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jueves, 4 de julio de 2013

El mundo invisible de Hayao Miyazaki, por Laura Moreno Plata.


Los que habitualmente leéis este blog, sabréis de mi gusto por el anime. Esta semana quiero dedicar mi entrada a un libro exquisito dedicado al director Hayao Miyazaki escrito por Laura Montero Plata.

La fascinación por Oriente, y más concretamente por Japón, es algo que desde siempre ha embriagado el pensamiento occidental y ha producido innumerables ensayos sobre el país, sus gentes, su cultura y sus costumbres; ese concepto que conocemos como Orientalismo.

Aún recuerdo con cariño el regalo que recibí por parte de una amigo. Se trataba de El Crisantemo y la Espada, libro escrito por Ruth Benedict: un estudio sobre los patrones culturales nipones encargado a la antropóloga tras la ocupación estadounidense de Japón al finalizar la II Guerra Mundial. Si bien algunos postulados y visiones son presas de la coyuntura en que aparecen, otros muchos, gracias a su universalidad inmortal, permitían acercarse con criterio al modus operandi del país del Sol Naciente.

Desde la perspectiva del papel del cine de animación japonés, y concretamente el realizado por el prestigioso genio junto a Isao Takahata al frente del Estudio Ghibli, el extenso libro de Laura Montero se me antoja una pieza inexcusable para entender en profundidad el alma de su obra.


En estas mismas páginas podéis encontrar artículos sobre Nausicäa del Valle del Viento (leer aquí) -a mi juicio su mejor película-, otro sobre pequeñas joyas del prestigioso estudio no dirigidas por Miyazaki (leer aquí) y uno sobre Makoto Shinkai, uno de los animadores actuales poseedor de una sensibilidad más especial (leer aquí). Pues bien, ninguno de ellos-más allá de la propia extensión del escrito- logra transmitir la trascendencia y la profundidad de la obra que me ocupa, El mundo invisible de Hayao Miyazaki.

Y es que Laura Montero logra construir una obra sólida, universal, ambiciosa y detallista. Lejos de ser una mera exposición de sus películas, la autora va mucho más allá y consigue, a través de un viaje que va del contexto general a lo particular, aportar una visión clarividente que despeja todos los enigmas y sutilidades que el autor de Mi Vecino Totoro lanza unas veces de forma evidente y otras de forma más soterrada.

Como fan absoluto que soy, el volumen adquiere una importancia capital, si bien a los no iniciados pudiera parecerles en exceso académico y sesudo. Se me viene justo a la cabeza como ejemplo análogo el estudio megalómano de J.J. Vargas en torno a la figura de Alan Moore: La Autopsia del Héroe, más ampuloso y elevado en su posicionamiento, si cabe.


Para entender la obra, hay que partir de la base de que se trata de la propia tesis doctoral universitaria que elaboró Laura Montero y que finalmente Dolmen se decidió a publicar como libro. Una historia bonita que consigue insuflar ánimos a las personas que creen en sus ideas y en la posibilidad de ser ofrecidas al público capaz de interesarse por ellas.

La autora estructura el fascículo en cinco capítulos. El primer capítulo supone una breve, a la par que detallista, historia del anime desde finales de los años 50 hasta nuestros días, repleto de anécdotas y extractos jugosos de entrevistas a diversos realizadores al margen del propio Miyazaki. Sólo apunto, a modo de ejemplo, lo curiosas y controvertidas que resultan las palabras de Mamoru Oshii (La chica que saltaba a través del tiempo) refiriéndose al Estudio Ghibli como "un lugar formidable, pero no quiero ir allí".

Su segundo capítulo se introduce en los referentes y homenajes del cine de Hayao Miyazaki, muchos de ellos curiosamente occidentales y que se complementan con la propia visión, no exenta de cierto pesimismo, que tiene el director del Japón actual presa del olvido de la tradición, de los valores y de los principios que funden al ser humano con la naturaleza para alcanzar un necesario equilibrio permanente y duradero.


Esta idea se completa en su tercer episodio, dedicado al folclore nipón, donde se analizan la multitud de semejanzas y analogías entre los personajes y situaciones de sus películas y el sintoísmo o el teatro nō, reflejadas en su faceta más clara en la ambiciosa El viaje de Chihiro. Finalmente, los dos últimos capítulos entran más de lleno en su filmografía a través de la explicación de la creación de personajes, su interrelación y su fundamento y desarrollo a través del flujo narrativo de las películas.

Más allá de un acercamiento repleto de enjundia y de filosofía al legado de Hayao Miyazaki, Laura Montero consigue al descifrarnos este mundo invisible, romper los prejuicios que aún existen sobre el anime; la reduccionista e incompleta visión que sufre por parte de muchas personas, reduciéndola a violencia, sexo o infantilismo. Una tarea titánica que logra acometer gracias al pormenorizado balance de los hechos y al tesón y el cariño con que modela su trabajo.

jueves, 16 de mayo de 2013

Joe Hisaishi: La orquesta que contienen mis latidos.


