"Vine a traducir el silencio de nuestra vida para pasarlo a limpio,
antes de que la sordera de la soledad lo convirtiera en mudo".
Mi última entrada en el blog hablaba sobre la soledad. Ésta se la dedicaré a la forma predilecta en que muerde: el silencio. Creo que se encuentran emparentados, son confidentes la una del otro; tanto que, a través de las formas de interacción social actualmente en boga, no somos más que soledad y silencio amplificados.
El silencio es algo que tarda en valorarse en nuestras vidas, invadidas por el ruido y la algarabía desde que somos pequeños. Ocurre más aún cuando es ajeno; respetarlo en estos casos es un signo de aprecio y de comprensión fundamentales, si bien es imposible sin haber aprendido antes a hacerlo con el nuestro. Pero una cosa es evidente: valorar el silencio es crecer como persona. Paladear todos y cada uno de los matices con los que cuenta su uso y disfrute, es un placer en sí mismo y todo un arte saberlo manejar.
Erróneamente, se piensa en él únicamente como un indicador de aislamiento. Esta consideración me parece limitada e incompleta. Compartirlo puede convertirse en la forma de comunicación más penetrante: el silencio cómplice tiene un encanto que causa tremendo reparo romper, es un inmenso arco que abarca desde lo más sublime a lo más descorazonador.
Al hilo de esta reflexión, no puedo dejar de lado mencionar una de las letras más bellas jamás escritas con respecto a ello, la de la canción "The loudest sound" de The Cure: un niño y una niña sentados uno junto al otro, compartiendo el sonido más pesado, el del silencio, curiosamente pertrechado por una distancia emocional infranqueable, conmovedor afecto silencioso en un mundo con tanto ruido:
Side by side in silence
They pass away the day
So comfortable, so habitual...
And so nothing left to say
Nothing left to say
Nothing left to say
Side by side in silence
His thoughts echo round
He looks up at the sky...
She looks down at the ground
Stares down at the ground
Stares down at the ground
Side by side in silence
They wish for different worlds
She dreams him as a boy...
And he loves her as a girl
Loves her as a girl...
And side by side in silence
Without a single word...
It's the loudest sound
It's the loudest sound...
It's the loudest sound I ever heard
Existe una asociación muy fuerte y curiosa entre el sonido y el silencio. De hecho, creo que son del todo complementarios y logramos apreciar al uno por la saturación causada por el otro. Como sonido más superlativo a la hora de plasmar emociones, al menos en mi caso, está la música. Pues bien, el silencio sería la puerta de salida de ella. Tanto es así que, por ejemplo, la capacidad evocadora de escuchar canciones nos hace despertar la nostalgia y nos retrotrae a recuerdos dormidos en el lecho de la memoria para desvanecerse, finalmente, en forma de silencio. Para terminar mi inevitable referencia a la música, diré que compartir una canción en silencio es lo más cerca que estaremos nunca de entender a otro corazón.
No toca hablar de lo imprescindible que me parece el uso acertado, creativo y sugestivo del silencio en cualquier arte, pero, al menos, quiero dejar constancia de lo imprescindible que me resulta su tratamiento en este ámbito. Puesto a elegir uno, sin duda alguna me quedaría con el logrado por David Lynch y su capacidad expresiva sin límite.
Sufrir en silencio y quejarnos a gritos es el contradictorio estigma de estos tiempos. Pero, de cualquier forma, el fastuoso edificio que construye la falta de ruido, invita a recorrer sus angostos pasillos y perdernos en sus cámaras intrincadas, de múltiples significados y estados emocionales. Recorrerlo es un viaje inevitable y fascinante hasta terminar en el último silencio ineludible: la muerte.
Por tanto, el silencio es una forma de comunicación, habla y dice mucho de nosotros; nadie duda de que un simple gesto visual complementado por un tremendo silencio puede ser el mayor grito de socorro, de deseo o de tristeza. Igualmente, la respuesta más demoledora ante una pregunta, es el aplomo del silencio y el mejor contra-argumento ante los estúpidos, una mirada fija de escepticismo máximo, directa a los ojos y en completo silencio. Su capacidad visual se completa y evidencia considerando que nada nos hace sentirnos más observados que el silencio; de igual manera, todo lo que abandonamos nos vigila silenciosamente desde algún lugar inhóspito de nuestro pensamiento.
Su capacidad indicadora de determinados hechos es del todo contundente y meridiana: ante la inexactitud de la palabra, se levanta la certeza del silencio. Mismamente, a la hora de tomar una decisión o de sufrir un cambio, los más profundos y auténticos, lejos de ser proclamados a los cuatro vientos, ocurren a su amparo.
Su carácter delator es evidente, tanto que la letra pequeña de las personas se escribe en su silencio. Es acompañante cetrino de la quietud que invade tu espacio, tramando siempre algo. Y si comentaba su, digamos, cara más amable, también cuenta con su cara más demoledora, evidentemente. Tanto que su preponderancia dentro de una vida es, en sí misma, una forma de suicidio. Delata cansancio de vivir, mal disimulado por la propia expresión silenciosa. En estos casos, los presidios cotidianos en cada uno de los ámbitos en los que nos movemos, desde el más público hasta el más íntimo, se correlacionan con dicha expresión. En nuestras inevitables relaciones sociales, es todo un gesto respetar el silencio antes de caer en esas conversaciones agotadoras acerca de lugares comunes, transitadas hasta la nausea; y, por otro lado, en el aspecto más privado, si las camas hablaran, lo harían de cómo el placer se hizo silencio.
En la interacción humana, el silencio da para casos curiosos e irónicos, como el hecho de que haya personas que hasta cuando hablan expresan silencio; o bien, que haya muchas que resulten más inteligentes en silencio disimulando su torpeza existencial.