viernes, 20 de enero de 2017

Taxi a Chapinería. Escrito por Raúl del Olmo.


Sabía que no tenía motivos para hacerlo. Simplemente lo decidió de manera instintiva. En su mente sólo podía rememorar una y otra vez la sensación completa de avinagramiento. De pronto pensó absurdamente si el sustantivo vinagre demandaba ir acompañado por el artículo "el" o "la". Ni idea de por qué pensaba esto, ni idea de nada. Levantó el brazo, parecía un grotesco muñeco de nieve sucio y sin alma. Entró empujado por la inercia inequívoca de quien un día fue feliz -y vaya usted a saber si lo será de nuevo-. "A dónde vamos". "A Chapinería", contestó, "lléveme usted a Chapinería, si hace el favor".

"Me va a disculpar usted, ¿Que le lleve a dónde?".
"A Chapinería, quiero ir a Chapinería".
"¿Cómo que a Chapinería?".
"Sí, le digo que me lleve para allá, que me lleve a Chapinería".
"Disculpe, no puede ser...¿a Chapinería?".
"Demonios, ¿en qué idioma hablo? Que arranque de una vez y nos dirija a Chapinería. CHA-PI-NE-RÍ-A, caballero".
"Chapinería...imposible".
"¿Pero qué dice usted?".
"Supongo y entiendo que sabe lo que ocurre cuando alguien llega a Chapinería..."
"Pues por supuesto que lo sé, pero todo lo demás que encuentre allí me compensará con creces las consecuencias de ir a Chapinería".
"Yo sólo le advertía. Son muchas las personas que después de estar en Chapinería se arrepienten de haber realizado ese viaje".
"Hace años ni se me hubiera pasado por la cabeza la idea de ir a Chapinería, pero esta noche he decidido que me da igual. Ya no hay verdaderamente nada que me impida tomar ese rumbo".
"A lo largo de mi experiencia en el servicio, le aseguro que he llevado a muchísima gente a Chapinería, pero no sé si fruto de la casualidad o no, no ha habido ni un solo pasajero que haya repetido el viaje".
"Quizá se hayan quedado para siempre allí".
"Fíjese que no lo creo...".
"El caso es que yo ya no tengo motivos para dudar acerca de si quiero ir o no a Chapinería. Estoy convencido de que la deriva me lleva en esa dirección".
"Es arriesgado, dese cuenta de que no elige usted aquel recuerdo bonito que olvidará para siempre".
"Bah, como si me importara eso. He llegado a un punto de mi vida en el que no tengo nada bueno que recordar. Figúrese".
"Es algo terrible la consecuencia. Mire: usted llega a Chapinería, hace lo que quiera hacer, está el tiempo que desee, pero después, al regresar, un recuerdo agradable de su pasado se habrá borrado para siempre".
"De verdad que me da igual. Sé que suena exagerado, o increíble directamente, pero es así".
"¿Nada? ¿es posible que no exista una sola cosa que tenga miedo de olvidar?".
"Nada, de veras".
"Seguro que hay algo, hombre. Vaya atrás en el tiempo, al pasado, a la infancia...de niños siempre se nos queda algo en la cabeza que resurge en las tardes de verano que huelen a lugares perdidos en la memoria".
"El perro Curro".
"¿Cómo?"
"Sí, el perro Curro, me acuerdo del perro Curro".
"¿Por qué recuerda a ese perro?".
"No sé, de pequeño era muy tímido y no tenía casi amigos. Me escondía cuando veía gente conocida por la calle. Me tiraba cuerpo a tierra detrás de los coches. Los chicos se reían de mí y los mayores pensaban que era un tarado".
"¿Y qué tiene que ver eso con Curro?".
"Curro era un perro vagabundo. Ni idea de por qué todo el mundo le llamaba Curro si nadie le había puesto ese nombre. Cuando me veía escondido en cualquier parte, se acercaba meneando el rabo y sacando la lengua para que le acariciara. A veces me lamía las lágrimas hasta hacerme casi sonreír".
"Yo pensaba que Curro era sólo un nombre de persona. Mi padre era persianista. Tenía un compañero cubano, él le llamaba Currito Americano".
"¡Vaya, suena realmente absurdo!"
"¡Completamente!".
"Bueno, ahora que lo pienso...me acuerdo también de Aurelio, el hijo de la señora de la droguería. Mi único amigo de la infancia. Su madre le vestía invariablemente con un chándal de tactel. Estaba obsesionado por explicarme a todas horas la teoría de cómo se tenían hijos".
"¿Y cuál era esa teoría?".
"Aurelio me decía que para tener hijos lo que hacía falta era comer mucho cada día. Pero mucho, mucho, sin parar, vamos; eso provocaba el embarazo y luego, al ir al servicio, en vez de salir una cantidad generosa de mierda por nuestro esfínter, saldría un bebé. Eso sí, incidía en que había que tener especial cuidado en recoger al niño antes de que se colara por la taza del váter y se ahogara".
"¡Qué me dice! ¡esa imaginación es prodigiosa!".
"Calle, calle...yo recuerdo...que engordé más de diez kilos comiendo. Estaba tan solo que lo único que quería era tener un hijo comiendo sin parar para poder querer a alguien".

Las risas entre ambos estallaban dentro del vehículo, fuera llovía. Una manta fina de agua difuminaba la luz de una farola y le daba a la escena la apariencia de un cuadro cualquiera, de esos que las abuelas cuelgan tan dignas ellas en la sala de estar de su casa, alejadas de cualquier pudor presunta e intelectualmente artístico.

La conversación continuó fluyendo animada, inverosímil y sorprendente, como las cosas inesperadas que asaltan nuestra rutina diaria de puntillas.

"¿Y dice usted que se llamaba...?"
"Jovita, se llamaba Jovita. Esa niña estaba loca. Se asomaba al balcón de su casa, ¿qué serían?, pues tres o cuatro metros de altura por lo menos, y allí la tenías, con las alas que se había fabricado de cartón, papel charol o vete a saber qué colgadas con dos cuerdas a su espalda; saltaba la barandilla ¡y se tiraba al jardín de abajo un día sí y otro también para intentar aprender a volar! Fue la primera vez que me enamoré. Quizá la única. Por cierto, llevamos horas hablando aquí y todavía no nos hemos presentado. Me llamo Raúl. ¿Cómo se llama usted?".
"Mi nombre es Enrique David de Carlos. Mi padre me enseñó que siempre había que presentarse con nombre y apellido por una mera cuestión de formalidad".
"Bueno, mi apellido da igual, posiblemente ni siquiera pueda recordarlo. ¿Sabe? he decidido que hoy ya no quiero que me lleve a Chapinería".
"Vaya, ¿y se puede saber por qué? parecía usted tan convencido...".
"Sencillamente me he dado cuenta de que hay un momento el cual no querría correr el riesgo de olvidar".
"¿ Y se puede saber cuál es ese momento?".
"El primero en el que he vuelto a ser feliz por un instante desde hace mucho tiempo: éste".

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