Este pasado fin de semana tuve el placer de estar como invitado en el podcast de radio Dalealrec! que dirige mi amigo David Royuela (aka The Freakman), también director del programa de radio donde llevo años colaborando: La parada de los monstruos. El motivo fue hablar sobre las bandas sonoras del Estudio Ghibli y el entorno el Expomanga de Madrid, una feria anual donde los aficionados a la cultura nipona se dan cita (Podéis escucharlo aquí).

El caso es que lo menciono porque fruto de esta experiencia, decidí dedicar la entrada del blog esta semana al máximo artífice de la mayoría de bandas sonoras realizadas para el estudio de animación -y más concretamente para Hayao Miyazaki-, el genial compositor Joe Hisaishi.

Todos los referentes culturales que nos vienen del Lejano Oriente son decodificados desde nuestra perspectiva occidental como construcciones distorsionadas, misteriosas y exóticas; para entendernos, me refiero a esas consecuencias de lo que se ha dado en llamar a lo largo de los siglos "orientalismo". Pues bien, al igual que no nos cuesta reconocer con los pies en el suelo a figuras consagradas como John Williams, Ennio Morricone, Howard Shore o Danny Elfman, la mera disposición a dejarnos llevar por un viaje a las entrañas creadoras y evocadoras del genio japonés, poco menos que nos impulsan a un estado superior de solemnidad honorable y abiertamente posicionado como algo ajeno y magnético a la par.

Me resulta especialmente difícil hablar de sus maravillosas aportaciones a la filmografía de figuras como Hayao Miyazaki o Takeshi Kitano, puesto que las bandas sonoras que acompañan multitud de películas tatuadas en la memoria irreductible de mis entrañas van asociadas en algunos casos a la emoción que destilan los trabajos cinematográficos, si bien el poder, la sensibilidad, la rotundidad no reñida con la delicadeza y la inteligencia de sus composiciones trasciende en no pocas ocasiones las fronteras del séptimo arte para convertirse en epopeyas sonoras en las que es un placer sumergirse en simbiosis integral con nuestra esencia corpórea y espiritual.


Este maestro del piano y del violín, ha sido el autor de una de mis referencias esenciales en el cine no sólo de animación, sino de todo el que me ha dejado huella. Me refiero a Nausicaä del Valle del Viento (ver aquí entrada sobre la película), un canto ecológico de lirismo apasionado que en su vertiente musical alcanza las mayores cotas de emoción pura destilada en lágrimas y escalofríos.

Un trabajo primerizo que le convirtió ya en todo un titán. Su colaboraciones con Hayao Miyazaki han seguido siendo fundamentales y de hecho han completado la totalidad de periplo fílmico del creador de Mi vecino Totoro. Entre sus grandes logros, no puedo dejar pasar otros dos trabajos fundamentales: por un lado, el de la sutilidad y la sensibilidad mostradas en Porco Rosso y, por otro, el de la ampulosidad arrebatadoramente hermosa de La Princesa Mononoke.

Fundamental resulta el visionado de los tres megalómanos conciertos que Joe Hisaishi dirigió para celebrar los veinticinco años de vida del Estudio Ghibli en el estadio Budokan. 1000 personas compartiendo escenario con el compositor, entre 200 músicos y 800 voces haciendo coros. El despliegue -incluyendo una banda de marcha durante los temas pertenecientes a El castillo en el cielo- resulta asombroso, y la sensibilidad y el cuidado con que se repasan las distintas proyecciones de películas acompañadas de sus temas, fundamentales. El resultado eriza la piel aún viéndolo a través de la pequeña pantalla. Memorable.

Uno de los conciertos en Budokan 25 Aniversario Estudio Ghibli íntegro.

Si bien estos lances son los más imperecederos del japonés, no quiero dejar pasar determinadas perlas que completan mi visión apasionada sobre este maestro. En primer lugar, quiero hablar de dos bandas sonoras realizadas para el inquietante Takeshi Kitano.

El viaje de Kikujiro es una de mis cintas preferidas y la capacidad que tiene su historia para sacarme las lágrimas y las sonrisas en escasos minutos la convierten en un artefacto maravilloso y complejo a través de su propia sencillez. Y, cómo no, el aporte de Hisaishi es esa guinda final que te hace palpitar inconscientemente al son de su trazo gentil. De menor trascendencia fílmica sería Hana-Bi (Flores de fuego), si bien su recuerdo siempre me asalta e inquieta sobre todo a través de la perfilada línea de expresión que marca de nuevo el trabajo musical.


Y, ya finalmente, destacar una épica película ganadora de un Oscar. Me refiero a la grandiosidad a flor de piel de Despedidas, dirigida por Yōjirō Takita, en la que el propio protagonismo que tiene la música en el desarrollo del film eleva aún más las virtudes de una obra imperecedera en los corazones que la hayan descubierto como yo tuve la suerte de hacer a través del regalo de un gran amigo.

Y hasta aquí el repaso sentido a la figura musical que, junto a los no menos indispensables Mono, más notas han ido dejando colgadas de las arterias que insuflan sangre hasta mi corazón desde la tierra del sol naciente.

