viernes, 14 de marzo de 2014

Ensayo sobre el silencio.


"Vine a traducir el silencio de nuestra vida para pasarlo a limpio, 
antes de que la sordera de la soledad lo convirtiera en mudo".

Mi última entrada en el blog hablaba sobre la soledad. Ésta se la dedicaré a la forma predilecta en que muerde: el silencio. Creo que se encuentran emparentados, son confidentes la una del otro; tanto que, a través de las formas de interacción social actualmente en boga, no somos más que soledad y silencio amplificados.

El silencio es algo que tarda en valorarse en nuestras vidas, invadidas por el ruido y la algarabía desde que somos pequeños. Ocurre más aún cuando es ajeno; respetarlo en estos casos es un signo de aprecio y de comprensión fundamentales, si bien es imposible sin haber aprendido antes a hacerlo con el nuestro. Pero una cosa es evidente: valorar el silencio es crecer como persona. Paladear todos y cada uno de los matices con los que cuenta su uso y disfrute, es un placer en sí mismo y todo un arte saberlo manejar.

Erróneamente, se piensa en él únicamente como un indicador de aislamiento. Esta consideración me parece limitada e incompleta. Compartirlo puede convertirse en la forma de comunicación más penetrante: el silencio cómplice tiene un encanto que causa tremendo reparo romper, es un inmenso arco que abarca desde lo más sublime a lo más descorazonador.

Al hilo de esta reflexión, no puedo dejar de lado mencionar una de las letras más bellas jamás escritas con respecto a ello, la de la canción "The loudest sound" de The Cure: un niño y una niña sentados uno junto al otro, compartiendo el sonido más pesado, el del silencio, curiosamente pertrechado por una distancia emocional infranqueable, conmovedor afecto silencioso en un mundo con tanto ruido:

Side by side in silence
They pass away the day
So comfortable, so habitual...
And so nothing left to say

Nothing left to say
Nothing left to say

Side by side in silence
His thoughts echo round
He looks up at the sky...
She looks down at the ground

Stares down at the ground
Stares down at the ground

Side by side in silence
They wish for different worlds
She dreams him as a boy...
And he loves her as a girl

Loves her as a girl...

And side by side in silence
Without a single word...

It's the loudest sound
It's the loudest sound...

It's the loudest sound I ever heard

Existe una asociación muy fuerte y curiosa entre el sonido y el silencio. De hecho, creo que son del todo complementarios y logramos apreciar al uno por la saturación causada por el otro. Como sonido más superlativo a la hora de plasmar emociones, al menos en mi caso, está la música. Pues bien, el silencio sería la puerta de salida de ella. Tanto es así que, por ejemplo, la capacidad evocadora de escuchar canciones nos hace despertar la nostalgia y nos retrotrae a recuerdos dormidos en el lecho de la memoria para desvanecerse, finalmente, en forma de silencio. Para terminar mi inevitable referencia a la música, diré que compartir una canción en silencio es lo más cerca que estaremos nunca de entender a otro corazón.

No toca hablar de lo imprescindible que me parece el uso acertado, creativo y sugestivo del silencio en cualquier arte, pero, al menos, quiero dejar constancia de lo imprescindible que me resulta su tratamiento en este ámbito. Puesto a elegir uno, sin duda alguna me quedaría con el logrado por David Lynch y su capacidad expresiva sin límite.

Por tanto, el silencio es una forma de comunicación, habla y dice mucho de nosotros; nadie duda de que un simple gesto visual complementado por un tremendo silencio puede ser el mayor grito de socorro, de deseo o de tristeza. Igualmente, la respuesta más demoledora ante una pregunta, es el aplomo del silencio y el mejor contra-argumento ante los estúpidos, una mirada fija de escepticismo máximo, directa a los ojos y en completo silencio. Su capacidad visual se completa y evidencia considerando que nada nos hace sentirnos más observados que el silencio; de igual manera, todo lo que abandonamos nos vigila silenciosamente desde algún lugar inhóspito de nuestro pensamiento.

