El pesado aroma que sucede a la pasión impregnaba el cuarto. Tumbados sobre la cama a oscuras y en silencio aguardaban la llegada del fin del mundo; Así semana tras semana, hasta comprobar por ellos mismos que nadie muere en domingo.
Est mes, la carta sonora de Talk to Him habla de muchas cosas. Habla de la pérdida de la niñez, del desplome de la inocencia, de la fragilidad de la ilusión, del ecosistema de los sueños, del valor de creer, de la ausencia de fe, de aceptar el cambio, de enamorarse de la tristeza...
Y lo hace a través de la única banda capaz de conglomerar todas esas emociones con un disco irrepetible. Nos referimos a The Smashing Pumpkins y a su trabajo más sublime, el barroco Mellon Collie and the Infinite Sadness. Un recorrido por una etapa fascinante; un universo personal e intransferible llevado al extremo de los sentimientos.
Algo desmesurado para algunos y que, para aquellos y aquellas que llevamos bien dentro su significado, es sólo la punta del iceberg de una sensibilidad que nos acompañará hasta que dejemos este mundo. Una carta dedicada, fundamentalmente, a quienes sienten la tristeza más inevitable: la de haber sido un día felices.
Podría escribir muchísimas más cosas sobre esta banda y este disco, pero creo que ya hice un acercamiento lo suficientemente personal y emotivo como para recomendar su lectura en este mismo blog si deseáis profundizar más en este fragmento de corazón perdido en las espirales del tiempo y el espacio. Podéis hacerlo aquí.
Por cierto, si lo hacéis, os recomiendo prestar atención a los testimonios de los lectores que quisieron compartir sus vivencias y recuerdos asociados a este mapa ventricular de cruda realidad, encendidos sueños e inevitable tragedia.
Como extra final a esta entrada del blog, os dejo el concierto acústico grabado en 1996 en Madrid por Smashing Pumpkins, en plena gira Mellon Collie & The Infinite Sadness, coincidiendo con su paso por España, poco antes de la trágica muerte de su teclista Jonathan Melvoin y posterior expulsión de Jimmy Chamberlain de la banda. Disfrutad esta pequeña joya.
Las pasadas navidades recibí de las dos personas que más quiero en el mundo un regalo muy especial: la edición del boxset de Mellon Collie and the infinite sadness,la obra magna de Smashing Pumpkins. Con esta entrada no quiero referirme a los aspectos de la preciosa caja, ni a todo el material extra o artístico del que dispone, sino que, aprovechando este momento tan emotivo como ha sido el propio lanzamiento y el hecho de serme ofrecido por dos seres tan amados, rendir tributo al disco que, junto a Ten de Pearl Jam (leer aquí lo que significa para mi el debut de los de Seattle) más ha significado en mi existencia.
Si hay dos bandas en mi vida trascendentales, esas son Pearl Jam y Smashing Pumpkins. Ambas conforman las dos caras de la misma moneda que es mi sensibilidad. Desde muy joven he necesitado su escucha para canalizar mis distintas vivencias, sueños, anhelos, dudas o frustraciones a través de su música. Smashing Pumpkins en concreto me despertaban la sensación de ansiar amar y ser amado, de enamorarme de forma explosiva y dejar correr el torrente de emociones internas que eso supone sin freno alguno y, sobre todo, la de embarcarme en la misión quimérica de encontrar a esa persona tan especial que debía de estar respirando en algún lugar del planeta capaz de permitirme sentir lo anteriormente descrito. Ya lo expresaba de forma clara "In the arms of sleep", la letra de canción que llevé escrita a bolígrafo verde en el cartón sobre el que tomaba apuntes en la universidad: "necesito a alguien que haga fácil pensar, pero a veces ese alguien es difícil de hallar".
Fue con el vídeo de "Cherub rock" cuando les conocí, cuando esa mezcla de dulce distorsión, guitarras asombrosas, batería pesada y polimórfica y esa voz nasal incómoda a la par que personal y conmovedora de Billy Corgan me sacudieron por vez primera.
