martes, 20 de noviembre de 2012

Mad Men: El detritus se viste de corbata.



Tras eliminar el cerrojazo auto-impuesto a las series de televisión durante años, han sido bastantes las que me han volado la cabeza en los últimos tiempos: Breaking Bad, Dexter, Black Mirror, The Walking Dead, American Horror History...y, sobre todo, a la que rindo especial homenaje en esta entrada: Mad Men.

Reconozco que me costó unirme al carrusel de series que copan la oferta actual. Eran muchas las voces y opiniones que hablaban maravillas de ellas y, no sé, quizá por el ya de por sí ajustado tiempo del que disponemos no me decidía a decantarme por ninguna.

Qué duda cabe que la forma en que se dilatan temporada a temporada crearían una dependencia e inversión de existencia que sin duda debiera estar a la altura de lo que éstas fueran capaces de aportarme. Y, demonios, vaya si lo merece.

Los grandes guionistas, directores  y elenco de actores campean por ellas actualmente. Es más, es de tal forma así que, si comparo lo que me han enriquecido algunas en comparación a lo que lo ha hecho el cine de estreno en los tres o cuatro últimos años, desde luego concluiría que el séptimo arte no pasa precisamente por sus mejores horas al estar volcado el talento por el lado del serial.

Tradicionalmente, en mi pedestal siempre estuvieron Twin Peaks y A dos metros bajo tierra, dos series que me habían conmovido, cada una a su forma. La primera como cenit de la fascinación visual, obsesiva, onírica y mágica del universo Lynch y la segunda desde la perspectiva de mostrar magistralmente la fragilidad de la vida, sus decepciones y sus transformaciones desde una visión ácida y conmovedora a la par.


Y ahora en este Olimpo reducido irrumpe Mad Men. Por si alguien no lo sabe, la serie se sitúa en la Nueva York de los años 60's, en plena hegemonía del negocio publicitario, en el corazón de Madison Avenue, cuna de grandes y emergentes agencias de publicidad que se disputaban potentes anunciantes en un periodo de bonanza consumista.

Es habitual oír hablar acerca de las virtudes de Mad Men desde la perspectiva de lo bien que se encuentra recreada esa época histórica a la que se refiere, retrotrayéndonos sin problema a esos días y situaciones; o de la elegancia estética que destila su estilo, cuidando cada detalle, cada guiño capaz de ser apreciado sensorialmente hasta convertirla en una serie trufada de fetiches (trajes, peinados, copas de diseño, cigarrillos, coches, fiestas, canciones...); así es la propia publicidad: un mundo fetichista donde la distinción y el valor añadido aportan cualidades superlativas que erotizan nuestra mente hasta anhelar poseer un determinado objeto de deseo.


El contexto cronológico de acontecimientos históricos que de forma tangencial afectan a la trama están también muy bien perfilados en un periodo convulsionado por la lucha entre la vanguardia artística y el hippismo frente al conservadurismo. Destacar la crónica que sobre las distintas conquistas sociales hace gala Mad Men: la consecución de derechos para la población negra, la aceptación homosexual o la posición de la mujer en el entorno laboral, en el desarrollo de su independencia y, en definitiva, en su lucha por alcanzar un status quo en un mundo predominantemente machista.


El guión cumple un papel importante, sobre todo en el desarrollo inicial de la serie, pero la propia trama en sí misma que en casos como Breaking Bad adquiere la etiqueta de magistral, no es tan importante en última instancia en el devenir de Mad Men y más bien es un drama de situación, donde los personajes adquieren un poder simbólico extraordinario y cada uno perfila hasta la extenuación virtudes, defectos, carencias y deseos.

Por otro lado, como licenciado en la materia y persona que ha trabajado años en la profesión, me resulta divertido e irritante -por los sinsabores que ello crea en ocasiones- la plasmación de todo el entramado publicitario, las relaciones con clientes, medios, las defensas de estrategias o conceptos ante anunciantes, los rechazos despectivos a las ideas que tanto ha costado construir o los vivificantes momentos de exuberante creatividad que fluye de nosotros convirtiéndonos coyunturalmente en seres invencibles por absurdo que parezca.


