viernes, 13 de julio de 2012

Entrevista a Nacho vegas


(Publicado Originariamente en Muzikalia)

Nacho Vegas


"Posicionarse ante determinados hechos es para mí un deber moral"

Abril 2012 - Raúl del Olmo

A veces dedicarse desde el lado furtivo y precario a esto de escribir sobre música tiene sus recompensas. Y la tiene por cosas como entrevistar a Nacho Vegas.



Como apasionado de su música, no pocas veces he podido dedicarle líneas elogiando virtudes y condenando defectos de su carrera, pero lo que desde luego nunca me ha decepcionado es su posicionamiento inquebrantablemente sincero, lúcido y comprometido.


En esta extensa entrevista, el asturiano me volvió a demostrar todas y cada una de estas consideraciones.


Haciendo retrospectiva sobre tu carrera, Nacho, me da la impresión de que has pasado de tener un estilo narrativo y descriptivo en tus canciones donde parecías no limitar su expansión, a una forma de componer más concreta y precisa hasta llegar a La Zona Sucia (11). ¿Obedece a una necesidad expresiva, artística o es algo coyuntural?


No, en absoluto es algo coyuntural. En alguna entrevista pasada se malinterpretaron mis palabras y daba la sensación de que había hecho canciones más cortas para que “cupiesen” en la edición en vinilo del álbum y obviamente eso es algo absurdo. En estas canciones sentí la necesidad de ser más sintético. La incontinencia es algo que a veces hay que reprimir; yo la admiro en algunos artistas, y en muchas ocasiones he sentido una pulsión que me empujaba a ella sin remedio, pero a la vez siempre creí que debía despojar a las canciones de todo aquello que no fuera necesario. Cuando escucho discos suelo advertir mucho más las cosas que sobran que las que faltan, y me pasa con los míos también. Coge a Daniel Johnston, por ejemplo. Lo que hace que sea un escritor de canciones tan genial es su sencillez, lo arrebatadoras que resultan esas canciones solo con su voz y un acompañamiento mínimo. Pero claro, llegar a ese grado de sencillez requiere un talento que no todos tenemos.


Vivimos tiempos convulsos, qué duda cabe. ¿Consideras que el compromiso social o la ideología en el artista son algo fundamental?


Desde luego, no entiendo la música sin que haya un grado de compromiso con la realidad, con el mundo en el que vives. No estoy hablando de algo explícitamente político; ese compromiso se puede percibir en el rocanrol primitivo, en la rumba festiva, en el jazz o en la cumbia. Lo que mata a la música es el desapego con la realidad. Eso ha pasado mucho en el mundo del pop: artistas que han dejado de hacer cosas interesantes cuando tienen éxito, alcanzan la fama y se recluyen en su torre de marfil, cuando pierden contacto con el mundo real. Mike Leigh decía que un director de cine nunca debería dejar de coger el metro, y eso es algo también aplicable para los que hacemos canciones.


Al hilo de esta cuestión, admiro tu valentía y arrojo al posicionarte de una determinada forma ante determinados hechos. ¿Es algo que echas de menos en compañeros de profesión? ¿Te irrita el tono inocuo de la mayor parte de los factores artísticos que, a mi juicio, actualmente presenta la escena musical?


Un poco sí, la verdad... Posicionarse es para mí un deber moral, y no creo que haya nada de valentía en ello. Quiero pensar que las cosas están cambiando, pero hace años la situación era más bien deprimente. El indie fue muy excitante al principio porque se creó una escena de la nada con grupos, sellos, fanzines, etcétera, que no tenían cabida en la gran industria. Pero después vino a ser la voz de una clase media muy desmovilizada y reaccionaria, aferrada a esa actitud tan cínica hacia todo, algo que aún veo en mucha gente, ese sarcasmo idiota tan condescendiente... Uf, eso sí que me cansa mucho. No hubo una alternativa al mainstream realmente crítica y eso es una pena, porque fueron años en los que nos iban echando poco a poco paladas de esta basura neoliberal en la que ahora estamos metidos hasta el cuello sin que apenas hubiera protestas. Hubo excepciones, claro, como el colectivo Ladinamo, en el que estaba involucrada gente relacionada con la escena indie y que supuso un foco cultural de resistencia activa desde la izquierda, del que hoy siguen saliendo muchas propuestas interesantes.


