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sábado, 9 de noviembre de 2019

Propaganda Electoral. Por Raúl del Olmo.

Diseño y creación de la imagen: Andrés Menchén

Volvía de un paseo impreciso, de esos que se hacen sin saber por qué ni a dónde, acompañados de una voluntad nula y caprichosa.

Abrió la pesada puerta metálica del portal y se dispuso a otear si había algo en el buzón. Nadie escribe, y las facturas de papel se mantienen como una vetusta reliquia del siglo pasado. Él ya tenía todas las facturas electrónicas, como manda el libro de estilo del buen occidental moderno. Aún así, instintivamente acercaba sus ojos a la brecha del compartimento metálico.

En la parte destinada a los habitantes de su piso, un deformado rectángulo de papel mostraba el nombre de dos personas muertas junto al suyo, escritos con tinta azul en dirección ligeramente descendente. Para qué cambiarlo, pensaba, si los vivos y los muertos ya no se diferencian más que por el hecho de seguir respirando unos y luchar por ser olvidados los otros.

Escudriñó el interior descubriendo un sobre acartonado con toda la apariencia de estar facturado en material reciclado y, sobre él, un flyer del Domino's. Giró la llavecilla y subió el tramo de escaleras hasta su casa con las dos comunicaciones en su mano.

Tras prepararse una cena insignia de perdedores con dignidad, consistente en un tomate regado de aceite de oliva, se preparó una infusión de cola de caballo y se acomodó en el sillón. Encendió su SmartTV, seleccionando el app de Youtube para que el apartado de sugerencias eligiera por él lo que le gustaba y lo que le apetecía; delegar para no decidir, rabioso vicio de moda.

Sin prestar la menor atención a lo que apareció en pantalla, se dispuso a abrir ese misterioso sobre reciclado que había rescatado de su buzón. Unas siglas marrones le llamaron la atención en la esquina inferior izquierda del haz: PER. Enseguida comprendió que se encontraba ante propaganda electoral. Tras haber tirado a la basura los días anteriores el resto sin prestarles la menor atención, la novedad que suponía encontrarse frente a un  partido político desconocido, le hizo decidirse a leer la carta que contenía, sin convicción y por hacer algo, lo mismo así tenía un tema de conversación en el trabajo para el día siguiente.

Terminó de leerla y se quedó inmovilizado y con la boca abierta. Tuvo que volver a leer los párrafos más inauditos -o lógicos, según se mire- porque no podía ser cierto que este partido emergente hubiera escrito una misiva así a la ciudadanía de su país.

"Estimad@ ciudadan@ del mundo:

Seguramente estarás cansad@ de recibir cartas como esta pidiendo tu voto. PER ha nacido para que sea la última vez que recibas propaganda electoral; es más, que sea la última vez que tengas que decidir si votas o no y, en el caso de hacerlo, a quién votas. El Partido Ecologista Radical (PER) nace con una perspectiva universal y las próximas elecciones de tu país son las elegidas para darse a conocer.

Frente a otras propuestas enarboladas por la "ecología cobarde", PER apuesta por una conservación asegurada y con futuro pleno para La Tierra. Para ello, nuestro fundamento y objetivo es sólo uno: la completa extinción de la especie humana.

El ser humano es el único animal con capacidad e intención de destruir su planeta, su hogar. Por tanto, la erradicación de su existencia es un bien común colectivo para la supervivencia del mismo. Con este planteamiento único y global terminamos con diversos problemas: desde la falta de recursos a la explotación indiscriminada de nuestro lugar en el universo.

Para lograr nuestro objetivo, nuestra principal propuesta es clara: la prohibición absoluta de la procreación. Esta medida de urgencia impediría el tremendo acto egoísta de traer descendencia humana, evitando con ello la ampliación de población que supone, a su vez, un aumento de la explotación de recursos y malestar general para nuestro planeta. Las personas que infrinjan esta medida serán duramente sancionadas por su completa insolidaridad con el resto de seres humanos que cohabitan en La Tierra y, por supuesto, con el ecosistema natural. Igualmente, se implantará un sistema gratuito de esterilidad asistida para ambos sexos con dotaciones suficientes para cubrir la demanda de peticiones que en este sentido surjan.

El fracaso como especie justifica por sí mismo este argumento que, además, supone la paridad definitiva entre seres humanos: todos somos iguales ante el hecho de sobrar. Un mundo sin la intervención de personas es un mundo libre; (...) tenemos ejemplos donde ha medrado una exuberante libertad salvaje, como Chernobyl tras la hecatombe nuclear.

Igualmente, viejos discursos políticos o absurdos planteamientos supuestamente novedosos carecen de sentido alguno. PER termina con la radicalización capitalista del consumo desmesurado liberal y, también, elimina de facto planteamientos marxistas como considerar la lucha de clases el elemento dinamizador de la historia.

De hecho, este sí es el verdadero fin de la historia, (...) debemos desaparecer por completo. Con constancia, convicción, orgullo y decisión. Para ello, no faltarán presupuestos y acciones gubernamentales encaminadas a facilitar el suicidio voluntario y, en los núcleos familiares que fomenten razonadamente quitarse la vida entre sus miembros, subvenciones y ayudas en compensación a tan honorable fin.

(...)

De la arcaica idea del todo para todos pasaremos al nuevo paradigma del nada para nadie. Contamos con tu voto. Otro mundo sin personas es posible".

Abrió de par en par sus ojos y miró la pantalla del televisor, pulsó el botón de mute mientras se rascaba la cabeza. Giró su cintura hacia la izquierda ahuecando el culo del sillón para tirarse un pedo sordo. Una generosa ración de CO2 invadió la estancia. Al fin y al cabo, ser vegano tenía sus efectos colaterales.

domingo, 16 de julio de 2017

Súper-Desconocido. Por Raúl del Olmo.


Perdone usted, ¿Le conozco? Tiene cara de no saber lo que hace aquí, imagino que más o menos parecida a la que debo de tener yo. Apostaría a que suele venir a este lugar, el caso es que su persona me suena, no sé muy bien de qué o por qué, pero me suena. Vamos, por favor, no me mire con esa cara, no se asuste, hombre. Nos pasa a muchos: nos encontramos en este sitio y nos quedamos con este semblante de no saber qué decir; qué demonios, ojalá fuera no saber qué decir, ni siquiera sabemos qué pensar. Sin temor, eso es, lo único que merece provocarnos miedo es la posibilidad de acertar, que para que nos lo provoque equivocarnos sirve cualquier cosa.

Si no aparta sus ojos de mí voy a creer que está usted tramando algo, elucubrando váyase a saber qué historias. No pregunte, no, mejor no pregunte. Hace mucho tiempo que las preguntas sólo generan dudas ¿verdad? Y las dudas, a estas alturas del camino, ya sabe usted que son lo más parecido a una contradicción que nos ha salido inteligente, la muy condenada. Le contaría tantas historias…tantas y tantas…pero, a decir verdad, tiene usted pinta de saberlas todas; o, si me permite la osadía, de ignorarlas aún más, como yo, como cualquiera que pasa un rato delante de usted.

Qué tiempos aquellos en los que uno pasaba por aquí y no veía a nadie. Bueno, sería mejor precisar que no notaba a nadie porque verse, ya me dirá a mí si hay alguna forma de no hacerlo. De acuerdo, claro, la de estar ciego, pero los ciegos lo ven todo por eso de no tener castrada la imaginación con la observación de la realidad. Ya me estoy poniendo pesado, como tantas otras veces dirá usted, y no le faltará razón.

A veces me hago una pregunta absurda, más bien la pienso, que decirla a solas en voz alta sólo lo hacen los locos cuerdos y las madres cuando no entienden la conducta de sus hijos. Mi pregunta es ¿vendrá usted alguna vez aquí sin estar yo? Lo mismo le parece una solemne estupidez preguntármelo, lo asumo, soy un bobo solemne, pero si yo soy un bobo solemne usted es un súper-desconocido. Así, con el absurdo calificativo de súper, como los héroes de los tebeos, como los héroes que ya no existen en el mundo moderno cuya identidad secreta es su corazón.

