domingo, 16 de julio de 2017

Súper-Desconocido. Por Raúl del Olmo.


Perdone usted, ¿Le conozco? Tiene cara de no saber lo que hace aquí, imagino que más o menos parecida a la que debo de tener yo. Apostaría a que suele venir a este lugar, el caso es que su persona me suena, no sé muy bien de qué o por qué, pero me suena. Vamos, por favor, no me mire con esa cara, no se asuste, hombre. Nos pasa a muchos: nos encontramos en este sitio y nos quedamos con este semblante de no saber qué decir; qué demonios, ojalá fuera no saber qué decir, ni siquiera sabemos qué pensar. Sin temor, eso es, lo único que merece provocarnos miedo es la posibilidad de acertar, que para que nos lo provoque equivocarnos sirve cualquier cosa.

Si no aparta sus ojos de mí voy a creer que está usted tramando algo, elucubrando váyase a saber qué historias. No pregunte, no, mejor no pregunte. Hace mucho tiempo que las preguntas sólo generan dudas ¿verdad? Y las dudas, a estas alturas del camino, ya sabe usted que son lo más parecido a una contradicción que nos ha salido inteligente, la muy condenada. Le contaría tantas historias…tantas y tantas…pero, a decir verdad, tiene usted pinta de saberlas todas; o, si me permite la osadía, de ignorarlas aún más, como yo, como cualquiera que pasa un rato delante de usted.

Qué tiempos aquellos en los que uno pasaba por aquí y no veía a nadie. Bueno, sería mejor precisar que no notaba a nadie porque verse, ya me dirá a mí si hay alguna forma de no hacerlo. De acuerdo, claro, la de estar ciego, pero los ciegos lo ven todo por eso de no tener castrada la imaginación con la observación de la realidad. Ya me estoy poniendo pesado, como tantas otras veces dirá usted, y no le faltará razón.

A veces me hago una pregunta absurda, más bien la pienso, que decirla a solas en voz alta sólo lo hacen los locos cuerdos y las madres cuando no entienden la conducta de sus hijos. Mi pregunta es ¿vendrá usted alguna vez aquí sin estar yo? Lo mismo le parece una solemne estupidez preguntármelo, lo asumo, soy un bobo solemne, pero si yo soy un bobo solemne usted es un súper-desconocido. Así, con el absurdo calificativo de súper, como los héroes de los tebeos, como los héroes que ya no existen en el mundo moderno cuya identidad secreta es su corazón.

¡Pero hable…pero diga algo, buen hombre! No se quede con ese rostro de pasmado. Ay, dios mío, el día que tenga yo parecido semblante lo mismo no vuelvo a aparecer por aquí. Ya sé: la vida le ha pasado por encima, pero es suya ¿lo sabe?, al fin y al cabo es suya. Úsela con frívola responsabilidad; no se gasta, pero se acaba. A lo mejor sencillamente consiste en no entender nada, pero estar dispuesto a comprenderlo todo. ¿Y qué hará usted si yo no vuelvo, eh? Vale, sí, le estoy interrogando en demasía, me lo permito, no por conocerle, sino por sernos inevitables, alguna licencia habría de tener la concurrencia cotidiana de nuestros seres y estares.

Otras veces he fantaseado, no se lo ocultaré, con la idea de que usted y yo no volviéramos a vernos por este sitio más, algo que fuera mutuo, meditado, deseado en silencio. Ya ve, qué osadía la mía, pensar por ambos ¿ha visto? Pero entonces, de pronto, es como si me acordara muy fuerte de usted o quizá de mí y, no sé, como que no me lo imagino. Al fin y al cabo nos hemos hechos tan imprescindibles como inexcusables, nos parecemos a esos viejos amores que ya no conocen otro campo de batalla que sí mismos.

Hay ocasiones en las que le mandaría a la mierda. Así, con todas las letras, pero sin decir ni una palabra. Hace tiempo que ya estoy en la edad de hacerlo de esta forma. Es fantástico: el viajero no lo sabe, pero su éxodo inexorable hacia el destino fecal es una prueba irrefutable. Discúlpeme la sinceridad en bruto, pero si no la tengo con usted, ¿con quién hubiera de tenerla?

Qué despropósito, darle yo la tabarra de esta forma, como si no tuviera suficiente conmigo mismo. Los ojos mojados y la sonrisa torcida ¿a qué jugamos ahora, buen amigo? Posee usted esos surcos reveladores que hablan de ilusiones yermas, de haber alimentado los sueños sin dar de comer a la realidad. Lo sé, lo sé…nos pasa a todos, pero siempre miramos hacia otro lado. Aquí eso es imposible, ¿eh? Aquí nos tenemos frente a frente.

Bueno, si me lo permite me voy a ir ya. Usted puede quedarse, pero algo me da en la nariz que se marchará también, nos daremos la espalda y nos volveremos a ver algún otro día, es ineludible, pero a veces deseo que estuviera aquí sin estar yo; o, más bien, me hubiera gustado que usted hubiera llevado otra vida, aunque hubiéramos seguido compartiendo el mismo espejo.

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