domingo, 3 de noviembre de 2013

El manifiesto desastre de Nacho Vegas.



Resulta extraño llevar un tiempo sin material de Nacho Vegas. Para los que nos consideramos fieles seguidores de su carrera musical, la espera es inquietante. Su último trabajo, La zona sucia (11), supuso una decepción para mí. En un intento de soltar lastre, de desnudar la canción y su narrativa a la mínima expresión, considero que mucha de la impronta del asturiano se quedó por el camino: Menos dramático y trascendente, más inteligente y sencillo.

Creo que es buen momento de recuperar la crítica que hice de, si no su mejor trabajo, sí aquel que supuso un exorcismo de demonios más a flor de piel y descarnado. Me refiero a El manifiesto desastre (08), su último gran tratado sobre, como él mismo diría, el terror que da vivir.


(Escrito originariamente para Muzikalia).


Mucho ha pasado desde la eclosión de esta obra magna, pero es merecido que, tras observar con perspectiva sus devastadores efectos, reflexionemos y saquemos conclusiones del desastre.

Nacho Vegas ha forjado una carrera brillante, tanto solo como acompañado, y El Manifiesto Desastre (08) es la cúspide de su trayectoria. Quizá no sorprenda tanto como Actos Inexplicables (01), ni sea tan insondable como Cajas de música difíciles de parar (03), pero lo que es seguro es que estamos ante su colección de temas más impactante, desgarradora y cruda. Y no me refiero a esas piruetas que tanto fascinan a los críticos acerca de reinventarse o explorar caminos, conceptos que son más forma que contenido, el motivo no es otro que la brutalidad terrorífica de su pluma, de cómo retrata el conflicto del vivir de una forma tan descarnada, directa y sobrecogedora. Sólo la experiencia permite inspirarse así, bailar en el filo de la navaja aportando a ese fundamento el aderezo creativo que, ya sí, cierra la canción.

En el plano musical, la hondura y cohesión conseguida por su banda actual, en concreto la expansión que logra a las teclas Abraham Boba, alfil de lujo tanto en estudio como en vivo, es también notable. Una producción no tan subrayada como la de Desaparezca Aquí (05), pero que con sutil viveza subterránea, remarca unas composiciones que lejos de ser livianas como sólo alguien desorientado tras una hoja de promoción pudo señalar tiempo ha, entrañan una carga emocional realmente efectiva y afectante.


“Dry Martini S.A.” abre el disco de forma solemne, con ese piano ya casi omnipresente. Primer envite ante la contradicción del actuar, de la derrota ante el amor fatal que lleva y conlleva al más absoluto vacío final. “Detener el tiempo” muestra otra de las obsesiones de Nacho, esa lucha por el hacer trascendente, sabiendo que sólo el nihilismo instantáneo nos cura de valoraciones estériles. Muy Dylan, uno de los cortes más discretos. La oscuridad sinuosa y tensa de “Junior suite”, intervenida por coros angelicales, cede paso a esa vacilada que se monta junto a la Rosenvinge: “Lole y Bolan”, coqueteos con el glam en un tema que más que por su sonido, llama la atención por la noción tan cínica e irónica de las relaciones infectadas.

Mucho mejor resultado aporta otra novedad estilística de Vegas como lo es “En lugar del amor”, influida por la ranchera de José Alfredo e inspirada en los versos de Pessoa; es un bellísimo canto al amor, triste, resignado y con esa melancolía sabia que madura con los años.

Las adicciones a seres y estares, otra marca de la casa, conmueve y agita como nunca con “El tercer día”, quizá el corte más intenso nunca escrito por Nacho, que, desbocado hasta la desesperanza, relata el temor de enfrentarse al vacío de un día tras otro sin el dulce veneno que sabías que mataba y resucitaba a la par. “Crujidos”, otra cima inapelable, es el corte más accesible en el mejor de los sentidos y supone la tristeza personificada de intentar salir una y otra vez de una condena sin éxito. Querer sin poder. Temblores.

El único canto a la devoción espeluznante de quien ama a pesar de los bandazos de los culpables, “Nuevas mañanas” –una adaptación al castellano de Guy Clark-, supone el único soplo de esperanza en un disco que abate inevitablemente de principio a fin, y más cuando al acabar con “Morir o matar”, te das cuenta que mientras existas la única opción siempre es matar. Desintegración plena en un clásico instantáneo a la altura trascendental de “El Ángel Simón” u “Ocho y medio”.

Y quien tenga tiempo de cuestionarse de si estamos ante una persona o un personaje capaz de componer e interpretar así, debería hacerse mirar un poco si lo único que es una puta mentira es su transitar en estado vegetativo desde hace mucho. Entre el dolor y la nada, yo también, elegí el dolor.

Dry Martini S.A.: Las terribles fauces del instante

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