¿Hasta qué punto a Nacho Vegas como público la persona que hay detrás de una manifestación artística, el hecho de que sea un canalla o un ser despreciable, puede influirle en la apreciación y la posterior valoración de su obra? ¿Es posible abstraerse de ello? ¿Es moralmente aceptable?


A veces es difícil abstraerse de ese culto a la personalidad que rodea al mundo del arte en general y que es bastante estúpido, pero cada uno debe saber minimizarlo. A mí por ejemplo me gustan las novelas de James Ellroy pero él me parece un personaje repugnante. No sé cuánto habrá de impostura en ello pero no tengo el mínimo interés en averiguarlo. Uno de mis escritores favoritos es Pessoa, que era de derechas, y también lo eran Céline o Dámaso Alonso. Pero todos ellos lanzan una mirada muy crítica al mundo y revelan cosas de él. Lo que no tolero es el inmovilismo. En la música, por ejemplo, esas canciones planas que no me dicen nada sobre la vida, sobre mi vida. Eso que cantaban los Smiths en “Panic”...


¿Eres mitómano? ¿Entiendes que parte de tu audiencia llegue a mitificarte de forma solemne o sarcástica? ¿Qué sensación te causa?


Yo creo que la excesiva mitificación mata al arte, pero hay una cosa buena que tiene la cultura popular, o la del rock en particular, y es que crea mitos que se vienen abajo con mucha facilidad porque tienen mucho de ridículo. Es algo paradójico. Yo soy bastante mitómano, pero me encanta leer libros sobre, por ejemplo, el Nueva York de los 60, la época de la Factory y todo aquello, y comprobar que todo era bastante miserable y absurdo. Y sin embargo precisamente por eso no deja de fascinarme. Es un poco como ese lema de “kill your idols”...


Anteriormente has coqueteado con vías expresivas tales como los relatos cortos, llegando a publicarlos o a participar en filmaciones como la de El fulgor de Ramón Lluis Bande. ¿Has pensado en repetir alguna de estas experiencias? Hablando del escritor Ramón Lluis Bande, ¿habéis pensando en resucitar el proyecto Diariu?


Bueno, sigo escribiendo de forma paralela a las canciones pero es algo que requiere otro tipo de disciplina y de orden así que... no sé, tengo algo en proceso pero de momento no puedo decir mucho. Ramón Lluís es un gran amigo mío y seguimos colaborando de cuando en cuando de diferentes maneras. Ahora mismo está en marcha una serie de retratos audiovisuales llamada (ende) que está llevando a cabo con Luis Argeo, otro realizador asturiano, y yo he colaborado con algunos fragmentos musicales. La primera parte de esta serie se acaba de estrenar en LABoral, en Gijón. Es difícil de explicar en pocas palabras, pero se lo recomiendo a cualquiera; se trata de un recorrido por todo el litoral asturiano en el que van tomando la palabra hombres y mujeres que se van encontrando por el camino. Además, Ramón Lluís siempre está ideando cosas y sí que hemos hablado de hacer algo parecido a El fulgor, pero ahora mismo mi relación con las cámaras es más bien de antipatía mutua, así que de momento no lo veo...


La defensa de la lengua como patrimonio cultural y factor de identidad de un pueblo creo que es algo también crucial en estos tiempos globalizadores tan peligrosos. Supongo que parte de eso late tras la existencia de Diariu o más recientemente de Lucas 15 junto a Xel Pereda. ¿Habrá una pronta continuación a este proyecto más reciente?


Bueno, algo de militancia es inevitable cuando se trata de usar el asturiano, porque la condescendencia, cuando no directamente el desprecio, que los políticos que gobiernan en Asturies muestran hacia la llingua está consiguiendo que poco a poco desaparezca totalmente de los núcleos urbanos. Así que en cierto modo se trata de una actitud de resistencia, y de demostrar que el asturiano sigue vivo en la cultura y en la tradición. Xel acaba de grabar “Soledá”, una adaptación preciosa de un poema de Mánfer de la Llera, y sí, más tarde o más temprano supongo que habrá una continuación de Lucas 15.