¡Pero hable…pero diga algo, buen hombre! No se quede con ese rostro de pasmado. Ay, dios mío, el día que tenga yo parecido semblante lo mismo no vuelvo a aparecer por aquí. Ya sé: la vida le ha pasado por encima, pero es suya ¿lo sabe?, al fin y al cabo es suya. Úsela con frívola responsabilidad; no se gasta, pero se acaba. A lo mejor sencillamente consiste en no entender nada, pero estar dispuesto a comprenderlo todo. ¿Y qué hará usted si yo no vuelvo, eh? Vale, sí, le estoy interrogando en demasía, me lo permito, no por conocerle, sino por sernos inevitables, alguna licencia habría de tener la concurrencia cotidiana de nuestros seres y estares.

Otras veces he fantaseado, no se lo ocultaré, con la idea de que usted y yo no volviéramos a vernos por este sitio más, algo que fuera mutuo, meditado, deseado en silencio. Ya ve, qué osadía la mía, pensar por ambos ¿ha visto? Pero entonces, de pronto, es como si me acordara muy fuerte de usted o quizá de mí y, no sé, como que no me lo imagino. Al fin y al cabo nos hemos hechos tan imprescindibles como inexcusables, nos parecemos a esos viejos amores que ya no conocen otro campo de batalla que sí mismos.

Hay ocasiones en las que le mandaría a la mierda. Así, con todas las letras, pero sin decir ni una palabra. Hace tiempo que ya estoy en la edad de hacerlo de esta forma. Es fantástico: el viajero no lo sabe, pero su éxodo inexorable hacia el destino fecal es una prueba irrefutable. Discúlpeme la sinceridad en bruto, pero si no la tengo con usted, ¿con quién hubiera de tenerla?

Qué despropósito, darle yo la tabarra de esta forma, como si no tuviera suficiente conmigo mismo. Los ojos mojados y la sonrisa torcida ¿a qué jugamos ahora, buen amigo? Posee usted esos surcos reveladores que hablan de ilusiones yermas, de haber alimentado los sueños sin dar de comer a la realidad. Lo sé, lo sé…nos pasa a todos, pero siempre miramos hacia otro lado. Aquí eso es imposible, ¿eh? Aquí nos tenemos frente a frente.

Bueno, si me lo permite me voy a ir ya. Usted puede quedarse, pero algo me da en la nariz que se marchará también, nos daremos la espalda y nos volveremos a ver algún otro día, es ineludible, pero a veces deseo que estuviera aquí sin estar yo; o, más bien, me hubiera gustado que usted hubiera llevado otra vida, aunque hubiéramos seguido compartiendo el mismo espejo.

lunes, 1 de mayo de 2017

Him. Una historia de amor. (En 46 tweets).



1. "Si llego a 25 favs de este tuit, os cuento en tuits encadenados mi única cita de Tinder y luego lo borro. Para que veáis a quién seguís".

(N. del R. tras escribir este tweet, en cinco minutos ya habían llegado esos 25 favs).

2. "Sois unos hijosdeputa. En fin...empiezo".

3. "Tinder para mí es una mierda y me deprime, lo he instalado un par de veces y borrado al poco tiempo. Me dedico a dar like a un 0,1% de tías".

4. "Y, claro, todas pijísimas que están buenísimas. No leo una mierda de su bio ni hostias. Total, que os imagináis lo que les importo yo".

5. "Yo con camisetas de los Pixies y tirao en un edredón de flores. El acabose. Ni una se interesaba".

6. "Una vez, una me hizo match y me entra diciendo "Eh, Pearl jam. ¡Una camiseta de Pearl Jam!" Y yo, frunciendo el ceño. "Otra que me va a timar".

7. "Al final ésa era redactora o no se qué del Binaural. Una tía interesante, me cansé y lo desinstalé. No la vi en mi vida".

8." El caso es que esta última vez lo iba a borrar y el último día veo una tía y digo "yo creo que está buena". Y entonces... match".

9. "Y leo que ha trabajado en un programa de la tele de esos con muuuucha audiencia que yo no he visto en mi puta vida, claro. Y digo, "ni zorra".

10. "Total, hay que hablar, eres el hombre y esas cosas medievales...y digo "hay que ser creativo" y no sé qué hostias le pongo. Ella contestó".

11. "Tonteamos, lo de siempre y le pido indirectamente el teléfono, os imagináis...sacando más pecho que los pavos en plan "te lo tienes que ganar".

12. "Y yo ya..."Puff..qué pereza". El caso es que la tía me hace un stalkeo integral y da con todo, TODO lo mío en internet. Y llega a...twitter...".

13. "Empieza a leer el twitter...y se vuelve LOCA, LOCA TOTAL, (la chica es muy twittera al parecer). Me sigue, me hace RT...".

14. "Y de pronto, tras dos días sin hacer mucho caso, me encuentro su teléfono directo ahí mandado de golpe...y las bragas porque no pudo, entiendo".

15. "El tío tirao...que pidió un teléfono sin éxito dos veces con cierta gracia de pronto lo recibe sin pedirlo y ya sabéis "joder...cómo escribes".

16. "No pensaba yo que en Tinder alguien iba a escribir así" "tu cuenta es buenísima" "un chico majo que escribe bien"...

17. "Y yo todo el rato mirando sus fotos. "Pues parece que está buena, ojo que es de la tele, las maquillan y eso". De su vida, ni caso".

18. "¿Quedamos?" "Vale". Y yo al momento "para qué tío, un fracaso, uno más" "¿No te basta con pasados eternos y presentes que no existen?".

19. Callao. "Hola" "Hola". Pienso: "Puff..tío, ahora hablar...sacar gilipolleces...tu corazón no está aquí, tu polla tampoco".

20. "Un té. Sitio cool, primeras risas y dice "La próxima vez eliges tú el sitio". 20 minutos juntos y dice "LA PRÓXIMA VEZ". Eso es bueno, creo".

21. "Lenguaje visual, sonrisas, leves toques de brazos y manos. Hablando chorradas. Mirando al suelo a veces yo. "Levanta la cabeza, tío".

22. "Total. Buen feeling. "¿Y si cenamos algo?" "Vale, genial". Vas bien, sólo has pensado 16447 veces en la chica que te gusta de verdad y no ves".

23. "3734783743847 veces en el amor de tu vida que perdiste por capullo. Pero va bien".

24. "Ella no bebe casi. Yo no soy nadie sin beber. Pedimos dos margaritas con la cena. Se le sube. Se cierne hablar de nuestras mierdas. DANGER".

25. "Total, confesiones. Todo muy chungo. La lívido mutua se va a 2000 kms y ella...se pone a llorar y yo...pues...ya sabéis, soy el del avatar".

26. "Total...rimmel corrido, sonrisas tristes cruzadas...un café...se queda frío...coger el metro...abrazo fuerte...muy fuerte...se van...".

27. "Pero claro, un gilipollas de mi nivel no puede nunca dejar las cosas ahí...tiene que ir mucho más allá..."Tío, todo tu puta culpa, desastre".

28. "Saca el móvil y mándale un mensaje ahora mismo".

29. "Him: "¡Eh, tenemos que volver a quedar!"
Ella: "¡Sí!".

30. "Entonces... pasan los días. Y me pasan cosas. SPOILER: ver foto de IG de la paloma con la nevada".

31. "Os resumo: mucho más jodido porque quien me gusta me ha dicho por 572346575467846 vez que paremos con algo que no va a ninguna parte".

32. "La 572346575467847 fue la definitiva".

33. "Y yo, sin ninguna esperanza con aquello que me la dio, el día de la nevada más brutal del año, quedo con esta otra chica esa noche".

34. "Sol. La tortuga. Llega muy abrigada, me asusta por detrás "¡uh!" Sonrío triste. No estoy allí y me sé de memoria mis zapatos mientras ando".

35. "Me mira, sabe que soy un animal herido. Pero... vamos a fumarnos unas shishas mientras me cuentas cosas alegres, chica".

