jueves, 27 de diciembre de 2012

The Afghan Whigs: Black is the colour.


(Dedicado a todas las personas que quise, quiero y querré que aman a The Afghan Whigs).

Si existe una banda que ha retratado las aristas afiladas del amor desde todas las perspectivas posibles, esa es The Afghan Whigs. Hoy la rindo tributo.

Baste decir para presentarles que se trata de uno de los grupos de música más injustamente infravalorados de los no menos infravalorados 90's. Adscritos en sus inicios al embrión del universo grunge por su primitivo sonido pastoso, inmediato y sucio, no tardaron en evolucionar y convertirse en una de las formaciones más inmensas del planeta por mucho que la fama no les fuera reconocida. Ellos son los alquimistas que mejor supieron pervertir la música negra para hacerla rock o, si se prefiere, sublimar la electricidad seminal y convertirla en oro negro.

Cualquiera que se haya acercado a su mundo, ha quedado prendado del halo envolvente que transpira su música, esa sugestiva ceremonia mezcla de perversidad, derrota, deseo, lascivia y engaño, una auténtica misa negra con la que expiar los pecados o crear la escena adecuada para cometerlos; las dos caras de la misma moneda, la de la víctima hecha verdugo y viceversa: un juego de poder extraño, magnético y delirante como lo es la pasión y cada uno de sus efectos secundarios devastadores.

Con ellos nos hemos lamido las heridas o hemos afilado a la luz de la luna las cuchillas bajo su sofisticada atmósfera elegante y letal a la par. Un todo indisoluble, un artefacto enigmático que nos hipnotiza y hace reincidir en sus vicios y virtudes. Nos convierte en más humanos, imperfectos, vulnerables y nocivos.


Su cabeza visible, Greg Dulli, es -nunca mejor dicho- un gentleman lujurioso a la vez que frágil, pasado de vueltas a la par que quebradizo, un animal bello que convierte su sudor en icor de dioses. Acompañándole, un juego de figuras de poder imbatible: los tirones de guitarra que más se nos han clavado adentro de Rick McCollum y el oficio y presencia de un bajo de clase inconfundible, el de John Curley. Los distintos baterías, resto de instrumentistas y voces colaboradoras que han pasado por la formación a lo largo de los años son, cada uno a su forma, mimbres firmes sobre los que los exquisitos directos y trabajos de estudio de The Afghan Whigs alcanzaban la excelencia.

Con sus pasos iniciales a través de Big top Halloween (88) y Up in it (90) aún encontrábamos demasiada grava por licuar, apelmazamiento y rabia desbocada. Sin embargo, a partir del EP Uptown Avondale (92), la banda demuestra que una cosa es hacer versiones de artistas y otra apoderarse del espíritu de una canción que se ama y poseerla con fruición hasta hacerla tuya. Desde entonces será esta una faceta que cuidarán y dejarán para la posteridad auténticas maravillas: Prince, The Clash, TLC, Hole, Bob Dylan, New Order...da igual la naturaleza de la fuente: el pérfido genio demoníaco de Greg Dulli y sus acólitos la convertían en algo superior, intransferible, tan propio como el alma.

Congregation (92), con esa reveladora portada de una mujer negra desnuda protegiendo en sus brazos a un bebé blanco es ya la auténtica primera declaración de principios de su obra. Blanco y negro, contrarios hechos complementarios para amar,odiar, sufrir, mentir, crear y, en definitiva, vivir. Sus dardos más desnudos y sentidos se escondían al final: "Let me lie to you", "Tonight" y el rescate oculto de "Miles iz ded", forman una de sus concatenaciones más inmortales, si bien esto será por inverosímil que parezca superado en sus trabajos posteriores. Y es que no me tiembla el pulso para catalogar de obras maestras a Gentlemen (93), Black love (96) y su canto del cisne de calidad y gusto excelso, 1965 (98).

Gentlemen (93) es el disco más doliente, con el que el desengaño y el fracaso del amor más fuerte golpeó a Greg Dulli. Con una de las portadas más bellas que recuerdo: una niña y un niño inocentes jugando a ser mayores en un cuarto, con dos miradas que no se encuentran: la de ella apuntando a la víctima y la de él al futuro incierto, al terrible juego del aislamiento recíproco, de las espaldas silenciosas, de la bajada de bandera, de claudicar y rendirse ante la muerte del afecto.