Su disco Siamese Dream me cautivó muy pronto, su sonido tan apasionado, su lirismo sangrante por vivir, arrebataron mi impresionable corazón cargado de adolescencia volcánica y salvaje. Algo muy animal, muy instintivo, un disco de elevación máxima que me acompañaba los calurosos veranos donde los rayos de sol inundaban mi cuarto mientras catárticas mezclas de saltos, lagrimas y guitarrazos al aire inmortalizaron para siempre canciones como "Hummer", "Disarm" o "Mayonaise".
Así iba recibiendo las noticias sobre la gestación de Mellon Collie en aquellos tiempos que la radio era el medio de comunicación que nos las proporcionaba a través de programas que seguíamos devotamente; mi mente no paraba de fantasear acerca de cómo sonaría aquello, de a dónde me llevaría su escucha, qué tierras vastas e inexploradas de sentimientos vírgenes surcaría al sumergirme en el nuevo trabajo de Smashing Pumpkins. Sólo sabía que era un trabajo doble y que adelantaba ser un enlace entre los Pumpkins de siempre y una apertura hacia nuevos sonidos.
Un disco doble, madre mía, era el sueño más deseado por cualquier fan de la banda, el culmen de mis aspiraciones; los excesos barrocos y la ambición de uno de los grandes genios de por aquel entonces, un alma frágil y sensible capaz de permitírselo, dejando un testamento sonoro que traspasara las barreras de lo efímero. Y así fue: James Iha, D'Arcy, Jimmy Chamberlain y Billy Corgan afrontaron la obra como si fuera la última, vaciándose, sin dejarse nada en la recámara, un enfrentamiento entre personalidades difíciles en batalla constante que, sin embargo, al fundirse en la creación eran capaces de obrar maravillosas canciones.
Recuerdo la tarde que me encaminé al centro de Madrid a por el disco a unos grandes almacenes, posiblemente era el primer disco doble que compré en mi vida y recuerdo emocionado el decirme a mí mismo que "daba igual lo que costase, que lo compraría igual, con el dinero que me dieran mis padres o ahorrando". No sé, imaginaba que ese tesoro que para mi mente suponía aquello tendría un valor incalculable, algo a lo que no me podría ni acercar, como si fuera un talismán perdido en la torre más inexpugnable de un castillo. Y luego, ahora recuerdo con una sonrisa, estaba en oferta de lanzamiento.
Pero era ese valor añadido mágico, ese ritual, lo que hacía único cada instante; parece como si pudiera rememorar hasta el color de aquella tarde, hasta los pasos que di o hasta los murmullos de la gente paseando por las calles a mi alrededor. Y me doy cuenta de lo tan distinto que es todo ahora que casi tengo que abandonar el teclado para reponerme.
Por fin estaba en mis manos, y al poco estuvo en mis oídos, y muy pronto en mi corazón, dentro, perdido, encerrado y fluyendo constantemente en ciclos perpetuos. Los discos estaban divididos en base a la duración de un día. El primer CD se titulaba "Del amanecer al anochecer" y el segundo "Del crepúsculo a la noche". En los momentos más enfervorecidos recuerdo la escucha doble de ambos, dos horas seguidas inmerso en su sonido.
Pero de nuevo el ritual, la liturgia, conllevaba escuchar adecuadamente cada uno de ellos. A primera hora de la mañana, mientras divisaba el rojo amanecer por la ventana, escuchaba el primero y el segundo lo introducía en el lector antes justo de meterme en la cama con las luces apagadas por la noche. Así la travesía era más real aún, más palpable: miles de imágenes de duendes, murciélagos, fantasmas, océanos inabarcables, anillos misteriosos o estrellas mortecinas dibujan su halo a escasos centímetros de mí mientras que el asombro y el ensimismamiento no me permitían distinguir realidad de ficción, no sé si yo vivía a través de las canciones o si las canciones cobraban vida a través de mí.