Hablando ahora sobre alguna de las bandas en las que has militado, ¿cómo recuerdas tus días en Manta Ray? ¿Ves posible una reunión puntual, es algo que te gustaría?


Fue una época muy excitante, porque el recibimiento del primer disco nos sorprendió a todos y prácticamente de un día para otro empezamos a tocar fuera de Asturias, y compartimos escenario con muchos de los que hoy siguen siendo muy buenos amigos, como la gente de El Niño Gusano o Mercromina. Pero en realidad yo estuve en los dos primeros álbumes y la trayectoria de Manta Ray fue después mucho más larga y fructífera, así que si se llegaran a reunir sería más bien cosa de ellos cuatro.


Tu paso por Migala y aportación a discos como Arde, ¿hasta qué punto fue una experiencia que enriqueció tu carrera?


Fue importante, claro, hacer discos y giras es siempre un trabajo colectivo en el que tienes que dar y recibir, y de todos los que formaban Migala aprendí mucho, y además estaban en un momento magnífico. Pero fue un poco extraño volver a la disciplina de una banda, y por eso fue breve. Migala era un grupo de personas con muchas cosas en común pero a la vez muy heterogéneo, y eso trae consigo resultados estupendos pero también muchas complicaciones.


Siempre te ha gustado compartir aventuras artísticas con otros compañeros como con Enrique Bunbury o Chirstina Rosenvinge. Aparte de ese intento no concretado que comentaste por encima de hacer algo con Calamaro tiempo ha, ¿tienes idea de repetir esta experiencia con alguien en concreto? En caso de poder hacerlo con algún artista fuera de España, ¿quién te haría más ilusión?


Sí, cuando haces música ya te digo que compartir es algo muy importante, pero para hacer colaboraciones tan profundas como las que hice con Enrique o Christina se tiene que producir un encuentro y ver si salta la chispa. No es algo que se pueda planificar previamente, así que prefiero no decir nombres... Ahora mismo estoy involucrado en Fundación Robo, que es una plataforma colectiva de la que está resultando una experiencia muy chula.


El fetichismo que aún sentimos algunos por el formato en el arte y la música en concreto, ¿crees que sobrevivirá a la futilidad del aquí y ahora al apreciarse en estos días el arte como una forma más de consumo rápida e inmediata?


Está claro que existe una gran industria del ocio y el entretenimiento que se alimenta de una buena parte del arte, pero hay otra parte importante de la cultura popular que siempre ha sido un foco de resistencia y hay que saber preservar eso. En el mundo de la música ahora vemos cómo las grandes multinacionales y grupos de comunicación que copaban el mercado están cada vez más débiles, y eso debe ser algo positivo a la hora de visibilizar otro tipo de cultura más libre, crítica y vocacional. Pero tampoco podemos obviar que dentro de los nuevos canales de difusión que ofrece internet también está el mercado, con otras caras, pero igual de depredador, y hay que saber protegerse contra eso, aunque todavía nadie ha dado con la solución. Yo también soy bastante fetichista, y me gustaría que no se perdiera ese romanticismo que caracteriza la forma de trabajar de algunos sellos, bandas, medios, etc. Pero no hay que aferrarse demasiado a ello, la verdadera resistencia está en el activismo.


Me interesa mucho la barrera que labras entre la persona y el personaje en tus canciones. Sabes muy bien mezclarlos y conseguir la distancia adecuada para universalizar el mensaje y hacerla adscribible a cualquier oyente. ¿Cómo se consigue encontrar dicho punto equidistante? ¿te parece más difícil escribir canciones abiertamente autobiográficas o crear personajes de situaciones fuera de ti para describir conflictos personales?


A veces estoy diciendo más de mismo cuando escribo en tercera persona que en primera; lo importante es buscar diferentes distanciamientos y perspectivas que te proporcionen una amplitud de miras que es la que hace que una canción logre ser expresiva y pueda hablar de algo común a todos nosotros. Lo importante no es en ningún caso lo que sucede en mi vida, sino lo que revela mi mirada al mundo que tengo enfrente. Bueno, enfrente, alrededor y dentro, por todas partes.