36. "Han cambiado el sitio. ¿Te acuerdas cuando ibas con tu amor, Him? Qué bonito era, ¿recuerdas sus ojos vivos por ti? Ya no queda nada".

37. "Ella habla mucho, no para, pide un boli a los dueños, hace un dibujo, te cuenta cosas sobre las películas para que no sean machistas...".

38. "Te cuenta otra cosa ingeniosa, te mira, quiere impresionarte con mucho cariño, y tú no estás Him, eres un fantasma, transparente y te duele".

39. "Vamos a cenar a otro sitio. La miro y me mira. Ojalá le guste mucho menos que el otro día como me pasa ahora mismo a mí con ella por mi culpa".

40. "Baja al baño. Miro el móvil. "No te va a volver a escribir nunca más quien te gusta, te lo ha dicho. Y lo sabes. No mires, es inútil".

41. "Vuelve. Y me rompo...saco toda mi frustración, mi desamor, mis errores, mis infiernos, mi incapacidad, todo allí, en bruto, 100000 tuits".

42. "Su cara cambia. Está desilusionada. Y me dice la gran frase...".

43. "Tío, tú tratas a las chicas como si fuéramos tu psicólogo". Tocado. Hundido. Se acabó".

44. "Nos despedimos. Sólo una imagen en mi cabeza. No sé si reír o llorar".


45. "Epílogo: Al día siguiente me envía una imagen con frase de auto-ayuda de Jodorowsky por DM. "Gracias". Fin. Ya sabía yo que algo no encajaba".

46. "Os quiero mucho. Me he mirado los pies escribiéndolo".

viernes, 20 de enero de 2017

Taxi a Chapinería. Escrito por Raúl del Olmo.


Sabía que no tenía motivos para hacerlo. Simplemente lo decidió de manera instintiva. En su mente sólo podía rememorar una y otra vez la sensación completa de avinagramiento. De pronto pensó absurdamente si el sustantivo vinagre demandaba ir acompañado por el artículo "el" o "la". Ni idea de por qué pensaba esto, ni idea de nada. Levantó el brazo, parecía un grotesco muñeco de nieve sucio y sin alma. Entró empujado por la inercia inequívoca de quien un día fue feliz -y vaya usted a saber si lo será de nuevo-. "A dónde vamos". "A Chapinería", contestó, "lléveme usted a Chapinería, si hace el favor".

"Me va a disculpar usted, ¿Que le lleve a dónde?".
"A Chapinería, quiero ir a Chapinería".
"¿Cómo que a Chapinería?".
"Sí, le digo que me lleve para allá, que me lleve a Chapinería".
"Disculpe, no puede ser...¿a Chapinería?".
"Demonios, ¿en qué idioma hablo? Que arranque de una vez y nos dirija a Chapinería. CHA-PI-NE-RÍ-A, caballero".
"Chapinería...imposible".
"¿Pero qué dice usted?".
"Supongo y entiendo que sabe lo que ocurre cuando alguien llega a Chapinería..."
"Pues por supuesto que lo sé, pero todo lo demás que encuentre allí me compensará con creces las consecuencias de ir a Chapinería".
"Yo sólo le advertía. Son muchas las personas que después de estar en Chapinería se arrepienten de haber realizado ese viaje".
"Hace años ni se me hubiera pasado por la cabeza la idea de ir a Chapinería, pero esta noche he decidido que me da igual. Ya no hay verdaderamente nada que me impida tomar ese rumbo".
"A lo largo de mi experiencia en el servicio, le aseguro que he llevado a muchísima gente a Chapinería, pero no sé si fruto de la casualidad o no, no ha habido ni un solo pasajero que haya repetido el viaje".
"Quizá se hayan quedado para siempre allí".
"Fíjese que no lo creo...".
"El caso es que yo ya no tengo motivos para dudar acerca de si quiero ir o no a Chapinería. Estoy convencido de que la deriva me lleva en esa dirección".
"Es arriesgado, dese cuenta de que no elige usted aquel recuerdo bonito que olvidará para siempre".
"Bah, como si me importara eso. He llegado a un punto de mi vida en el que no tengo nada bueno que recordar. Figúrese".
"Es algo terrible la consecuencia. Mire: usted llega a Chapinería, hace lo que quiera hacer, está el tiempo que desee, pero después, al regresar, un recuerdo agradable de su pasado se habrá borrado para siempre".
"De verdad que me da igual. Sé que suena exagerado, o increíble directamente, pero es así".
"¿Nada? ¿es posible que no exista una sola cosa que tenga miedo de olvidar?".
"Nada, de veras".
"Seguro que hay algo, hombre. Vaya atrás en el tiempo, al pasado, a la infancia...de niños siempre se nos queda algo en la cabeza que resurge en las tardes de verano que huelen a lugares perdidos en la memoria".
"El perro Curro".
"¿Cómo?"
"Sí, el perro Curro, me acuerdo del perro Curro".
"¿Por qué recuerda a ese perro?".
"No sé, de pequeño era muy tímido y no tenía casi amigos. Me escondía cuando veía gente conocida por la calle. Me tiraba cuerpo a tierra detrás de los coches. Los chicos se reían de mí y los mayores pensaban que era un tarado".
"¿Y qué tiene que ver eso con Curro?".
"Curro era un perro vagabundo. Ni idea de por qué todo el mundo le llamaba Curro si nadie le había puesto ese nombre. Cuando me veía escondido en cualquier parte, se acercaba meneando el rabo y sacando la lengua para que le acariciara. A veces me lamía las lágrimas hasta hacerme casi sonreír".
"Yo pensaba que Curro era sólo un nombre de persona. Mi padre era persianista. Tenía un compañero cubano, él le llamaba Currito Americano".
"¡Vaya, suena realmente absurdo!"
"¡Completamente!".
"Bueno, ahora que lo pienso...me acuerdo también de Aurelio, el hijo de la señora de la droguería. Mi único amigo de la infancia. Su madre le vestía invariablemente con un chándal de tactel. Estaba obsesionado por explicarme a todas horas la teoría de cómo se tenían hijos".
"¿Y cuál era esa teoría?".
"Aurelio me decía que para tener hijos lo que hacía falta era comer mucho cada día. Pero mucho, mucho, sin parar, vamos; eso provocaba el embarazo y luego, al ir al servicio, en vez de salir una cantidad generosa de mierda por nuestro esfínter, saldría un bebé. Eso sí, incidía en que había que tener especial cuidado en recoger al niño antes de que se colara por la taza del váter y se ahogara".
"¡Qué me dice! ¡esa imaginación es prodigiosa!".
"Calle, calle...yo recuerdo...que engordé más de diez kilos comiendo. Estaba tan solo que lo único que quería era tener un hijo comiendo sin parar para poder querer a alguien".

Las risas entre ambos estallaban dentro del vehículo, fuera llovía. Una manta fina de agua difuminaba la luz de una farola y le daba a la escena la apariencia de un cuadro cualquiera, de esos que las abuelas cuelgan tan dignas ellas en la sala de estar de su casa, alejadas de cualquier pudor presunta e intelectualmente artístico.

La conversación continuó fluyendo animada, inverosímil y sorprendente, como las cosas inesperadas que asaltan nuestra rutina diaria de puntillas.

"¿Y dice usted que se llamaba...?"
"Jovita, se llamaba Jovita. Esa niña estaba loca. Se asomaba al balcón de su casa, ¿qué serían?, pues tres o cuatro metros de altura por lo menos, y allí la tenías, con las alas que se había fabricado de cartón, papel charol o vete a saber qué colgadas con dos cuerdas a su espalda; saltaba la barandilla ¡y se tiraba al jardín de abajo un día sí y otro también para intentar aprender a volar! Fue la primera vez que me enamoré. Quizá la única. Por cierto, llevamos horas hablando aquí y todavía no nos hemos presentado. Me llamo Raúl. ¿Cómo se llama usted?".
"Mi nombre es Enrique David de Carlos. Mi padre me enseñó que siempre había que presentarse con nombre y apellido por una mera cuestión de formalidad".
"Bueno, mi apellido da igual, posiblemente ni siquiera pueda recordarlo. ¿Sabe? he decidido que hoy ya no quiero que me lleve a Chapinería".
"Vaya, ¿y se puede saber por qué? parecía usted tan convencido...".
"Sencillamente me he dado cuenta de que hay un momento el cual no querría correr el riesgo de olvidar".
"¿ Y se puede saber cuál es ese momento?".
"El primero en el que he vuelto a ser feliz por un instante desde hace mucho tiempo: éste".

sábado, 1 de agosto de 2015

Estudio científico acerca del verano. Por Raúl del Olmo.


