miércoles, 30 de enero de 2013

Sobrevivir a 2012: los 20 discos (Segunda Parte)


(Estos fueron los diez discos principales para mi vida en el pasado año, recopilados en la lista de Ruido de La Parada de los Monstruos y ofrecidos ahora en distintos vídeos representativos).


10. Caspian. Waking Season.


09. The Tallest Man on Earth. There's no leaving now


08. Grupo de Expertos Sol y Nieve. El eje de la Tierra


07. Soundgarden. King Animal.


06. Nada Surf. The stars are indifferent to astronomy.


05. Mark Lanegan. Blues Funeral.


04. Candlebox. Love stories and other musings.


03. Sigur Rós. Valtari.


02. Les Discrets. Ariettes Oubliés.


01. Alcest. Les voyages de l'Âme.


lunes, 28 de enero de 2013

Sobrevivir al 2012: Los 20 discos (primera parte)


(Lista elaborada originariamente como Travis para el programa de radio La Parada de los Monstruos).

Como ya sabéis llevo años colaborando como Travis en una de las que considero mi casa, La parada de los Monstruos (www.paradadelosmonstruos.com), veterano programa de radio cultural. Estos fueron los 20 discos que elegí del pasado 2012 como fundamentales en el trascurso del año. Como siempre, no son mejores o peores en términos absolutos:son retazos o fotogramas de un momento de mi vida y, como todo aquello que deja huella -ya sea una caricia o un surco-, forman parte de mí. Los dividiré en dos entradas diferentes al blog, primero del 20 al 11 y después del 10 al 1. Os dejo un vídeo de cada uno.

20. Jesse Ware. Devotion.


19. Gossip. A joyful noise.



18. Mono. For my parents.



17. Los Evangelistas. Homenaje a Enrique Morente.


16. Love of lesbian. La noche eterna/los días no vividos.


15. WovenHand. The laughing stalk.


14. Lana del Rey. Born to die.


13. Cloud Nothings. Attack on memory.


12. Marina and the Diamonds. Electra heart.


11. Dominique A. Vers les lueurs.





jueves, 24 de enero de 2013

La Condición Humana: El legado inmortal de Masaki Kobayashi


Uno de los acontecimientos cinematográficos más impactantes que me hayan ocurrido en mi etapa adulta ha sido descubrir la carrera del director Masaki Kobayashi. Este es un homenaje a su más titánico y ambicioso proyecto, la adaptación a la gran pantalla de la novela La Condición Humana de Gomikawa Jumpei.

Pero quiero que sea más que eso. Quiero que sea, ante todo, un ejercicio de reconocimiento a un genio. Director japonés coetáneo del mucho más admirado y reconocido Akira Kurosawa, he de decir que sus logros están cuanto menos a su altura. Y no sólo por el auténtico tour de force que supone la trilogía de La Condición Humana, auténtico referente posterior del mejor cine bélico contemporáneo, sino también por atesorar algunas de las películas de samurais más grandes que he visto, qué digo, sin peligro a equivocarme dos de las películas de mi vida: Harakiri (Seppuku) y Samurai Rebellion.

En Harakiri es capaz de llevar la costumbre de la narración en flashback de los personajes previa a la catarsis final propia del género a cimas tan altas como la propia Rashômon de Kurosawa; en Samurai Rebellion consigue retratar constantes culturales niponas como la de la oposición entre el sentido del deber (Giri) y el honor frente a la defensa más fulgurante de los sentimientos puros con el mismo tino que Kurosawa retrata la decadencia del sistema feudal japonés en Yojimbo por ejemplo.

Por ello, es necesario mostrar mi más ferviente admiración. Desde una perspectiva formal: por el uso de la cámara (sus sentidos primeros planos, sus planos secuencia frondosos de vida), por la utilización cabal y pulcra de la acción y por sus profundos diálogos; e igualmente desde la perspectiva de consumidor de cine actual: es evidente la influencia que Kobayashi ha tenido en directores como Zhang Yimou o Quentin Tarantino a los que adoro.


Una de las más grandes falacias que sobre el cine se esgrimen es la de catalogar desde una perspectiva bastante superficial a las películas de "lentas" o "rápidas". El movimiento, el transcurso de algo, siempre requiere ser comparado con otro referente. Lo mismo que sabemos que un automóvil se mueve porque observamos un árbol y éste continúa en la misma posición. Por tanto, esas categorizaciones generales son del todo inapropiadas y de un trazo grueso insultante. Sólo tiene sentido al compararse intrínsecamente con el propio film, su constancia o cambio de velocidad en relación a sí mismo.