Una vez titulé una crónica de un concierto tuyo con el titular “Personajes construyendo personas”. ¿Estás de acuerdo en esta apreciación? ¿son nuestros propios embustes, máscaras y roles buscados o forzados los que crean en su conjunto a la persona de forma casi involuntaria?


Claro, personaje y persona comparten la misma raíz léxica, y desde el momento en el que nos relacionamos con los demás todos construimos personajes que se nutren de las experiencias propias y ajenas, de las creencias propias y de las ajenas... Es un proceso muy confuso para cualquiera, en fin, de eso se trata la vida. La disonancia cognitiva es algo con lo que tenemos que lidiar continuamente, que da lugar a muchas preguntas sin respuesta y, en el caso de algunos de nosotros, da lugar también a canciones.


La exposición de entrañas en su obra supongo que para cualquier artista es algo delicado. Una parte del público tiende a criticarla o enjuiciarla de forma gratuita en tu caso en no pocas ocasiones. ¿Es algo que te molesta? ¿Buscas con tu nueva escritura esquivar en cierta forma esto, hacerlo de forma más sutil o tangencial?


No, no, yo hablo de mi vida, y eso incluye mi forma de ver la vida. ¿De qué otra cosa podría hablar?


Hace poco leí a Abel Hernández en una entrevista que somos especialmente impresionables a la música que nos impacta entre los 15 y 25 años. Como persona que vivió tu debut Actos Inexplicables (01) justo en la salida de este umbral y siendo un disco que me acompañará siempre, me gustaría, por último, que con una perspectiva de más de diez años me contaras cómo valoras, recuerdas o sientes la etapa en que lo concebiste.


La verdad es que tengo un recuerdo bastante claro, mucho más que de discos posteriores. Escribí todas las canciones en un piso en el que vivía en Cimavilla, el barrio antiguo de Gijón, justo antes de la gran estafa inmobiliaria. Tenía vistas al mar, pagaba 30.000 pesetas de alquiler, y los primeros años el ayuntamiento me daba una ayuda por la mitad. Ahora ya lo han tirado abajo, y hace años que tratan de vender los apartamentos nuevos por una burrada. Cuando paso por allí me acuerdo de estar haciendo las canciones deActos inexplicables, y buena parte de las de Cajas de música difíciles de parar. De todos modos no tenía un duro, así que al cabo de un par de años se vino a vivir conmigo Jairo, que tocó el bajo en la banda una temporada y que me animó mucho con las canciones del primer disco. Yo en ese momento no tenía ni idea de si iban a llegar a salir en un disco o de si le iban a interesar a alguien, y creo que eso les proporcionó un grado de pureza, por así decirlo, que he tratado de preservar cada vez que escribo una nueva canción.


Como no había tocado apenas en directo, en la grabación canté como lo hacía en mi casa, como para mí mismo, y eso hace que deteste mi voz en todo el disco. Creo que uno debe cantar con la intención de hacerse oír, aun en las canciones más íntimas. Paco Loco me ayudó mucho, por supuesto, pero como no tenía banda fija grabamos pista a pista, lo que hace que las canciones no fluyan bien, que me suene un poco desapasionado. Después de este disco ya tenía formada una banda y siempre he grabado las bases en directo. Pero ahí estaba Manu, a la batería, que ha seguido conmigo hasta hoy.

jueves, 7 de julio de 2011

Un festival con mucho por delante: Azkena Rock 2011

(Publicado originariamente para la Revista Muzikalia)

La décima edición del Azkena Rock Festival clausuró sus puertas esta edición con más de 55.000 asistentes, su máximo record de visitas. Entre las novedades, destacar que por primera vez contaba con tres escenarios y no dos como venía siendo tradición, al introducir el Monster Stage que viernes y sábado funcionó desde aproximadamente las diez de la noche.

Sin lugar a dudas la propuesta más selecta para el amante del rock se ha ido forjando año tras año gracias a un cartel medido, equilibrado y sin fisuras.

