión les hace merecedores de que aquellos que no los conozcan puedan sumergirse en semejantes exhibiciones de talento y emoción. Aquí van.


More (Mark Osborne, 1998).

Pocas veces en tan pocos minutos se han llegado a cuestionar tantas aflicciones humanas juntas. La ilusión que persiste por vivir, la explotación obrera, la alienación productiva -y su consecución consumista- y la abominación de convertirse en aquello que uno odia.

Con el telón de fondo de una sociedad decadente robótica y gris, donde el único calor y color son la remembranza de aquello que nos impulsa a imaginar otra vida posible, y acompañados de la preciosa banda sonora que supone la evocadora Elegia de New Order, resulta escalofriante el determinismo que en ocasiones hace sacudirnos desde un rol de explotados a otro como explotadores. Una manifestación más de lo difícil que resulta permanecer fieles a nuestros principios y sueños más puros sin que el condicionamiento externo los permute.

Por desgracia, el devastador movimiento de nuestros días y el posicionamiento social o éxito envenenado nos pueden acabar convirtiendo en monstruos, eso sí, sin ninguna luz que nos guíe en lo sucesivo.

Sólo en la resistencia está el fracaso victorioso.

El círculo abominable.



La maison en petits cubes (Kunio Katô, 2010).

Doce minutos al fondo del corazón, al fondo de nuestras vidas. Una retrospectiva de la existencia conmovedora, sencilla y que deja ahogado en lágrimas.

Inteligente y sentida, es mejor enfrentarse al corto sin saber nada acerca de él. La sensibilidad nipona de nuevo majestuosa, como una caricia capaz de provocar maremotos en el flujo sanguíneo. Sin voz, acompañados de una música certera y cómplice en un viaje no sé si al pasado o al futuro, al anhelo o a la melancolía venidera.

Un canto al valor de vivir, al honorable arte de envejecer y amar. La metáfora que con más lirismo me ha agitado nunca.

Radiografiando la vida.


Head over heels. (Timothy Reckart, 2012).

Un hermoso retrato sobre la costumbres adquiridas en las relaciones afectivas crepusculares. Un distanciamiento paradójicamente cercano e inexpugnable. Sólo los destellos que rememoran el pasado, la nostalgia que embellece lo pretérito adornándolo con la vitola de la invencibilidad, permiten acercar los corazones erosionados.

Llena de verdad y hondura. Y cómo no al final, por mucho que un fetiche del amor perdido en el tiempo hiciera el efecto deseado de acercar lo inabarcable, los entrañables ancianos continúan su andadura "separadamente juntos", hasta el final. Como cuando andamos con una piedrecita dentro del zapato pero el brío de llegar es mayor que la molestia de parar.

Separadamente juntos.


Y hasta aquí mi homenaje. Si alguien no conocía alguno y le ha gustado, que no deje de difundirlo. Seguramente estos pequeños destellos harán más hermoso el mundo por difícil que parezca.


No hay comentarios:

Publicar un comentario