(Transcripción de la exposición oral realizada ante los más prestigiosos ingenieros climáticos del planeta en la Universidad de Columbia. Nueva York, julio de 2.015).

"Damas y caballeros, me siento profundamente honrado al poder mostrar ante todos ustedes las conclusiones alcanzadas por el esmerado trabajo realizado por mi parte durante los últimos quince años.

Por fin la NASA me ha permitido hacer público el pormenorizado y exhaustivo estudio científico acerca del verano que confeccioné para ellos. Basado y sostenido en rigurosa metodología empírica y razonamientos acordes a la lógica -inductiva y deductiva- más axiomática, sus resultados son, si se me permite la observación, concluyentes e inapelables. A continuación, se los presento a todos ustedes.

Como pueden apreciar en las siguientes tablas matemáticas, el verano es la atrofia meteorológica del Planeta Tierra, un auténtico acto terrorista climático. No sólo el análisis de la ciencia nos lleva a esta evidencia; incluso, remontándonos al pensamiento mítico y a la metafísica clásica, concluiríamos que el verano es un invento de los dioses y de los pensadores universales para justificar todas las conductas aberrantes del ser humano.

Nos encontramos ante una estación del año que supone un despropósito existencial de proporciones ingentes, el auténtico tiempo muerto de la existencia. El verano es lo menos estimulante y enriquecedor para el desarrollo personal. Universalizando estadísticas recogidas en estos dos cuadros que les muestro, es del todo imposible que al ser humano le haya pasado algo bueno en verano desde que existe: ningún ser humano en su sano juicio ha podido ser feliz en esta época del año a partir de los quince años.

Resulta del todo evidente, por tanto, que el verano saca lo peor del ser humano, es la defunción de la dignidad humana. El verano encierra algo malvado, es cruel con los que piensan e, incluso, afea la decadencia. y provoca que la tristeza luzca menos.

Los siguientes diagramas de Venn -que estudian variables interdependientes cruzadas con logaritmos neperianos, aplicando al resultado la formula del binomio de Newton- resuelven que el verano es la época del año preferida de la gente que, a duras penas, pudiera diferenciar su conducta de la de un organismo unicelular. Las personas que se sienten felices "porque es verano" poseen un desarrollo mental y emocional inferior al de un invertebrado.

Actitud humana en estío.

El verano sólo puede gustar a gente muy canalla o muy inferior en su desarrollo sentimental y cultural. También es la estación preferida por las personas malas y por las personas con menor desarrollo intelectual. Su función práctica definitiva, si es que hay alguna, es lograr que las personas inferiores encuentren su lugar en el mundo: el verano existe para que todos los hijos de puta, ignorantes, simples, catetos, vacíos y pseudo-humanos tengan un lugar en el mundo.

Los gráficos adjuntos al memorandum más extenso y ambicioso jamás realizado a través de estadística probabilística dejan a las claras que disfrutar con el verano es de seres inferiores; El verano es intelectualmente inferior, de paletos y el más fastuoso y ambicioso estercolero para los cutres.

El verano existe para que las personas que no piensan estén, como ya expresaba con tino Leonardo Da Vinci -y cito textualmente- "un poquito en su salsa". Es más, animaliza al ser humano y le disuelve el poco cerebro que le queda. El método científico empleado en este estudio envuelve la observación de su fenómeno, la postulación de hipótesis y la correspondiente comprobación mediante experimentación para exponerles, sin margen de error posible, que el verano disimula bien el retraso mental, si bien todo ser humano parece más subnormal en estío; los tontos, más visibles y los simples, más contentos.

Motivación humana en estío.

Eso sí, destacar que actualmente la polémica ha llegado al mundo de la investigación como saben. El futuro Premio Nobel de la Ciencia, elegido entre muchos candidatos por decir que se aburre y colgar fotos poniendo caras en las redes sociales, declaró "Soy feliz en verano porque llueve menos, no hace frío y salgo más de casita". Este hecho no debe más que hacernos preguntar profundamente hacia dónde va el sucesor del Homo-Sapiens.

Para no caer en el prejuicio cognitivo, analizar la relación con el verano por parte de personajes históricos, una tarea crucial a la que he dedicado horas durante estos años, concluye, entre otros más de mil casos destacables que, por ejemplo, a Hitler también le gustaba el verano y que a Goebbels le gustaba disfrutar en chanclas del "veranito", como él mismo lo denominaba.

El modelo epistémico empleado en este vasto y ambicioso trabajo determina, tal y como aprecian en los siguientes gráficos sectoriales, como el verano es un lodazal de dimensiones bíblicas se mire como se mire: vivir en verano es indecente, sólo gusta si estás muerto y, si acaso hay algo bueno para las gentes de bien desarrolladas antropológicamente, es no ver a nadie o comprobar como sentir animadversión hacia él es motivo suficiente para sentir afinidad indisoluble con una persona.

Aristóteles ya argumentó como todo ser humano merece un navajazo en verano o remitiéndos a los versos de Homero, nos encontramos poesía épica que clama así: "Tirado en mitad del ágora, abandonado a la brisa de los estertores del estío, deseo que un maleante venga y me clave una daga en el hígado".

El enfoque pragmático de mi investigación permite deducir, sin atisbo de duda alguno, como el verano es indecencia y canallería. Todo lo que lo rodea es absurdo, de mal gusto u hortera. El posicionamiento mental asociable universalmente al verano responde a lo más zafio, cutre, rancio y funesto de la inteligencia humana.

Conducta humana en estío.

Habrán leído en el dossier que tienen en sus manos la justificación que me llevó a realizar este proyecto tan importante y trascendente para el futuro de la especie; cómo comenzó todo, esa primera época de juventud donde desarrollé un desprecio hacia el verano que sobrepasa los límites de la razón humana. Haciendo memoria, probablemente no haya sido feliz nunca en verano.

El verano me enervaba gravemente desde niño y escribía sonetos en papel del váter de "El Elefante" para remediarlo. Sufría al descubrir como el ruido de la calle se volvía insultantemente vulgar en dicha estación. Sentía, también, una angustia temeraria cuando las voces asilvestradas de mis vecinos paletos regresaban del pueblo a la ciudad, ese reclamo animal anunciando que el verano ha muerto.

Llegando por tanto a la conclusión de que no existía forma humana de entender lo más mínimo en qué consistían estos tres meses del año, realicé un proceloso y costoso trabajo de campo en la localidad andaluza de Bollullos de la Mitación. Allí, descubrí como el verano es tiempo de descerrajar escopetas y llevar pantalones de tergal atados con una cuerda.

Entre otras acciones asociables al método científico óntico, pasé veranos enteros en una cueva sin ver a nadie rodeado de sandías, melones y picotas, sumergido con un traje de buzo en una tinaja de vino o con un poncho, un sombrero charro y una botella de tequila sentado junto a una carretera secundaria viendo pasar el verano.

Llegué, incluso, a celebrar el fin del verano surfeando en seco sobre las lápidas de cementerios o a comer turrón de Jijona como signo de rebeldía, tal y como hizo Descartes en su día.

Para ir terminando, indicarles que el mayor logro y orgullo del que puedo hacerles cómplices gracias a este hallazgo teórico-practico del que les hago sabedores, es de la formulación de una nueva ley científica verificada, la cual les muestro expuesta a continuación:

"Experimentar un sentimiento de ira incomprensible en verano es propio de seres humanos superiores, al igual que odiar el verano es un rasgo de objetiva e indiscutible superioridad intelectual y emocional".