Su capacidad indicadora de determinados hechos es del todo contundente y meridiana: ante la inexactitud de la palabra, se levanta la certeza del silencio. Mismamente, a la hora de tomar una decisión o de sufrir un cambio, los más profundos y auténticos, lejos de ser proclamados a los cuatro vientos, ocurren a su amparo.

Su carácter delator es evidente, tanto que la letra pequeña de las personas se escribe en su silencio. Es acompañante cetrino de la quietud que invade tu espacio, tramando siempre algo. Y si comentaba su, digamos, cara más amable, también cuenta con su cara más demoledora, evidentemente. Tanto que su preponderancia dentro de una vida es, en sí misma, una forma de suicidio. Delata cansancio de vivir, mal disimulado por la propia expresión silenciosa. En estos casos, los presidios cotidianos en cada uno de los ámbitos en los que nos movemos, desde el más público hasta el más íntimo, se correlacionan con dicha expresión. En nuestras inevitables relaciones sociales, es todo un gesto respetar el silencio antes de caer en esas conversaciones agotadoras acerca de lugares comunes, transitadas hasta la nausea; y, por otro lado, en el aspecto más privado, si las camas hablaran, lo harían de cómo el placer se hizo silencio.

En la interacción humana, el silencio da para casos curiosos e irónicos, como el hecho de que haya personas que hasta cuando hablan expresan silencio; o bien, que haya muchas que resulten más inteligentes en silencio disimulando su torpeza existencial.

Sufrir en silencio y quejarnos a gritos es el contradictorio estigma de estos tiempos. Pero, de cualquier forma, el fastuoso edificio que construye la falta de ruido, invita a recorrer sus angostos pasillos y perdernos en sus cámaras intrincadas, de múltiples significados y estados emocionales. Recorrerlo es un viaje inevitable y fascinante hasta terminar en el último silencio ineludible: la muerte.

viernes, 28 de febrero de 2014

Ensayo sobre la soledad.

"soledad es escribir con el dedo en las ventanas y que nadie lo lea,
soledad es un espejo sin reflejo".


Nada nos acompaña con más fidelidad que la soledad. Éste pretende ser un breve retablo sobre el que trazar las pinceladas de su extraña concomitancia, aquella con la mirada más penetrante.

Llega un día en el que descubrimos que la soledad es, asombrosamente, independiente del número de personas que tengamos a nuestro lado. La soledad vocacional es un arraigo, no nos abandona ni estando acompañados. Tiene la facultad de convertir el silencio en mudo; de hecho, somos poco más que soledad y silencio amplificados al intentar comunicarnos con nuestro entorno en cualquiera de sus formas; cuenta con la facultad de unir distancias y, curiosamente, es la única enfermedad que se transmite a través de ellas.

Su travesura es tal, que no cesa de jugar con nosotros cortejándonos. Muchas veces duele y es inapreciable: la soledad de verdad, profunda e incisiva es la que produce no poder compartir las angustias que nos remueven por dentro con nadie. Al menos, afortunadamente, es capaz de distinguir el trato entre los que quieren estar solos y los que merecen estarlo; No hay mayor privilegio que la soledad voluntaria, ni mayor condena que la soledad forzosa. Duele mucho reconocer que ésta última es muchas veces una consecuencia del egoísmo.

Podríamos hablar de que, cuando es ganada a pulso, es también un acto de justicia. Es más, me atrevería a decir que, salvo en los casos de exclusión social, la soledad es casi siempre merecida. En cualquier caso, deberíamos ser capaces de llevarla con dignidad sea del tipo que sea. 

En ocasiones, se convierte en la anestesia del que está perdido, del que sólo sabe zurcir recuerdos en la piel de un presente donde no hace pie, del que ha dejado habitar al parásito de la ausencia dentro de ella. Somos tan bobos que pensamos que nos sienta bonita incluso.

También es una forma de llamar la atención en sí, el grito de socorro más intenso, una exclamación de afecto silenciado. Y, si logramos que alguien acuda al rescate, una y otra vez, y venga quien venga, el poso que nos queda dentro, finalmente, es la terrible soledad de uno mismo. Aunque, irónicamente, pienso que todo el que es capaz de hablar sobre la soledad, no está del todo solo. Para él es un capricho sibarita. En estos casos, es una filia para poner en común, una relación en constante crepúsculo que amplifica así su efecto devastador.

