miércoles, 1 de mayo de 2013

Los corazones silenciosos: el cine de Cesc Gay.


Creo que vivimos en un mundo en el que más que nunca estamos rodeados de estímulos comunicativos a través de los miles de canales de información que ha traído la existencia de internet y, más aún, tras la existencia de las llamadas redes sociales.

Sin embargo, considero que el ser humano nunca ha dicho tan poco de sí mismo hablando tanto; o si se prefiere, nunca se ha banalizado tanto la comunicación; Ésta se ha convertido en un nuevo medio de consumo rápido, inconsistente, intrascendente y esclava de una saturación tan abúlica como olvidable. En resumidas cuentas, estamos presos de una soledad compartida global.

En este entorno, me resulta interesante como las distintas personas filtran sus emociones y sentimientos de una forma tan trivial, desacomplejada y fútil, como la trascendencia que debiera albergar aquello que nos da el aliento cotidiano para mejorar nuestra existencia se convierte en algo tan vulgar y expuesto.


En este entorno tan difícil de asimilar para mi persona, surge por contra el cine de Cesc Gay, un director que como pocos juega con los engranajes que contienen todo el magma interno que nos atora y que demanda reventar a pesar de nuestros mecanismos de autodefensa. Hoy mi artículo es un homenaje a su cine y las constantes que en él emplea.

Recuerdo que mi primer acercamiento a su obra, no me satisfizo mucho. Se trataba de una obra acerca de la pujanza adolescente y la amistad, del despertar iniciático en el sexo, los coqueteos homosexuales como plataforma hacia la definición de uno mismo, las primeras decepciones, etc. La verdad es que no dejó ningún poso en mí. Me refiero a Krámpack, que a lo más que aspira es a recordarse como la expresión que utilizaban los protagonistas masculinos para masturbarse mutuamente.

Quedaba mucho talento por demostrarse y perfilar la que sería su constante ejemplarmente dibujada a través de tres películas que pasaré a analizar: En la ciudad, Ficción y Una pistola en cada mano: todas maravillosas, sutiles y reflexivas sin resultar pedantes o ambiciosas en exceso, cosa que se agradece en tiempos donde la mayoría de los artistas luchan por trascender montando, a veces, edificios de vacuidad insultante.

En la ciudad (2003), es sin lugar a dudas su gran obra. Hermoso escenario coral que analiza con fino bisturí las inquietudes subterráneas de la burguesía barcelonesa. Como madrileño, siempre me ha fascinado la pátina moderna, europea e idealizada que siempre nos han transmitido al hablar sobre Barcelona a los que no somos oriundos de allí.

En mis viajes a la ciudad condal, he quedado prendado de sus calles, de su atmósferas y del hecho consumado de que los transeúntes cuando pasean por sus calles, no se paran a mirar a nadie, van inmersos en sus propias vidas. Madrid es castellana, caótica, visceral sin evitar ese ramalazo vulgar, pero a la vez tan veraz: no importa tanto perder las formas, salirse del guión y resultar grotesco en su justa medida.


Está claro que esto es una opinión personal sin más, pero sí creo que el pudor catalán, esa manera de resultar contenido y correcto, es una seña de identidad muy propia de Barcelona y a la que Cesc Gay acude de forma reconocible y fundamental. Otro pilar clave es la clase media acomodada sobre la que suele cimentar las vivencias, secretos, insatisfacciones y paripés varios el director: no cabe duda de que, cuando el poder adquisitivo y la comodidad se asientan en nosotros, el miedo al cambio, la cobardía, la sostenibilidad de la abulia, cobran un protagonismo primordial sin que eso sea óbice para que el anhelo por ser de otra forma y romper con ese palacio de cristal de mentiras auto-impuestas estalle.

Y en eso consiste En la ciudad, en las vivencias cotidianas de un grupo de amigos tan reconocibles en su vínculo como desconocidos en sus interioridades devastadoras y sordas. Al igual que ocurre con Woody Allen o Mike Leigh, el cine de Cesc Gay se construye a través de diálogos elaborados que consiguen aunar naturalidad con golpes bajos -en ningún momento exagerados gracias a la contención burguesa que tan bien dibuja- aportando una visión entre patética y lastimosa del ser humano civilizado.

Ficción (2006), la segunda elegida de esta recopilación, se centra más en lo particular. Una película pequeñita que centra mucho más el mensaje en lo concreto, en un protagonista, el siempre maravilloso en todas Eduard Fernández, uno de mis actores predilectos, que encarna a un director de cine con una vida hecha en torno a su familia que se enamora de una mujer, la actriz Montse Germán, durante un retiro en busca de inspiración para terminar un guión.


A través de las reiteradas escuchas de la preciosa "Love letter" de Nick Cave, la cinta expone los mecanismos de represión que ejerce nuestro instinto de conservación, y de cobardía por qué no decirlo, por doblegar nuestras pasiones a su recio compás. Un análisis del Super-yo freudiano, en otras palabras. Podríamos decir que Cesc Gay construye aquí el segundo eslabón de la cadena pudor-represión-confesión que tiene en la reciente Una pistola para cada mano el tercero.

Es curioso como esa cadena ideada es un proceso en sí mismo lineal que sufre la persona al experimentar dentro de ella un determinado estímulo que hace zozobrar su nave: primero, la vergüenza al sentirlo; después, el aleccionamiento por desarrollarlo y, finalmente, la necesidad de hacerlo supurar y limpiarlo. Un "psicologismo" sencillo, real e identificativo por cualquier espectador con un mínimo de hambre por vivir.

Decía que Una pistola en cada mano (12) era el eslabón de la confesión. Y, dentro del papel que juega cada uno en esa cadena, todos resultan sobradamente identificables con el realizador.


El pudor y la represión se rompen por fin para dejar patente la situación entre ridícula y grotesca generada por las pequeñas grandes tragedias cotidianas que esta vida nos depara. La capacidad de empatizar e identificarse el público con alguna de los muchas disfunciones existenciales que dispara el director es una vez más notable. Especialmente certera resulta esta vez la visión del género masculino, en exceso quizá caricaturizado, pero no exento de la verdad que más escuece y desenmascara sus flaquezas.

Y hasta aquí mi homenaje al cine de Cesc Gay, una persona que describe la carcoma invisible con visión Rayos-X; la cobardía, el acomodamiento, la decepción y el fracaso llevados con la dignidad que el moderno y seductor entorno urbanita maquilla, pero no erradica, como ocurre con las arrugas que nuestra piel regala sin piedad.

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