Y poco más que añadir, espero que mis palabras les hayan servido de mucho en las investigaciones en torno a cuestiones relacionadas con el clima veraniego en todas sus vertientes. Gracias por la atención prestada. No olviden que al salir del salón de actos podrán recoger como obsequio conmemorativo de este congreso una pelota de playa Nivea, un cubo y una pala".

viernes, 27 de febrero de 2015

Como un suicidio. Por Raúl del Olmo.


Llevaba casi una hora mirando inmóvil por el cristal. Sus ojos se mantenían fijos en ninguna parte, en un punto de fuga indefinido por el que resbalaba, de vez en cuando, alguna gota de un improvisado aguacero mientras aferraba firmemente al frío guardián de su destino.

También llovía bajo sus párpados, intentando escampar a duras penas sobre las grietas de su piel. Sentado, su cabeza daba vueltas sobre la idea de que todo había terminado. Ignoraba si era una decisión cobarde o la más valiente que tomar llegado a ese punto. Fuese como fuese, debía ser algo rápido y fulminante, no cabían las medias tintas o arrepentimiento alguno, el paso sería determinante.

No daría explicaciones a ningún conocido, no dejaría rastro, no mediría las consecuencias que ello tendría sobre los demás. Tampoco había dado pistas a nadie, si bien todos conocían su angustia existencial, su trágica fortuna de contar con una vida empeñada en sonreírle mientras él le daba la espalda.

Se preguntó cómo sería recordado, qué pensarían los demás de su atrevimiento a abandonar un mundo con tantas oportunidades desperdiciadas como decepciones compartidas. Pero éste sería su último día. Sin avisar, sin rendir cuenta alguna lo llevaría a cabo. Una salida final, extrema, sin marcha atrás posible.

Sabía que ésa era la mejor forma para hacerlo. Se levantó de la silla lentamente, respiró profundo y con paso lento se dirigió hacia su habitación con el objeto entre los dedos; lo observó con gesto entre duro y resignado, recostándose sobre la cama, testigo muda de sus tormentas emocionales desde hacía tanto tiempo.

Deslizó de forma rápida su mano por él: lo primero sería desinstalar Instagram, Facebook, Twitter y Whatsapp, uno tras otro, y cerrar para siempre su Tumblr y su blog.

Abrió la ventana de par en par y arrojó el móvil al vacío: había elegido vivir.

viernes, 2 de mayo de 2014

La huida

Para A.F.

Ayer, una voz nonagenaria me agarró la mano diciendo "me voy". Apenas fue un susurro, un hilo de voz hueco y apagado; y, sin embargo, sonaba tan rotundo y directo como la más alta de las exclamaciones.

Su tacto era terso y cálido. Una mano huesuda, temblorosa, invadida por un laberinto de venas azules hinchadas, que, muy al contrario de lo que pudiera parecer, se aferraba a la vida plena de lucidez.

Ojalá yo muchas veces hubiera tenido tan claro que me iba, aunque no supiera dónde. Ojalá otras voces hubieran podido anunciar su marcha sin negarme su destino, fuera el que fuese.

Lo que quería transmitirme, era la celebración pacífica de una marcha sin retorno, con consciencia y placidez, exenta de resignación, latente de naturalidad manifiesta.

Un ritual universal y cotidiano, una postrera salida a ninguna parte; reposada, cerrada y sensata.

Mis ojos eran la respuesta a su afirmación. Tristes, como siempre, pero acompañados de una sonrisa cómplice, cálida, sincera y receptiva.

Un último gesto antes de partir hacia la última estación, allí donde no existe casualidad ni fortuna.

viernes, 20 de septiembre de 2013

El reflejo. Escrito por Raúl del Olmo.

(Escrito hace muchos años y revisado ligeramente ahora, preservando su sencillez y su limpia exposición de un alma aún por macillar).


No lo soporto, cada día es igual. Todas las mañanas me despierto a la misma hora y odio el sabor que tiene mi boca cuando me digo en voz baja "no quiero levantarme". Sé que no existe salida a esto, nada impedirá que me vista mecánicamente y sienta el más profundo asco por el olor que desprende mi cuerpo tras una semana entera sin ducharme. La dejadez absoluta y el abandonarse por completo son pruebas palpables de la derrota existencial. Sin duda, pienso que hoy será "como siempre".

Después de tomar un café solo y una magdalena revenida, bajo las escaleras del porche sin importarme que hoy el sol brille con un brío vehemente: las puertas del verano están casi abiertas. A mí, sin embargo, el invierno profundo del gris trascurrir de mis días no me abandonará jamás. Me subo al coche y arranco. Ya casi no recuerdo el momento en que lo hice por primera vez, con cara sonriente por recibir aquel regalo que me concedieron mis padres al terminar mis estudios superiores.

Rápidamente, me adentro en la autopista que me llevará hasta el edificio gigantesco de cemento armado, a aquel monstruoso lugar que drena mi existencia poco a poco e hipoteca mi tiempo de manera despiadada. De todas formas, no sé para qué quiero contar con tiempo, todo me da igual, el síntoma más evidente de haber tocado fondo.

No quiero pensar en ello, no quiero que las lágrimas vuelvan a empañarme la visión de los otros automovilistas de la rutina diaria que llevo por delante. Busco distracción y pongo la radio; giro el dial lentamente hasta llegar a una emisora en la que suena aquella canción que tanto me gustaba antes y que tanto me había hecho sentir. Da lo mismo, apago la radio. Ya no me volverá a emocionar; ni tan siquiera recuerdo el grupo que la ha compuesto. ¿Por qué he dejado todo en el camino? ¿Por qué he cambiado tanto si me prometí ser siempre yo mismo?

No me siento con fuerzas para hacer algo nuevo o ni tan siquiera para recuperar lo perdido, quizá nunca tuve nada, no lo sé. De nuevo retención, la agónica penitencia inevitable. Mientras estoy detenido, cierro los ojos para ver si la espesura negra se traga mis reflexiones cuando, de pronto, algo cae en la luna delantera de mi automóvil. Es un ruido pesado, inerte y leve -pock-. Abro los ojos a la realidad y observo como un líquido espeso y blanquecino cae lentamente por el cristal. Parece leche con grumos verdosos, o quizá más bien las bilis que mi cuerpo expulsa al volver cada noche de excesos desperdiciando mi juventud.

Pero no había duda: una gaviota había defecado en plena luna. Maldigo mi mala suerte y esta estúpida situación en medio del gran atasco. Salgo del coche a estirarme y miro hacia delante para saber cuán larga es la fila de almas vacías enlatadas entre cuatro ruedas y un volante. No puedo hacerlo con claridad, el resplandor cegador del sol -ciertamente, no sé siquiera si queda poco para el verano o es una ilusión- me hace desviar la vista y girar la cabeza hacia la izquierda repentinamente. Es entonces cuando lo percibo: el inmenso mar recorta el paisaje tan vivo e imponente como lo fueron un día mis sueños. La imagen se me clava en la retina.

Deseo justo ahora volver a sentir el tacto del agua marina sobre mi piel y escuchar las espirales infinitas del oleaje para encontrar la paz. Sé, de una vez por todas, que no me queda nada que encontrar, ni ánimos para buscar: sé que mi sorda derrota invita a bajarme de la monotonía, mi única compañera de viaje.

Cierro la puerta del coche y sé que lo dejo ahí para siempre, en medio del caos circulatorio. No me importan los pitidos y los insultos, ni los escucho. Mi mente sólo busca una salvación. Me pregunto justo ahora por qué soy tan frágil en mi interior tras una fachada artificial, pero ya da igual.

Llego al otro lado de la autopista y cruzo un puente. Hace tanto tiempo que no tengo ganas de llegar a algún lado que hasta me sorprende este énfasis. Atravieso un trecho del paseo marítimo.No sé ni cuándo había sido la última vez que había pisado estos gastados azulejos de mármol; ni siquiera recordaba la procesión de farolas a ambos lados. Finalmente, bajo las escaleras que mueren en la playa.