Así, en esta edición encontrábamos artistas con trayectorias inapelables (Cheap Trick o The Cult), iconos míticos dentro de su estilo (Ozzy Osborne, Brian Setzer, Gregg Allman o Paul Weller), nombres ya consagrados del panorama actual (Queens of the stone age, Eels o Bright Eyes), leyendas exóticas que aportaron distinción y buen gusto al festival vitoriano (Primus, Kyuss o Clutch)  o recientes sensaciones que confirmaron su talento (Band of Horses, The Avett Brothers o This Drama).

Jueves 23

El jueves fue el más concurrido de la historia del festival, día que tradicionalmente servía como aperitivo, pero que en esta edición 2011 se llenó hasta la bandera y contó con las apuestas de más querencia metálica.

En medio de todo ello, a las seis y pico de la tarde, tras esperar una cola inédita en anteriores ocasiones, llegamos a la explanada de conciertos para encontrarnos con unos Eels metidos con calzador dentro del ambiente general de la jornada. Aún así, Mark Everett y los suyos cumplieron con una actuación elegante que mostró la faceta más áspera y rasposa de su cancionero matizada por los arreglos de viento.

Después el supergrupo trufado de leyendas que es Black Country Communion dio numerosas muestras de brillantez: desde la actitud y vitalidad que mostraba Glenn Hughes -con esa voz portentosa de la que ha tomado tanta nota Chirs Cornell- hasta el talento a las seis cuerdas de Joe Bonamassa. Su potente debut se vio representado con rotundidad en temas como “One last soul” o “Sista Jane” y los temas avanzadilla de 2 (11) subrayaban las dosis de rock en detrimento de las bluesy de querencia más negra.

Muchísimas ganas de ver a The Cult tenía; tantas que no cabía en mí. Desafortunadamente, no fue el show que esperaba. No solamente  Ian Astbury se presentaba desmejoradísimo físicamente con muchos kilos de más y un atuendo de echarse la siesta entre una piara de cerdos, sino que un enfado monumental por “hacerle la prueba de sonido a Rob Zombie” como ironizaba el vocalista al tocar tan pronto, le llevaron a tomar una actitud burlesca y poco seria que deslució un repertorio que ya es historia desde hace años.

Aún así, intenté abstraerme y, tras un comienzo realmente flojo, con canciones que debieron abrir la tierra en dos como “Fire woman” o “Rain”, la cosa fue mejorando y a la altura de temas más recientes como el torpedo de “Rise” y “Dirty little rock star” ya se podía uno emocionar y corear con orgullo las flamantes composiciones de una banda única. El respeto general y, no sólo incondicional, lo consiguieron al clavar clásicos como “Wild flower” o la inmensa “She sells sanctuary”. Por otra parte, decir que la severidad de Billy Duffy fue un necesario contrapunto para levantar el show.

Y ya cayendo la noche, el fandom de la Serie B y el entertaiment puro y duro tenía su momento de gloria con Rob Zombie. Como no podía ser de otra forma, la puesta en escena rememorando mitos del terror, el cartón piedra y el maquillaje fueron los cimientos sobre los que montar una actuación que era poco más que mera fachada, salvo los aportes de talento del guitarrista John 5.

Al menos cuando tiraba del legado de White Zombie con temazos como “Super- Charger heaven” o “Thunder kiss´ 65” o “Superbeast” y “Dragula” de su debut Hellbilly Deluxe (98), uno podía rememorar su primera juventud con una sonrisa en el rostro.

El plato fuerte de la jornada para muchos era Ozzy Osbourne. Más allá del legado incontestable de este hombre al frente de Black Sabbath, la verdad es que actualmente, The Madman pese a contar con un sonido potente, no cuenta en sus haberes con una banda tan deslumbrante como la que gozaba con los bestiajos de Zakk Wilde y Robert Trujillo.

Mucho relleno de solos mastodónticos y poco donde rascar. Lo mejor los riffs y la voz histriónica de Ozzy en “Suicide solution”, la fantasmagoría de “Mr. Crowley” y, claro, el brutal “Iron man”.