La miseria con la que buscar calor en los brazos de un/una cualquiera de "Be sweet" tras ser abandonado, la incomunicación viajando en los corazones de los que comparten la misma cara mirando cada uno la orilla contraria al otro de "When we two parted", la prisión que supone no saber salir de una relación girando absurdamente sobre sí misma en "What jail is like" o "My Curse", el canto más desgarrador al fracaso amoroso, a los charcos de sangre y lágrimas en letal alquimia desintegradora donde Dulli deja la interpretación vocal a una escalofriante Marcy Mays, son tan sólo una muestra de los mordiscos devastadores que la escucha de Gentlemen proporciona. Es el canto de una víctima atropellada por el desamor y sus consecuencias.

Interpretación en Pinkpop del año 1994 de "Fountain and Fairfax". Las actuaciones de esa época eran desgarradísimas. 
Recomiendo, pese a su pobre calidad de visionado, el concierto de Reading de ese mismo año.

Y, claro, cuando la víctima alza su espíritu en otro mundo oscuro, demoníaco, sórdido y lleno de misterios y secretos, se reencarna en el peor asesino posible, en un despiadado ser capaz de condenar a la aflicción más descarnada a cada inocente que se cruce en su camino para institucionalizar la venganza más injusta y pérfida. Eso es Black Love (96): el auge del Áve Fénix aceptando que sólo convirtiéndose en aquello que uno odió antaño se puede restablecer el juguete roto en el que se quedó tras Gentlemen.

Ese "amor negro" se refleja en cada una de las vertientes del álbum, desde la musical a la emocional pasando por la gráfica. El viaje conceptual de un homicida desde que se deshace del cuerpo-y alma-, inicia un viaje en flashback bajo la mejor tradición film-noir a los episodios que le han llevado a cometer el asesinato.

La épica arrebatadora de "Crime scene part one", el puñetazo al rostro de "My enemy", el canto a la ausencia de la bellísima "Step into the light", el viaje de placer envenenado junto al socio del demonio hacia la traición irrefrenable de "Going to town", la mezcla desdoblada entre lo onírico y lo real de "Summer kiss" y, por encima de todo, el cierre colosal de "Faded" -canción que, tras componerla, hizo que Greg Dulli telefoneara a su madre y le dijese emocionado que "ya era un músico"-, son un conjunto de piezas con un aura misteriosa y letal. En ese puzzle la mentira y la felonía se justifican como armas de resurrección de los corazones para convertirlos en algo funesto: monstruos fagocitadores de vidas ajenas, succionadores de tuétano insaciables. Desprecio y savoir faire conformando, paradójicamente, al asesino por el que todos desearíamos ser desmembrados entre gritos y susurros.

Y llegamos a la sublimación máxima de la virtud hecha música con 1965 (98), de un gusto exquisito. Una historia de vampiros tras la mucha sangre drenada previamente, pero que siguen deleitándose tomando vino y escuchando a Marvin Gaye.

Con una elegancia sobrecogedora y la perfección hecha canción con The Royal Orleans Revue apoyando el culmen compositivo de The Afghan Whigs, "John the Baptist" -seguramente el tema que siempre anhelaron llegar a brindarnos-, o la clarividencia que les llevó a hacer canciones tan estimulantes en su compleja sencillez como "Uptown again" o "66", no es de extrañar que, pese a haber llegado tan lejos en perfección formal y devoción emocional, el hecho de no conseguir mayor cota de reconocimiento y éxito, a pesar de una crítica embriagada por ellos y una séquito de fans incorruptible y entregado, fuera el motivo, junto a la distancia geográfica entre los miembros, de la separación de una banda irrepetible.

Luego llegarían los sucedáneos con los discos de Twilight Singers de Greg Dulli, su disco en solitario Amber headlights (05), el proyecto junto a Mark Lanegan de The Gutter Twins o la inquietante propuesta de Rick McCollum a través de Moon Maan, pero esas son otras historias que no dejan un rastro de suculentas vísceras en hemorragia constante como The Afghan Whigs.

Intensísima interpretación de 1996 de "Faded" en RockPalast. Es difícil 
no emocionarse hasta las lágrimas ante semejante monumento lírico.


EPÍLOGO.

El año 2012 comenzaba con el anuncio por parte de la banda de reunirse para unos cuantos conciertos. Al ir transcurriendo el año, las citas fueron ampliándose con un éxito de convocatoria y demostraciones de forma inapelables.

En uno de esos shows, tuve la suerte de ver por fin a The Afghan Whigs, en Oporto (Portugal), el 9 de junio, junto a varias personas queridas. Ese fue uno de los conciertos de mi vida donde grité, salté y lloré en catarsis plena. Después, unas copas de vino de Oporto nos acompañaron sobre caminos rodeados de pinos bajo una inmensa luna llena.

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