Siento una mezcla de sensaciones, una confusión agradable entre el olor a salitre y el brillo plateado del sol sobre el mar. Piso la arena. A lo lejos descubro varias barcas abandonadas más viejas que el mundo. Un par de pescadores prueban suerte con prudente entusiasmo mañanero. ¿Son felices? ¿lo he sido yo alguna vez?

Avanzo con decisión. Me quito los zapatos, los tiro despreocupado y mis pies siente la porosa humedad. Ya no veo nada, me guía el instinto. Me desnudo por completo y desprovisto de todo lo que no soy, me pregunto la finalidad con que el ser humano ha creado tantas cosas inútiles. Mi cuerpo en crudo me ofrece la seguridad del que se ha encontrado a sí mismo.

Al contrario de lo que pueda parecer, me muestro tranquilo y sólo interrumpe mi liturgia el frío intenso del líquido elemento en contacto con mi piel. Me voy introduciendo en el mar poco a poco, mi cuerpo se difumina bajo las aguas. Fijo la mirada en el horizonte. Ante mí, no hay límites; sólo un todo infinito y su llamada es irresistible.

Comienzo a nadar para seguir avanzando, es irónico que todo parezca claro en el momento más extraño de mi vida: sin rumbo, pero habiendo encontrado la salida. Floto ligero: el peso demoledor de una vida insatisfecha y errática, el lastre de todas las renuncias que no elegí, se hunden en las profundidades.

El oleaje es suave y continuo, un vals embriagador. Y entonces los noto, ya penetran sutilmente, ahí están: ¡los sonidos en espiral! Miro instintivamente hacia la orilla como reflejo de todo lo que dejo atrás: una pareja de ancianos pasean de la mano junto a ella. Vuelvo la cabeza y sonrío.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Un hombre maduro. Por Raúl del Olmo.


Una fila de miradas se agolpa a observarme desde el andén. Es extraño, yo, alguien que ha pasado desapercibido siempre, me siento ahora el centro de atención.

Cuántas veces habría suspirado por que una chica como aquella del pelo recogido se hubiera fijado en un paria como yo; o que este señor de impoluta presencia no hubiese apartado los ojos al encontrarse con un mediocre ciudadano gris.

Ahora, mientras les veo, pienso que me parecen infinitamente más jóvenes o más viejos, más guapos o más feos que yo. Será la ingravidez del momento.

Al menos, puede que por fin ya sea todo un hombre; no por nada en especial, simplemente por lo que decía mi profesor de literatura con solemnidad, eso de que “madurar es aprender a irse a tiempo”.

Me fastidia que las personas no nos percatemos de que vivir es el afortunado e improbable accidente de existir, pero, la verdad, es difícil que la muerte te pille viviendo.

Qué le voy a hacer: aunque haya suicidios que duran toda una vida, hoy elegí terminar con el mío.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Carne de Cañón. Escrito por Raúl del Olmo.


No era capaz de apartar la mirada de ella. Su reposo inmóvil se expandía ante Hugo. Se sentía un ladrón robando la esencia más íntima. Ante sus ojos, su perfil se le antojaba apagado, como el resplandor del anillo que apresa un dedo hinchado por el paso de los años.

La ferocidad con la que el deseo pujante invadía el lecho que compartían era poco más que una reliquia de los tiempos. La precariedad existencial llenaba cada poro de la piel de Hugo, si bien a la vez le vigorizaba como un resorte a despertarse cada día. La forma en que se desintegraba su convivencia no dejaba de ser una tragedia para oídos sordos. La casualidad había marcado su primer encuentro, llegó a su vida como la bala perdida que te penetra sin querer.

Mientras seguía fijado al espejo de su infortunio mudo, se sentía un miserable por ser cobarde y no hacer con las penurias la soga de su vida y de una vez cambiar algo. Recordaba con una sonrisa afligida cuando presumía de confiar en lo imprevisto como la fórmula del caos perfecta. Eso hacía mucho que no ocurría.

En lugar de ello, había convertido en hábito entonar un réquiem silencioso por todos los que, inconscientemente, compartían la misma angustia, frustración y desvanecida esperanza. Otra de sus costumbres era escribir inconexos versos, una válvula de escape inútil a la que recurrir en ocasiones.

Acercó la mano hacia el cajón de la mesilla del cuarto. Sacó el cuaderno deslavazado donde plasmaba sus ejercicios de desahogo cotidiano y lo abrió. Rara vez leía aquellos apuntes de un hombre ahogado; crear en el sentido más mundanal del término era para Hugo una línea de fuga sin retorno que no demandaba volver sobre sus pasos. Sin embargo, aquella mañana de domingo lo hizo.

“De tu sangre al vertedero”. Ese era el título de los últimos retazos fieros que había gestado su lápiz hacía tres días. Varías líneas escritas en primera persona con presión notable decían así:

Soy la poesía podrida en tu placenta,
Soy el azote de tus vicios,
Soy la vena que afea tu rostro,
Soy el cancionero de tus mutilaciones invisibles,
Soy el talento de tu condenado a muerte,
Soy las cartas que te inventas,
Soy el secreto de tu degeneración,
Soy la caja negra de tus sombras,
Soy el terror debajo de tu lámpara,
Soy, en fin, la historia que te falta.

Hugo se quedó mirando fijamente esas palabras varios minutos. Cerró las páginas y se sorprendió al toparse con la cubierta en la que ni recordaba el dibujo que había plasmado: una especie de Cristo crucificado en postura fetal bajo el que rezaba “los mejores finales, los que no comienzan”.

Su vista reparó de nuevo en ella. Indolente, sólo se movía y mostraba calor cuando Hugo la agitaba despertándola de su letargo. Por mucho que le pesara, se había acostumbrado tanto a ella que era inútil reinventarse un nuevo mundo.


La aferró firmemente entre sus manos, la levantó inerte y se la llevó camino del baño. Era momento de darle un agua a su vagina en lata. 

jueves, 30 de mayo de 2013

Espacio y tiempo. Escrito por Raúl del Olmo.


Las afiladas puntas metálicas se le clavaban en el alma cada vez que paseaba cerca junto a su viejo chucho despistado. Habían pasado muchos años desde que esa pared baja de ladrillo, levantada al final de un callejón, fuera el refugio particular de ella y de su, por entonces, vivaracho pretendiente rebosante de pujante juventud. El trazado urbano de su ciudad era un deleitoso caos donde perderse y allí, en el extrarradio del su otrora barrio dormitorio, los refugiados de un mundo gris, tenían sus escondrijos entre los que invocar al deseo furtivo.

Estela miraba el muro de soslayo, acelerando el paso y tirando firmemente de la correa de Pluto, como si aquella tapia fuera a hablar o, peor aún, como si no fuera a volver a hacerlo nunca. Porque allí se encerraban tantas tardes de un verano, tantas palabras cautivas del tiempo y tantas miradas electrizantes que no es de extrañar que le supusiera poco menos que enfrentarse a un mito creacionista hecho carne.

Resultaba hiriente que encima del lugar donde habían hecho germinar un arcaico amor en bruto hubieran construido una barrera férrea. La rabiosa tendencia de generar zonas privadas para determinar la exclusividad de la propiedad había sido la causante. Especialmente ridículo en un entorno obrero, elitismo propio de antiguos gerifaltes de épocas oscuras y traumáticas. Para Estela aquel hecho encerraba un tremendo simbolismo: suponía una sima fatal, quebrantar los cimientos de las pasiones pretéritas.