Si pensamos en ella como condena, Los dos tipos de personas sentenciadas a la soledad son, principalmente, los que no saben querer y los que no se dejan querer. Detesto, con especial deleite, los casos de orgullo en los que no se acepta la soledad en que uno vive, o a los resentidos que la valoran por el mero hecho de no saber estar con nadie. Son tan necios de no darse cuenta de que es la cosa que menos sabe pasar desapercibida.

Nadie duda de que, en la sociedad actual, compartir la soledad en cualquiera de sus modos, es el modelo de relación afectiva que se impondrá definitivamente. Eso se evidencia de forma terrible a través de internet; tal es así, que, cada vez que dejamos un apunte sobre nuestra vida personal por las redes sociales o por otra forma de comunicación virtual, la soledad y el aislamiento ganan una nueva batalla. 

Este espíritu de los tiempos se plasma con vértigo y ostentosa evidencia mucho más en la gran ciudad, convirtiéndola en la enfermedad urbana más letal: arrojar un mensaje en una botella por la taza del váter sería la metáfora de cualquier forma de comunicación, de todo intento estéril de acabar con la soledad a través de este ecosistema artificial.

Bienvenidos a la gran fiesta de la soledad globalizada.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Russian Circles: Memorial, Mi disco del año 2013.


El año 2013 será recordado para mí como uno de los más endebles musicalmente. Sin embargo, algunas obras como la que me ocupa, permiten confiar ciegamente en la posibilidad de sorprendernos aún con algo, el mayor atisbo de seguir vivos.

(Escrito originariamente para Muzikalia).

Para los amantes del rock instrumental en cualquiera de sus vertientes, Memorial (13), el último trabajo de Russian Circles, ha sido uno de los acontecimientos del año. Perfilando disco a disco su sonido, alejándose paulatinamente de la parte más metálica -sin perder por ello intensidad- y ganando en matices y atmósferas -sin resultar arquetípicos y con una fuerte personalidad labrada-, su quinto largo se me antoja su cénit.

Tras el reciente buen sabor de boca dejado por Empros (11), Memorial asienta sus bases en la emoción pura. Consigue trascender al propio sonido gracias a temas que logran llegar a la fibra, más allá de su elaborada concepción. Se me antoja un sustituto antológico de lo que fue Panopticon (04), obra cumbre, en mi opinión, de los añorados Isis.

A medio camino entre el sludge-metal atmosférico y el post-rock, en esa encrucijada que tan buenos resultados da si la inspiración y la verdad están detrás de las composiciones, es donde asienta sus bases Russian Circles en esta ocasión. Un trabajo podríamos decir conceptual, que se abre y se cierra con las acústicas "Memoriam" /"Memorial" -ésta última con la colaboración de Chelsea Wolf- y que nos brinda en su recorrido gemas impagables.

"Deficit" es el tema más duro, con unos riffs absolutamente demoledores, desde aquí se subraya el sobresaliente trabajo de Dave Turncrantz a la batería: simplemente de otro planeta. "1777" es uno de mis temas favoritos, virando hacia el post rock, pero con una densidad y oscuridad capaces de trascender etiquetas: intensa y emotiva.

El reposo tenso de "Cheyenne" me recuerda en sus texturas e intenciones a los logros conseguidos por nuestros admirados Toundra en III (12), y la contenida abrasión de "Burial" da paso a "Ethel", cuatro minutos inmortales para cada corazón que llegue a escucharlos. Directamente un hito, algo que muy pocas bandas podrán hacer en su vida. Pelos de punta, emoción directa, que traspasa, que revienta dentro tuyo y te desarma, inmovilizándote, como todo aquello que trasciende a la mediocridad lacerante cotidiana. "Lebaron" vuelve a sonar rotunda y afilada, ya como anticipo del cierre comentado.

Russian Circles alcanza con Memorial la categoría de primeros espadas dentro de un género capaz de lo mejor y lo peor. Su próximo envite quizá les lleve a ponerse la corona de reyes indiscutibles.

1777: Evocar sin evaluar la posterior caída libre.