En mi experiencia personal como redactor en el mundo de la publicidad, he vivido momentos patéticos como cuando mi director de agencia llegó borracho a la oficina para despedir a un compañero al no tener valor a hacerlo sin estarlo y encima nos lo contó después; cómo afamados médicos de una compañía de hospitales anunciante llegaban a altas horas de la tarde para encerrarse con mi jefe en el despacho con una botella de whiskey por medio mientras los demás nos íbamos a casa, esa cárcel a la que ellos no quisieran regresar y ahogaran torpemente en alcohol; ver llegar fastuosas cantidades de comida encargadas para "compensarnos" esas horas extra en las que no podíamos ir ni a comer para que el trabajo saliera para la presentación de las 18.00h -sin remunerar, claro, "aquí se sabe cuándo se entra, pero no cuándo se sale"-; o cómo debiera defender estrategias o ideas creativas que ni siquiera eran mías al haber sido contratadas a un externo - sin saberlo el cliente, obviamente- y decirme con gesto adusto a la cara éste que no había entendido nada del briefing quedando ante sus ojos como un inepto por un trabajo malo que debiera fingir haber hecho yo y entonar humillado, además, el mea culpa.


En fin, imborrables miserias varias que ahora disfruto con una sonrisa entre la melancolía y el sarcasmo sentado en un sofá al ver los diferentes episodios y observar retratadas tantas circunstancias similares.

Hasta aquí el plano formal, "impecable", pero quisiera hacer especial mención al trasfondo de todo esto: el plano "implacable". Me sorprende no pocas veces cuando hablo sobre Mad Men con personas como obvian todo el trasunto subterráneo que late en la serie de forma perniciosa y expuesta: la insatisfacción personal y la terrible soledad del éxito, items tan capaces de hacer tambalear al espectador que entiendo que el espejo ante el que muchos y muchas se encuentran les haga mirar para otro lado evitando su imagen.

Pues tranquilos, que aquí estoy yo para sujetaros bien fuerte los párpados y separarlos de vuestros ojos cerrados a la fuerza.

Lo primero que llama la atención es la hipocresía que campea a sus anchas en las relaciones laborales. Una hipocresía ocultada por palmadas en la espalda ajena y cuchillos escondidos tras la nuestra. A esto añadamos la envidia corrosiva, el ansia por derribar al adversario, por conseguir una pequeña victoria profesional que ahogue las terribles derrotas que en el plano personal copan la vida.

Vidas de cara a la galería: naturalezas muertas de bonita esposa jarrón, bebé, piso y coche ejemplares que exponer ante los semejantes, mientras se desea al resto de mujeres, que el bebé crezca y nos deje en paz, vivir de alquiler en un picadero y llevar a todas en un Jaguar.


Y, por supuesto, la humillación del empleado, la exhibición grotesca del dedo índice superior señalando tu error o, peor aún, haciéndote partícipe de aquel que no fue el tuyo, carrusel implacable sin ningún reparo de desprecio bajo ventanales diáfanos.

Y como ente antropófago reinante está omnipotentemente retratada la dictadura de la entrepierna, auténtico motor del mundo. Resulta doliente y real la forma en que el sexo es reflejado en todas su vertientes: desde la de la desintegración del deseo, desde la del engaño, desde la del peligro, desde la de la transacción comercial...,es decir, desde todas aquellas alejadas de la primigenia naturaleza revitalizante y sin efectos secundarios.

Porque el placer lleva implícito el dolor y todos lo sabemos; y el buscar es el motor de nuestras vidas, y no el encontrar, antesala del perder; y porque todo cansa, paradójicamente sobre todo aquello que utilizamos para descansar del cansancio, y porque lo eterno se resquebraja y porque el precio a pagar por encontrar una salida te consumirá aún más, te hará sentir más despreciable mientras luces la sonrisa del éxito ante los demás si tu situación te lo permite.


La miseria existencial nunca ha sido retratada con tanto vigor y decadencia impoluta. Tanta beautiful people herida de muerte, remendada con mil paraísos artificiales para escapar de todo menos de lo que fundamentalmente se busca: hacerlo de uno mismo.

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