¿Por qué digo esto? Lógicamente porque el cine oriental , como el resto, tiene su propio ritmo y para encarar el visionado de La Condición Humana hay que tener en cuenta de que estamos hablando de diez horas de metraje. A la vez, la cohesión que existe entre las tres requiere una digestión pautada, pero que no debe demorarse en demasía para ser completada adecuadamente. De todas formas, tampoco estamos ante la cadencia ensimismada y adormecedora de, pongamos, Los cuentos de Tokio de Yasujiro Ozu. Pero vamos, que esto no es tampoco La fortaleza escondida de Akira Kurosawa. Sólo apuntar esto para preparar a todo aquel que decida emprender el viaje precavido y dispuesto a dejarse llevar.

La acción trascurre comenzada la Segunda Guerra Mundial y la mayor parte de ella en el frente ocupado de Manchuria. Poco más es necesario saber para embarcarse en esta epopeya al interior del yo humano sacudido por las circunstancias en las que se vive -no soy demasiado amigo de conocer sinopsis antes de visionar una cinta-. Digamos a groso modo que la trilogía retrata el choque violento entre nuestras convicciones y principios y cómo la experiencia vital va haciéndoles tambalear a pesar de nuestra resistencia. Nada nuevo, pero algo sobre lo que merece la pena ahondar: no deja de ser la historia de cada uno de nosotros en el día a día.

La primera parte de La Condición Humana, No hay amor más grande, describe con brutal certeza el difícil arte de la bondad. Es un retrato definitivo a la hora de plasmar el drama de ser fiel a los principios éticos. Un auténtico desfile de fatalidad en el intento de hacer el bien y todos los escollos circunstanciales que lo impiden o que, incluso, no pocas veces hacen parecer que se intenta lo contrario.

Es la más larga de las tres: 200 minutos en la que curiosamente sobran menos, con un ritmo sereno, en crescendo constante pautado y sin estridencias. Una puesta en escena sencilla, pero más que eficaz y la guerra, ese entorno donde las necesidades y carencias sacan lo mejor y lo peor del individuo, de fondo. Kobayashi se erige en maestro a la hora de presentar el drama humano de una forma personal, emocionante y franca. Maravillosos personajes, entre ladinos, medrosos, honrados y astutos.


Desde luego que La lista de Schindler de Spielberg le debe mucho a esta fascinante epopeya al corazón de la supervivencia, el pundonor y los resortes de la motivación a la hora de actuar. El legado dejado como apuntaba al principio en el cine bélico continúa latente en las siguientes entregas.

La segunda parte de la trilogía, El camino a la eternidad, quien toma nota es el Kubrick de La chaqueta metálica. Más centrada en el propio conflicto armado y menos afilada y certera al hacer aflorar los conflictos éticos universales que la primera parte, pero aún así, magnífica a la hora de plasmar los sinsabores de la estancia en el frente y cómo no, la mayor lucidez viene al señalar con el dedo al mayor enemigo de todo por encima de los soldados mezquinos, pusilánimes, vengativos, etc. El causante de deteriorar su interior no puede ser otro: el propio ejército. Así que no hay salida posible de un entorno en el que cada persona que yace dentro de él es carcomida por sí misma al formar parte de un conglomerado infecto: El enemigo es uno mismo y no el semejante.

Las tres horas de metraje parecen más excesivas que en La Condición Humana I al resultar más esparta aún su puesta en escena durante gran parte del desarrollo. Esto es así hasta el desenlace; entonces la cinta termina con escenas de combate donde la locura, la desesperanza y la lucha por la vida conviven de forma insana. Estamos ante un alegato antimilitarista -más aún que antibelicista- sobrio, duro y crudo.


Con su conmovedora conclusión, La plegaria del soldado, toca hablar de las afinidades con Apocalipsis Now y con La delgada línea roja.

Con Apocalipsis Now porque esta odisea final es un viaje. Un viaje hacia la supervivencia nata en este caso, no sólo al fondo de uno mismo a través de la auto-indagación formidable de la obra de Coppola. Lo único que queda tras ser desposeído de todo atisbo de juicio razonable tras el desastre bélico -sin principios éticos, sin moral, sin decisiones propias más allá de la más instintiva que pueda existir- es la supervivencia. Y este viaje guiado por el instinto rezuma esperanza y demencia, mezcladas, fundidas en alquimia perfecta, porque, por extraño que parezca, el loco es el que alberga la mayor de las esperanzas al carecer de los límites que la razón -y la sinrazón en este caso- perfilan en el individuo cuerdo.

En el trayecto afloran las reflexiones internas, fustigando la maltrecha existencia del soldado sometiendo a juicio autocrítico cada paso que ha dado y le queda por dar. Con valentía, con severidad, exentas de la dificultad que supone encontrarlo en la vida cotidiana. Ahí se encuentran las similitudes con la obra de Malick.


Concluyendo, una epopeya majestuosa, dilatada a la par que apasionante que, si bien pudiera desembocar en elementos llamémosles "convencionales" o "inherentes" al cine bélico, Kobayashi va mucho más allá: intenta a través del personaje protagonista, Kaji, de la maravillosa y bella mirada del actor Tatsuya Nakadai, explicar los resortes de la conducta humana ante la motivación más hermosa que pueda existir: el amor.