La madre del "trovador de pico de oro" que embelesó su por entonces tierno corazón, vivía también allí. Ese había sido el motivo principal por el que ambos jamás abandonaron sus raíces: su ecosistema primigenio. La señora Sole había enviudado tiempo atrás, al poco de conocerse los flamígeros enamorados. Su marido llevó hasta las últimas consecuencias su rudimentario epitafio con el que callaba a su mujer y a su hijo cada vez que reprendían su conducta kamikaze: “Cuando muera, que me den por culo”. Un rotundo aviso asilvestrado, proveniente de quien se ha ganado la vida desde la infancia saboreando la dureza del terruño y evadiéndose a través de los placeres más instintivos. Su cuerpo era la carcasa que encerraba la tragedia de quien no es más que un prisionero de la metrópoli, de un difuminado hombre bueno perdido en una ciudad de extraños.

Tras la marcha del "inconsistente maestro del oxímoron existencial", Estela siguió en contacto con su madre. Desde que se rompió la cadera al caerse en casa, tenía bastante miedo a bajar sola a la calle; todo aquel temor que nunca tuvo, sin embargo, para enfrentarse a los escollos de haber lidiado con un hogar repleto de hombres disfuncionales enfermos de sí mismos. A pesar de haber sido una mujer dolorista sin remedio por los escollos del cavernario catolicismo de épocas acomplejadas, la tolerancia y la ternura incondicionales de la señora Sole convertían en comprensible la más disparatada de las conductas.

Aquel día Estela regresaba de tomar café con la entrañable viejecita. Siempre tuvo con ella una afinidad natural para mostrarse tal y como era, algo extremadamente difícil: a lo largo de los años, se había encargado de poner a buen recaudo su amasijo de emociones. La visión recelosa de un entorno demasiado ensimismado en sus verdades universales le había llevado a protegerlas. “Sufrir en silencio”, recordaba que le dijo alguien en una ocasión. Pero eso era, pensaba, la antesala de la soledad compartida en colectivo, la presentación de lo que es nuestro mundo ahora: una inmensa red de seres interconectados completamente ausentes los unos de los otros.

Con la señora Sole era distinto. Cada palabra cobraba sentido, se pronunciaba lentamente, trascendiendo al silencio; era escuchada con la honorable sabiduría que otorgan a los oídos la ancianidad. La joven se había sentido de nuevo abrigada en conversaciones cálidas durante esa tarde.

Al volver hacia su casa fue cuando se topó de bruces con ese parapeto erigido en vertical apuntando al cielo. Estela se percató de que no podía seguir huyendo de su visión: recorrió el monstruo metálico de pies a cabeza y elevó en continuo su mirada hasta el firmamento. Y entonces automáticamente pensó en el huido. No había logrado superar el día de su marcha. Desde que se conocieron sabía que su vínculo estaba supeditado por completo a su vocación y a los confines del espacio donde quizá algún día le llevara ésta.

De todas las personas que el azar repartiera entre los recovecos de su vida, había tenido que ser un futuro astronauta quien se cruzara en su camino. Enamorarse de un astronauta era hacerlo del vasto infinito de la incertidumbre, de lo ajeno y de lo infranqueable. Por eso mismo pensó que su amor nunca conocería fin; por esa naturaleza extraña y fascinante de la que lo dotaba el hecho de estar con alguien tan desconectado del mundo.

Recordó la tarde en que se despidieron por lo que sería un periodo mayor que el que su corazón bullente de sensaciones quisiera resistir. Sin embargo, desde el principio supo que ese momento era algo que podría acaecer; además, no todos los días se forma parte de la expedición elegida para investigar el descubrimiento de un nuevo planeta del sistema solar. El desfile de palabras, lágrimas, miradas y caricias antecedió a un silencio sordo que ya nunca dejó de acompañarle. Esa impresión era lo más parecido a un zumbido molesto que le recordaba lo incompleta que se sentía aún cuando la felicidad hacía visos de entrar fugazmente en su interior de nuevo.

Súbitamente, la noche se rasgó en el infinito al que apuntaban sus bellos ojos vivaces: Una especie de estrella fugaz refulgente rompió el ingente mar negro que reposaba sereno y sublime sobre su cabeza. Estela se quedó inmóvil observándolo varios minutos: un haz intenso de luz rojiza no terminaba de difuminarse ante su mirada extrañada. Tras ese momento en que permaneció absorta, enfiló junto a Pluto el camino que le quedaba hasta llegar a su refugio urbano.

A la mañana siguiente, anduvo apresurada hasta la estación de metro y recogió de manos de la repartidora el periódico gratuito que le servía como primer contacto con la precariedad mundial impresa. Cogió el transporte justo al llegar al andén. Aún fatigada por las prisas, tomó asiento y se dispuso a hojear el diario. Sus ojos depararon en una foto de portada que presentaba una imagen extrañamente familiar.

El titular a tres columnas que la acompañaba rezaba así: "La aeronave espacial VR 27/98 sufre una trágica explosión en la órbita de Ítaca". El pitido del vagón ahogó un suspiro súbito.

jueves, 23 de mayo de 2013

Cucurrucucú, Elisa. Escrito por Raúl del Olmo Echeguren.



Habían pasado tres años y medio. Juan desde entonces no había vuelto a tener noticia de ella. La ruptura con Elisa fue lo de menos, al fin y al cabo cuando alguien desaparece, hace mucho tiempo que se ha ido.

Sin embargo, le fue inevitable sentir las manos temblorosas mientras redactaba aquel e-mail. Ni siquiera cuando tuvieron que amputarle un brazo a su hermano Enrique tuvo el coraje de avisarla. Nada: ni un mensaje, ni una llamada, ni siquiera algún medio profiláctico 2.0 para entrar en contacto.

Llevaba catorce meses sin trabajo y se sentía un auténtico naufrago virtual. Pasaba sus días como la mujer de Lot, de espaldas al mundo; su desafección con el entorno le había llevado a considerar la realidad como la nueva ficción. Esta era una oportunidad surgida de la nada: cuando el estertor de la desesperanza se divisaba en el horizonte de sus días, apareció de repente.

Lo más difícil ahora sería cómo pedírselo, sopesar si merecía la pena y, finalmente, si debiera oprimir o no el botón de enviar. No se hubiera atrevido ni a recordar su voz, ni a cruzarse con su mirada, pero la distancia del correo electrónico era la forma más adecuada de solicitárselo. Su aportación sería valiosa.

Releyó por última vez el mensaje:

“Hola, Elisa. La verdad, no sé cómo empezar. Con tanto ayer a nuestras espaldas, habiendo secado hasta la última gota de sangre por nuestro amor destripado, aquí estoy, dirigiéndome a ti.

Supongo que sigues viviendo en Cabezón de la Sal, dedicándote a la peluquería canina, aquel refugio en el que te atrincherabas en el epílogo de nuestra mortecina convivencia después de agotar el mar salado de tus ojos.

Yo sigo zascandileando, sin rumbo fijo, más que nada porque tampoco tengo un destino al que tender. No pretendo darte lástima, ni siquiera que muestres esa piedad autosuficiente que tantas otras veces desparramabas sobre mi errático deambular.

(…)”.

Juan se saltó varios párrafos más de indulgente prosa coyuntural, tan forzada como exasperantemente elaborada. Por el contrario, la despedida era con diferencia de lo más burdo y violento:

“Bueno, Elisita, no me extiendo más. No hace falta que me contestes, me conformo con que te acuerdes de mí para que me ayudes tal y como te he explicado.

Ahora debo irme, de veras.

Juan”.

Mientras en su cuarto sonaba la acelerada versión de “Cucurrucucú, Paloma” grabada por Franco Battiato, Juan se vino arriba y el bocadillo verde de la pantalla del ordenador que señalaba send se iluminó en color verde.

 El pensamiento volvió a ser el mismo: “joder, a ver si ésta le da también cinco estrellas a mi relato para que gane el concurso”.

Siguió escrutando la lista de contactos. Tocaba su prima Elvira.

miércoles, 20 de febrero de 2013

La decisión.


Por fin estaba delante de ella. La tenía entre sus manos. Notaba su tacto frío y ancestral. Había sido mucho el tiempo y el esfuerzo que Pauline dedicó para llegar a esta situación. Casi no recordaba el momento en el que fue elegida para tamaña empresa.

