A la hora de pensar en la entrada para el blog de esta semana, se me ocurrió dedicársela a todos esos sonidos adscribibles a una determinada forma de filtrar la emoción y conmovernos a través de la música y que, sin embargo, tantas etiquetas aledañas distintas recibe.
Me refiero a esos espeleólogos del corazón, a esos creadores de edificios de belleza y tristeza reflexivas a la par que cautivadoras. Drone, neoclásico, ambient, post-rock...son meras palabras para definir y acotar una música que se escapa a los propios campos semánticos para, una vez más, trascender al lenguaje.
Pensé en hacer una recopilación de artistas o discos referenciales, en plasmar esta sensación que busco a duras penas transmitir y que, con todas sus singularidades y riqueza cromática sonora, convergen en el cauce de la sangre que nos da oxígeno para seguir respirando en el mundo.
Jóhann Jóhannsson, Helios, Ólafur Arnalds, Stars of the lid, Hammock, Max Ritcher, Dustin O'Hallaran...fueron algunos de los nombres insustituibles que se me vinieron a la cabeza de primeras. Y, por supuesto, Eluvium. El caso es que reflexionando posteriormente y viendo la heterogeneidad dentro de un todo bullente de cohesión, me percaté de que Eluvium, o lo que es lo mismo, Matthew Robert Cooper aunaba a través de su obra la casi totalidad de virtudes y sonidos asociables al conjunto de artistas.
Ese ha sido el motivo por el que, al menos de momento, me centre en la figura del norteamericano y dedique este artículo a reivindicar y repasar la carrera del fastuoso e indescriptible universo Eluvium.
Recuerdo mi primer contacto con su trabajo, Copia (07). Un disco que supuso una digestión lenta, lleno de pasajes evocadores, todos por supuesto instrumentales, donde pianos impresionistas herederos de Satie se mezclaban con ambient, con drones y con una capacidad de generar y transportar belleza pocas veces rescatable y que, al reventarte en el corazón, casi se declaraba inasumible.
Sigue siendo uno de mis discos predilectos, pero un acontecimiento fatídico en mi vida me llevó a caer rendido ante una obra anterior de Eluvium. Ese acontecimiento fue el fallecimiento por accidente de mi padre. Nunca es fácil superar o asumir la muerte de un ser tan trascendental y querido en la vida cuando ésta ha ocurrido de manera violenta: un día le dabas un beso de despedida mientras te regalaba un caramelo y al siguiente yo no existe, ya se ha marchado para siempre.
Esa pérdida en el eslabón de la vida y del afecto más humano e instintivo me descolocó mucho y aún ejerce la percusión de mis lacrimales mientras escribo estas letras. Entre los muchos refugios en los que uno puede ocultarse para superar el duelo y la penuria, está la música; y en este caso el disco fundamental fue el EP de Eluvium An Accidental Memory in the Case of Death (04). Escasos 20 minutos henchidos de música clásica tan sencilla como conmovedora.
De nuevo esas portadas maravillosas, tan identificativas y tan ensoñadoras, son un bosque misterioso y amable donde perder nuestros sentidos dejándonos llevar. Este siempre será mi trabajo preferido de Eluvium y ocupa un lugar referencial en mi imaginario emocional.
De igual forma que lo es su disco entre comilllas "en solitario" como Matthew Robert Cooper que, si bien no se aleja tanto precisamente de esta vertiente de Eluvium, supone una colección de pequeñas joyas al piano que lleva el adecuado título de Miniatures (08). Más alejado resulta el viaje intrincado hacia el minimalismo y los drones del ambicioso y ampuloso Talk amongst the trees (05). Bajo mi punto de vista, un disco bastante más inaccesible, más etéreo y distante sin resultar en absoluto vacío, todo lo contrario: una obra que exige en el receptor poner de su parte para descifrar esa sustancia mágica que fluye lenta y constante como los enigmas de las pasiones más sutiles que nos brinda la existencia.
Lambent Material (03), su primer trabajo, lo tengo poco trabajado y no recuerdo honestamente demasiado su transmisión. Lo que sí me resultó una pequeña tragedia, fue hace tres años su vuelta con Similes, una decepción en toda regla que nos traía incomprensiblemente varios temas con la voz del artista dejando mucho que desear, al igual que en otro orden de cosas le ha ocurrido a Moby. Afortunadamente, el tirón de orejas debió ser inmediato por gran parte de fans y crítica, y ese mismo año edita Static Nocturne, cincuenta minutos de minimalismo y ambient que conforman un solo tema con las constantes que dibujan ese constructo antitético de distancia y emoción: sutil y lejano, impropio y cotidiano a la vez, como una caricia bastarda torpe y anhelada.
Y justo mientras escribo, me encuentro feliz ante un regreso por todo lo alto con su recién editado Nightmare Ending (13), álbum doble que conjuga todas las virtudes y las variables de lo mejor de su trayectoria en más de ochenta minutos que, por fin, reconcilian mi alma con el latido de un genio extraño y brumoso.
Os invito a sumergiros en la belleza que trasciende el transitar diario, en los futuros restos del ser humano cuando ya se haya extinguido: su legado artístico, el verdadero testimonio del alma.
Una pequeña muestra del tesoro que se esconde tras Eluvium.
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