Un bello montaje de jardines exóticos orientales con el tema principal de El verano de Kikujiro.


lunes, 26 de noviembre de 2012

Las joyas escondidas del Estudio Ghibli


Hoy me propongo recordar algunas de las películas menos revindicadas generalmente del fabuloso estudio de animación japonés Ghibli. Ya sabéis, aquel que cuenta con los maestros Hayao Miyazaki e Isao Takahata como principales cabezas. Quien más, quien menos habrá oído hablar de sus películas principales, y aquel que se declare fan, las habrá visto todas, una tras otra, con auténtico deleite.

En este artículo no toca hablar de maravillas como la ensoñación de Mi Vecino Totoro, esa obra maestra que con con espíritu infantil, simbólico y conmovedor rememora la experiencia de Miyazaki al sobreponerse a los infiernos que pasó debido a una grave tuberculosis que sufrió su madre siendo niño. Todo un emblema y una manera de sentir en sí misma, es difícil explicar de una forma digamos objetiva su esencia, muy destinada a corazones con una determinada percepción para desenredar las emociones.

Tampoco es tiempo de rememorar nuestro recuerdo adolescente con Manga Films y Porco Rosso, otra maravilla que transcurre tras la Primera Guerra Mundial, de una imaginación y maestría cinematográfica sobresalientes. Puro cine de carne y hueso hecho dibujo, donde un carismático cerdo demuestra ser más humano en todos los sentidos que cualquier persona. Magia.


Ni siquiera vamos a rendirnos de nuevo ante la espectacularidad de los sobrenaturales cantos ecológicos a la conservación de la naturaleza de las rotundas La Princesa Mononoke y, en cierta forma, su precursora Nausicaä del Valle del Viento (ver mi artículo sobre ella), o del despliegue de imaginación infinita de El Viaje de Chihiro, o de tantas que me dejo en el tintero...

No, hoy toca hablar de esas que no ocupan tanto espacio en comentarios y exaltaciones, pequeños destellos de lirismo epitelial que merecen ser recordados. Me he decantado por tres:

Empezaré hablando de Susurros del Corazón de Yoshifumi Kondo -guión de Miyazaki-. Metáfora conmovedora de encontrar la vocación y el amor por algo en esta vida que le de sentido. Fundamental resulta en ella la delicadeza con que retrata la superación de la adversidad y el lograr llegar a confiar en uno mismo y sus posibilidades. Si de mayor me dejó noqueado, no quiero ni imaginar lo necesaria y trascendental que pudiera resultar para el crecimiento personal de un niño o de un adolescente. Como curiosidad decir que aparece en ella Barón, personaje gatuno que se desarrolla más -en detrimento de su aura simbólica- en la ni por asomo tan trascendente y fundamental Haru en el reino de los gatos, entrañable entretenimiento naïf por otra parte.


El despertar amoroso entre los dos niños protagonistas no es el motor de la misma si algún despistado no ve más allá, sino el escuchar el interior de uno mismo y conseguir con ello dotar de sentido la existencia. Su escena final con ambos subiendo una bicicleta por una escarpada cuesta es de los más conmovedores que guardo en mi retina. Hermosísima.

Y continuo con Puedo escuchar el mar de Tomomi Mochizuki.  Mi película fetiche del estudio, mi pequeño tesoro oculto. Melancólico canto al amor adolescente, de instituto, escrita sin ninguna pretensión, sin sobresaltos, pautada con un ritmo sosegado embriagador, con la magia de la sencillez, de los pequeños grandes-detalles, como su hermosísima banda sonora, sus situaciones mundanas, su reflejo vehemente de una época de conflictos intrascendentes que suponían todo ante un corazón en el despertar de su florecimiento.


Sin la profundidad y trascendencia teñida de fatalismo del joven maestro Makoto Shinkai (lee mi homenaje si quieres saber más sobre él), el anime es un retrato indentificable de las zozobras sin rumbo afectivas, y vitales en general, de la primera juventud. Sutil e inolvidable, sus reiterados visionados se me hacen obligatorios como ejercicio de evocación que desemboca en un extraño y antitético bienestar nostálgico.

Y para terminar con una sonrisa, o mejor carcajada, mi aplauso para Mis vecinos los Yamada de Isao Takahata, una suerte de The Simpsons a la japonesa. Una sucesión de sketches animados con un estilo gráfico muy alejado del habitual en Ghibli que presentan situaciones del día a día en una familia nipona al uso.


Quizá a nuestros ojos en no pocos casos parezcan desbarrantes y extrañas - no olvidemos que no deja de ser como en todos los casos, pero más marcado aquí, la visión sociológica y cultural de un entorno alejado al occidental-. Para mi fue el complemento perfecto en tono humorístico y desprejuiciado a la lectura del estudio antropológico El Crisantemo y la espada de Ruth Benedict para conocer los más íntimos recovecos de la unidad familiar en el país del sol naciente.

Y hasta aquí este recordatorio de diminutos tarros de las esencias más embriagadoras. No dejéis de apreciar su riqueza sensorial purificadora, lo agradeceréis seguro.