El Departamento de Arqueología de la Universidad de La Sorbona se encargó de costear la expedición. Una expedición que tenía como fin último acceder a aquella reliquia de los tiempos de la que ni siquiera se tenía constancia real que existiera durante siglos. El equipo encargado de llevarla a cabo fue seleccionado durante meses de deliberaciones y estudios en profundidad recopilando toda la información importante, todos los datos trascendentales de los diversos curriculums profesionales con los que se contaba para que la misión llegara a buen puerto.

Era del todo imposible para Pauline ser capaz de discernir qué era lo trascendental, lo primordial para la raza humana, para el devenir del mundo. No lograba concluir si el criterio global, la visión universal debiera prevalecer sobre la personal; teóricamente eso era lo justo, lo moralmente aceptable. Sin embargo, llegada a ese punto, y a pesar de la preparación que pasó durante los meses anteriores a emprender tan magna aventura, no conseguía dilucidar de forma clara cuáles eran los principios por los que debía guiarse.

Era una decisión intransferible y personal desde el instante en que la delegación de expertos votó unánimemente que debiera ser Pauline la encargada de tomarla, de hacer la elección más difícil y a la vez anhelada de la historia universal. Los tests de personalidad, las entrevistas en profundidad y los análisis de empatía habían arrojado clarividencia suficiente al respecto.

Poco importaba que semanas antes las reuniones de los delegados de los distintos gobiernos del mundo hubieran fijado de manera genérica los líneas que debiera seguir la triple elección. Discusiones e  incapacidad de acuerdos finales se resolvieron de forma salomónica e incierta, derivando sobre la voluntad de Pauline la última palabra considerando, eso sí, hasta el último de los puntos relevantes consensuados. Era una responsabilidad máxima.

La erosión de la propia vida y la jaula inabarcable de la libertad impedían a Pauline pensar claro. Temblaba, miraba fijamente el artefacto: eran tres deseos los que concedería la Lámpara Maravillosa. Ya no era un cuento infantil, ya no era una leyenda exótica: era el momento más trascendental de la historia del hombre. Millones de personas estaban pendientes de su decisión en cada rincón del planeta. Intentó pensar en el bien común, en el sentido más abstracto y más universal que recordaba.

Inevitablemente su yo más instintivo afloró subterráneo e implacable: en la cabeza se cruzó el cáncer terminal de su padre, los problemas de fertilidad que le habían acosado durante años, el suicidio de su amante clandestina Cecile...el conglomerado formaba una panorámica grotesca de las desgracias acuciantes a lo largo de su existencia.

Sabía que lo que iba a hacer tendría consecuencias fatales. Pero debía hacerlo, era la única salida honorable. Hipotecando el futuro de todos, pero principalmente el suyo, levantó con ambas manos el milagroso objeto perdido y llena de rabia lo arrojó contra el suelo de la cámara. Miles de fragmentos sin rostro estallaron a sus pies en un grito ahogado.



jueves, 7 de febrero de 2013

Acostumbrándose.


(Mención de honor en I Concurso de Relato Breve El Dios Tecnología organizado por el club de escritura Fuentetaja entre 600 relatos participantes).


Había llegado el día. Desconocía la hora, el momento exacto, pero lo fundamental es que el día había llegado. Klaus se lo tomó con calma. Una calma fruto de la resignación y la costumbre. Asimilarlo cuando uno toma conciencia de sí mismo había sido duro y después asumible de la misma forma que lo es el hecho de parpadear y no pensar en ello.

Klaus miró fijamente los espacios vacíos que le rodeaban por toda su vivienda. Recorrió sin éxito las habitaciones tratando de identificar qué elementos faltaban en cada una de ellas. Tenía muy poco sentido recordar, hacer pervivir algo pretérito. No, no se podía permitir ocupar su corazón y su cerebro con evocaciones, esa era una conclusión a la que había llegado hacía mucho tiempo.

Se acercó al armario y sacó la carta certificada del último cajón de abajo. Pensó por un momento en la cara que debieron poner sus padres al recibirla el día de su nacimiento. El remitente estaba escrito en aséptica tipografía de palo seco: Ministerio de Ordenación Biológica Universal.

A Klaus le resultaba absurdo y ridículo recordar los pasados debates en los que participó activamente acerca de la inmoralidad y de la ética inhumana que había llevado al Gobierno Universal a aprobar en el año 2.024 la Directiva T-42 sobre la gestión y mantenimiento de los recursos del planeta Tierra. Las conversaciones, discusiones y reflexiones habían ido desvaneciéndose con los años, habían dejado paso a centrarse en lo único posible y principal: vivir.

Y es que la existencia había sido para Klaus un viaje intenso donde ni un sólo segundo de la misma dejó de experimentar la sensación límpida y clara de estar respirando en el mundo. Ese era el único beneficio derivado de tan abominable decisión política consensuada por los miembros del Partido Vertical de Supervivencia.

La Ingeniería Genética Modificada era la más exacta de las ciencias. No se equivocaba nunca.

El único trámite a realizar por Klaus consistió en oprimir con su dedo pulgar sobre el espacio reservado para la firma digital. Al lado figuraba una fecha.


martes, 23 de octubre de 2012

Miradas de un Metro.



Venía de cualquier sitio e iba al mismo lugar de siempre. Viajaba en el Metro y se apoyaba de pie al fondo del vagón.Entonces, Ángel reparó en ellos.

Era una pareja de jóvenes atiborrados de tonos pardos, serios, apagados, mortecinos y supuestamente otoñales; múltiples bolsas colgaban de su abatidos brazos como indicios del deporte consumista del shopping.

Él era alto, rubio, de velados ojos azules pánfilos y cara derretida, embajador de esos semblantes aburridos de sí mismos por tener tanto en los bolsillos y tan poco dentro de uno mismo; ella era mona, de cara bonita y cuerpo ligeramente contrahecho, o quizá a medio hacer -Ángel pertenecía a ese estacionamiento existencial en el que se hace tarea imposible concretar la edad de otras personas, pareciendo siempre de forma incomprensible infinitamente mayores o menores que uno mismo-.

Nuestro pasajero a la deriva era de los que no despistan su trayecto con lecturas, músicas o micro-entretenimientos tecnológicos. Él prefería observar a su congéneres pensando que así entendería mejor el mundo en el que vivía; o quizá, para dejar con conocimiento de causa el intentar hacerlo ante el absurdo que le rodeaba.Y miró con atención a los asépticos enamorados de color camel.

Pronto se aburrió de observar al muchacho: imposible conectar con sus ojos y percatarse si la abulia infinita que se concentraba tras sus ojos respondía ante un estímulo externo. Pero no le fue difícil captar la mirada nerviosa de ella; una mirada ovina y a la par curiosa que, incomprensiblemente, tras retirarla, al poco recuperaba el hambre de encontrarse con la del extraño ojeador ante la pasividad del iceberg bípedo que le acompañaba.

Ángel se percató de ello y con cierto sadismo y espíritu invasor clavaba sus ojos con insistencia y ardor en la oveja de mechas oxigenadas. Tras unos segundos donde volvía la cara con cierto desdén ortopédico, le asestaba puñaladas oculares una tras otra .Y allí de nuevo estaban esos globos oculares de clase bien preparados para recibir una nueva estocada.

En la electrocutante sensación que penetraba por el iris de la muchacha hasta disolver el tuétano de su osamenta confluía el choque de estar a merced de una mirada furtiva, proyectada desde una realidad ajena; capaz, pensaba, de brindarle auténticas acometidas de existencia ordinariamente mundana entre las piernas o, quién sabe, "quizá se trate de un terrorista que en cualquier momento va a reventar en pedazos autoinmolándose y nos va a matar a todos".

La curiosidad y el desconocimiento aceleraban el ritmo cardíaco de la joven hasta que el convoy llegó a la estación destino.Tiró de la manga del extasiado efebo de mármol y avanzaron juntos a la languidez que afuera les esperaba mientras le regalaba un beso profiláctico.

Ángel continuó su marcha y reconoció al observarles a través de la puerta entrecerrada del vagón los plomizos pasos hacia el más abominable matadero.