Lo mejor de la jornada se lo reservaron los dioses del desierto Kyuss, rebautizados como Kyuss lives! al no contar en sus filas con nuestro héroe Joss Homme al cual pudimos disfrutar el siguiente día al frente de Queens of the Stone Age.

No busquen morbo, ni sorpresas, no hubo interacción alguna entre ambas bandas. Pero lo que sí hubo por parte de Kyuss fue un aura poderosísima que conseguía retrotraerte al entramado rico y denso de un legado discográfico que debiera ser declarado bien de interés universal. El comienzo fue dubitativo, pero a partir de la irrupción de “Gardenia” la cosa fue un no parar de polvorientos pasajes capitaneados por un entonadísimo John García, un comedido Nick Oliveri, un eficaz Brant Bjork y un guitarrista que huía inteligentemente de querer ser un prodigio.

Jamás soñé con escuchar delante de mi interpretaciones de “Whitewater” “Asteroid” o “One inch man” y hacerlo suponía un ejercicio de nostalgia vivificantemente presente e imperecedero. Casi al final, el encadenado de “El rodeo”, “100ºC” y “Green Machine” fue uno de los más descomunales vividos en mucho tiempo. Mito.


Viernes 24

El viernes, con un calor de justicia que contrastaba con el intenso frío nocturno, hubo que llegar pronto al escenario Ben Keith (Secundario) para disfrutar de los canadienses Blue Rodeo. Y vaya si mereció la pena: el suyo fue uno de los conciertos más emotivos y sólidos del día.

Su propuesta ha servido de acicate e inspiración a figuras contemporáneas como Ryan Adams o los magníficos The Jayhawks, aunque poca gente haya querido darse cuenta. El final, con un conmovedor “Lost together”, fue un precioso colofón que nadie debió pasar por alto.

Y rápidamente al escenario principal a disfrutar de los seminales Reverent Horton Heat. Los problemas de sonido con “Marijuana” al iniciar el concierto, pese a solventarse, no dejaron de evidenciar una complacencia rockabilly desinflada de esas que se sustentan en el ceño fruncido sujeto con tiritas antes de salir a escena. Nada que ver con lo que al siguiente día mostraría Brian Setzer, desde luego. Decepción profunda.

A Atom Rumba les vi a una distancia prudencial para copar las primeras filas de Cheap Trick. Jugaban en casa y dieron un concierto confiado donde el saxo fue la guinda a un sonido sudoroso que se hubiera disfrutado más en sala pequeña. Nuestros particulares John Spencer Blues Explosion.

Y con “Hello there” dio comienzo en el escenario grande el que sería el mejor concierto del festival. Inapelables Cheap Trick. Con Robin Zander, ataviado de Dream Police, en un estado de forma envidiable a las voces y con un entusiasmo y vitalismo contagioso, dirigió un show que fue celebración pura y que dejó a las claras que las reuniones nostálgicas poco tienen que ver con bandas incombustibles y eternamente jóvenes como Cheap Trick.

No faltaron la lluvia de púas de Rick Nielsen y su guitarra de cinco mástiles, tampoco la elegancia sexy de Tom Petterson al bajo; y sobre todo las canciones: desde clásicos imperecederos que nos hicieron saltar y vocear como “I want you to want me” o “Surrender”, a himnos 80´s como “The flame” o pildorazos del tamaño de “Big eyes”,  “California man” o “Dream police”. Rock, power pop y carisma a prueba de bombas. Una demostración de que los mitos realmente inmortales, aparte de los que supieron perecer, son sobre todo los que permanecen vivos.

Tras tamaña demostración y vacío emocional, el día se prometía largo y había que tomar fuerzas. Los sacrificados para la ocasión fueron Bad Brains, leyendas incendiarias del hardcore que, a juzgar por lo poco visto, se encontrarían en las antípodas de lo mencionado dos párrafos más arriba.

Y vuelta a las grandes sensaciones con los inclasificables Primus. Sin duda el nombre que más personalidad aportaba al Azkena Rock de este año. Su rock marciano de influencia funk donde la improvisación y los intricados pasajes musicales giran alrededor nuestro volviéndonos del revés, cautivó a poco que uno se dejara llevar.