Comenzaba a sonar el primer tema, la instrumental "Mellon Collie and the infinite sadness" y mientras los arreglos se iban añadiendo ya estaba listo para bucear y no querer salir a la superficie, era la llave para escapar a este mundo. Me recordaba cuando era pequeño y, cuando los adultos me preguntaban qué quería ser de mayor, sólo les contestaba que astronauta u hombre-rana.
Y ella explosionaba después en "Tonight, tonight", la elevación máxima de la banda, una orquesta llevando su sonido al infinito en una canción con unos versos clarividentes declaración de principios: "El tiempo nunca es tiempo en absoluto, nunca te puedes marchar sin perder un pedazo de juventud y nuestras vidas han cambiado para siempre, nunca seremos los mismos , y cuanto más cambias, menos sientes".
Con estos versos se podría resumir a la perfección las intenciones de Mellon Collie, un disco que habla de la pérdida de la niñez, del desperdicio de la juventud, del paso inexorable del tiempo y de las transformaciones a las que ello nos lleva.
Y eran versos que me hacían llorar, versos que posteriormente pedían creer en alguien y que alguien creyera en ti para amar y ser amado, para trascender a un cruel mundo y a las inclemencias de hacerse mayor. A veces parecía que eso podía ayudarte y otras que no era así, dependiendo de la canción: en la epopeya sónica de "Thru the eyes of ruby", esa creencia ya no servía "Pero la creencia no es ver, la creencia es sólo algo de fe y la fe no puede ayudarte a escapar", aunque al final de la misma el abrigo del misterio y de la irrealidad nocturna parecían ayudar con el grito desesperado y reiterativo de "La noche ha llegado para mantenernos jóvenes".
Al final parecía que eso era engañarse a uno mismo, otra solución que también fundía en la tristeza más absoluta como en "Galapogos": "No es divertido como fingimos ser todavía niños, dulcemente robados bajo nuestro manto del cielo y rescátame de mi, y de todo en lo que creo.", o bien en la más desatada de las furias ejemplificada a la perfección en la extrema "Tales of a Scorched Earth": "Miento sólo para ser real, y moriría sólo por sentir ¿Por qué las mismas viejas cosas siguen ocurriendo? Porque más allá de mis esperanzas no hay sentimientos".
La decepción y la pérdida estaban presentes de forma amarga en preciosos pasajes como "To forgive", un canto a dejar de sentir interés y pasión por las cosas "olvidé olvidar, nada es importante"a la par que cada vez uno se encuentra más solo en este mundo "sentí mi pérdida incluso antes de aprender a hablar y recuerdo mis cumpleaños vacías tardes de fiesta que no regresarán". Es el momento en que anclarse junto a alguien que sienta y padezca lo mismo para desvanecerse junto a él, buscar esa complicidad como ocurre en la bella "By starlight" "Ojos muertos, ¿eres como yo? porque sus ojos estaban tan vacíos como los mares, Ojos muertos, ¿eres como yo? Y desde el principio, sabíamos que seguiríamos adelante sólo para pertenecernos". O, si no encontrábamos a esa persona, encontrarnos a nosotros mismos en el espejo y recordar la invencibilidad transitoria de la adolescencia con nostalgia punzante a través de "1.979": "Con los faros apuntando hacia el amanecer, estábamos seguros de que nunca veríamos un fin a todo esto".
En lo musical, las señas de identidad de los espachurra-calabazas seguían presentes en perfectos ejercicios de estilo como "Jellybelly", tres minutos que condensaban lo que hasta entonces había sido su carrera o en cantos elevados como "Muzzle" a través de la que uno trataba de congraciarse al fin y al cabo con el amor a la vida por difícil que pareciera tras asimilar cada una de nuestras vivencias: "Y supe del significado de todo, Y supe de la distancia que hay al sol, Y supe del eco del amor , y supe de los secretos de tus agujas , y supe del vacío de la juventud , y supe de la soledad del corazón , y supe de los murmullos del alma ,y el mundo está dibujado en tus manos , y el mundo está grabado en tus manos , y el mundo tan difícil de entender,es el mundo sin el que no puedes vivir".
