Para A.F.
Ayer, una voz nonagenaria me agarró la mano diciendo "me voy". Apenas fue un susurro, un hilo de voz hueco y apagado; y, sin embargo, sonaba tan rotundo y directo como la más alta de las exclamaciones.
Su tacto era terso y cálido. Una mano huesuda, temblorosa, invadida por un laberinto de venas azules hinchadas, que, muy al contrario de lo que pudiera parecer, se aferraba a la vida plena de lucidez.
Ojalá yo muchas veces hubiera tenido tan claro que me iba, aunque no supiera dónde. Ojalá otras voces hubieran podido anunciar su marcha sin negarme su destino, fuera el que fuese.
Lo que quería transmitirme, era la celebración pacífica de una marcha sin retorno, con consciencia y placidez, exenta de resignación, latente de naturalidad manifiesta.
Un ritual universal y cotidiano, una postrera salida a ninguna parte; reposada, cerrada y sensata.
Mis ojos eran la respuesta a su afirmación. Tristes, como siempre, pero acompañados de una sonrisa cómplice, cálida, sincera y receptiva.
Un último gesto antes de partir hacia la última estación, allí donde no existe casualidad ni fortuna.
Pocos escritores saben emocionar así.
ResponderEliminarTienes talento.
Nos leemos,
L.
Muchísimas gracias, L. No soy consciente de ello, me limito a reflexionar y a sentir, cualidades humanas que, deseo pensar, no se han extinguido.
Eliminar¡Escribes hermoso!
ResponderEliminarMuchas gracias, Caroline. Fuer un momento muy inspirador.
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