Puede que sus discos de estudio se hagan algo indigestos, pero hasta el último mono quedó atrapado por el virtuosismo nada cargante ni rancio del bajista semi-divino Les Claypool, sus caretas, sus instrumentos imposibles y una puesta en escena de dos astronautas neumáticos gigantes con pantallas que proyectaban imágenes desde sus escafandras. Un concierto exigente de muy buen gusto donde no faltaron pseudo-hits como “My name is mud”.

Sin movernos del sitio, preparados estábamos para una nueva demostración más del poderío de Josh Homme al frente de sus Queens of the Stone Age. Demoledores, engrasados, sonando metálicos y alejados en lo posible de un género como es el stoner que ellos mismos pervirtieron, violaron y dejaron hecho unos zorros.

Centrados en sus dos obras maestras, Songs for the deaf (02) y Rated R (00), erigieron un concierto metrónomo, calculadamente frío a la par que intenso y que tuvo sus momentos más excitantes en el rescate de “Mexicola” y el disparo certero de “Little sister”. Tras la siempre devastadora “Song for the dead” se marcharon como si nada hubiera ocurrido y dejando tras de sí un rastro de clase y autosuficiencia que asustaba. Se nos hizo corto.

Antes del fin de fiesta con Clutch, nos acercamos brevemente a ver cómo las gastaban nuestros hardcore-stars This Drama y lo poco que estuvimos delante del escenario monster sonaba nervioso y musculado. “127 la brea” la coreamos y piramos rápido al principal de nuevo.

Lo de Clutch fue de traca: menuda fiesta de ritmos gruesos y grasientos se montaron. Riffs poderosísimos de groove incendiario mezclando herencia negroide, metálica, blues… mil y un ingredientes que hacen de su música una suerte de misa negra que resucita a James Brown vestido con traje de tachuelas. Neil Fallon, con su incansable actitud, nos hizo sudar y contonearnos hasta que reventados salimos del recinto. Como dice su pepinazo “Electric worry”, vámonos, vámonos.



Sábado  25

Después del apoteósico día anterior era difícil que el sábado pudiera dar semejante recital de sensaciones y así fue.

Aunque no precisamente por lo que nos topamos al llegar a Mendizabala, ya que la actuación de The Avett brothers puede decirse sin miedo a resultar exagerado que fue la más emotiva, pasional y reconciliadora con aquellos como el que les escribe que no habían captado su supuesto talento en estudio. Callando bocas desde la humildad y la resurrección de lo que fueron los mejores Marah mezclados con la tensión de Two gallants.

Tras ellos Band of horses continuaron la senda de la intensidad y las canciones bellas. Si bien por su actitud campechana y llana, un escenario tan grande como el de un festival pudiera no ser el más apropiado para sacar a relucir su esencia, cuando se olvidaron del sombrero de granjero que congregó a los advenedizos de Infinite Arms (10) al eco de temas como “Laredo” u “Older” y optaron por las inflamadas “The Funeral” o “The Great Salt Lake”, dejaron a las claras por qué son uno de los grupos más importantes a día de hoy.

Eso sí, su heterogeneidad en aumento debe pronto canalizarse a través de un estilo propio que les lleve a ser tan especiales como lo eran con sus dos primeros trabajos.

Gregg Allman, cofundador de los indispensables The Allman brothers, un referente 70´s del rock sureño, a media tarde, pertrechado por su banda confundió lo que es ser una leyenda que sabe mecer la batidora de estilos musicales norteamericanos a través de jams onanísticas con la abulia más irritante. Mucho arreglo, mucho público disfrutando con el libro de historia del rock y no con las orejas y poco verdaderamente a recordar.

Bright eyes no toreaban precisamente en su plaza, pero poco le importó a Conor Oberst que sonó muy grande y expansivo y se comportó como todo un animal escénico. La banda que llevaba sonaba compenetrada y los juegos de teclados amplificaron y dieron cuerpo a un set-list arriesgado que presentaba el incómodo The People´s Key (11).