El extremismo en la expresión de las emociones era latente en los surcos de la obra, ya fuese a través de riffs de guitarra violentos como los de la demoledora "Zero", poseedora del verso que más escribí en las mesas de la facultad posiblemente: "intoxicado por la locura, estoy enamorado de mi tristeza" -y una de sus mejores canciones sin asomo de duda-, las guitarras entrecortadas de "Here is no why", o el rasgueo incisivo y los dislocados tirones/parones de "Fuck you (an ode to no one)".
Pero lo que impresionaba era la forma de cantar, o de no cantar mejor dicho, de Billy Corgan: el grito desgarrado, el aullido desafinado y extremo se convierte en el último recurso de expresión de una persona vaciada al límite de sus capacidades transmisoras, dando hasta la última gota de sangre en las interpretaciones. ¿Quién no recuerda el grito final de "Bullet with butterfly wings" -su nuevo dardo envenenado a la vampírica industria musical-, o la demencia del estribillo de "Bodies"- impresionante tema que quizá sea mi preferido de la banda y que comparaba el amor con el suicidio en otro revés a la esperanza- o, por encima de todo, el "And into the eyes of the jackyl i say ka-boom" de "X.Y.U.", paranoica muestra de energía que venía a ser el nuevo "Silver fuck".
Otra constante tenía de nuevo sus momentos álgidos: los temas extensos y ensoñadores, auténticas mini odiseas dentro de la propia que suponía escuchar el disco. Junto a las ya mencionadas "Thru the eyes of ruby" y "X.Y.U." hay que mencionar especialmente "Porcelina of the vast oceans", epopeya lisérgica que trasladaba a una jornada a través de mares infinitos en búsqueda del brillo lejano y desvanecido del amor a lo largo de diez minutos desbordados por guitarras crepusculares.
Centrándonos en otros aspectos adscribibles al universo Pumpkin de la época, comentar que los iconos visuales pertenecientes a esa época y experiencias como verles en directo en el Festimad de Móstoles, son parte imborrable igualmente de mi persona: sus atavíos plateados, la omnipresente sudadera de "Zero", los cabellos teñidos de James Iha y D'Arcy, los poderosos brazos de Jimmy Chamberlain y el pelo aplastado repeinado de Billy Corgan como agonía capilar antes de raparse la cabeza, siguen siendo recuerdos de los cuales tengo que hablar al rememorar Mellon Collie.
El diseño y arte final del disco también me fascinaba. Apostaba por ilustraciones de corte clásico, en la mejor tradición victoriana, pertenecía a John Craig. Distintos collages donde animales fabulosos que parecían sacados de cuentos nos sumergían en acciones extrañamente humanas, contextos estrambóticos (conejos jugando al baseball, gatos casados por un cura perro, ardillas congregadas en un fumadero de opio...) que ayudaban a penetrar en la atmósfera intransferible del álbum, la guinda que faltaba para sentirnos como Alicia a punto de precipitarse por el hueco del árbol y entrar en otra dimensión.
Todo este panegírico asombroso e imborrable para mí y otros tantos miles de personas, sólo contaba con el pequeño inconveniente de una producción algo baja y difusa: Mellon Collie and the infinite sadness había que ponerlo muy, muy alto para lograr chocar de frente con todas las virtudes retratadas. De ahí la importancia de una remasterización, si bien toda esta pulsión que aún me sorprende sentir de forma tan meridiana y henchida, forma parte del pasado, del baúl abandonado a miles de leguas de profundidad.
De allí desde donde susurra "Stumbleine" que "nunca nadie entiende nada sobre mí y mis sueños perdidos en el mar".
El videoclip de "Tonight, Tonight" es una maravillosa representación del universo Smashing Pumpkins
aparte de un homenaje entrañable y fabuloso al cine mudo.