Así el de New York se empeñó en mostrarnos la grandeza de canciones como “Shell games” o “Haile Selassie” con lo que ya son clásicos como “Four winds”. Cumplieron con creces.

El plato fuerte del sábado lo iba a servir Brian Setzer con su nuevo proyecto Rockabilly Riot. Pese a una primera parte donde todo sonaba demasiado previsible, la salida a escena de ese animal a la batería que es el mítico Stray Cat Jim Slim Phantom, hizo ganar espectáculo y entusiasmo.

Setzer volvió a demostrar que es un extraordinario guitarrista, aún pecando de cierta autocomplacencia, y su concierto acabó por todo lo alto llegando a hacer coincidir dos contrabajistas haciendo equilibrios con su instrumento y dos baterías a la vez en una auténtica exhibición de clase y entretenimiento hasta terminar regalando un bis con su clásico “Rock this town”.

Tras él, otro incontestable como Paul Weller brindó un concierto sólido que gozó de un sonido excelente. El público no fue tan mayoritario como pudiera parecer al coincidir a esa misma hora esa nueva sensación del rock americano que son The Whybirds. Mereció más atención por el entusiasmo y tratado de rock británico que expuso. Mucho prejuicio infundado sobrevolaba el ambiente.

Lástima que el colofón al festival estuviera tan lejos de ser memorable. Tras la caída de cartel del anhelado Danzig, el sucedáneo de Thin Lizzy saltó al escenario sin un ápice del feeling que atesoraba la banda del fallecido Phil Lynnot.

Todos los clichés más rancios del heavy, un sonido cortante y atronadoramente molesto, deslucía cosa mala clásicos atemporales como “Dancing in the moonlight”, “Whiskey in the jar” o “The boys are back in town”.

Y hasta ahí dio de sí un festival que sigue teniendo mucho por delante. El año que viene repetiremos seguro.

jueves, 19 de mayo de 2011

Sigur Rós: Radiografía del Sentir

(Publicado originariamente para Muzikalia, a escasos segundos y metros de vivir su concierto más emocionante de cuantos he podido disfrutar, en el FIB 2008).

Oscuridad y una esferas blancas que darían luz de fondo eran el contexto sobre el cual deberían aparecer Sigur Rós en escena. Nervios en mi interior. Esto no es un teatro, ni una sala, es un festival abierto. El temor se apodera de mí. Error. Suenan los primeros compases de "Svefn-g-englar" y floto, abandono mi lugar entre la muchedumbre para entrar en otro mundo, un mundo que los islandeses crean a través de la remembranza de anhelos, recuerdos, pérdidas...en él cada uno entramos con silenciosa devoción en comunión absoluta. Es entonces cuando no te importa que dos lágrimas corran por tu cara, dejas que naturalmente las sensaciones fluyan instintivas.

Siguen por los derroteros de Ágætis byrjun y llegan a Takk con "Glósoli", y las respuestas de nuestro pálpito son las mismas. No son humanos, o quizá yo lo fui y dejé de serlo algún día. Toca ver como responden los temas de Með suð í eyrum við spilum endalaust y,por mucho que no lo crea, crecen aún más:"Við spilum endalaust" e "Inní mér syngur vitleysingur" te dibujan una sonrisa, y te das cuenta que has pasado por las cuatro estaciones de emociones, mientras en tu propia vida necesitas a veces un lustro para hacerlo.

"Festival" con su crescendo sin límite y justo antes "Hoppípolla", engrandecida ad infinitum gracias a sus inseparables Amiina y esa sección de viento tan simpática, ya han demostrado que esto no puede ser sólo arte. Hasta el single "Gobbledigook" que nos hizo fruncir el ceño cobra extraordinario sentido en un acto de comunión celebradísimo con el público, lluvia de papelitos incluída. Paroxismo.

Un bis demoledor con el corte que cierra () nos deja ya sin aliento, nos corta la respiración con esa coda siempre espeluznante. Y el concierto no fue esto, afortunadamente fue mucho más. Esto son sólo unas frases eyaculadas desde un portátil por un paria en su minuto de mediocridad existencial.Afortunadamente la música llega mucho más lejos, a ese mundo del que a veces no querríamos regresar.