domingo, 26 de marzo de 2017

Más allá del Synthwave


Los aficionados a mi podcast Talk to Him recordarán que hace un año aproximadamente dediqué el programa al fenómeno musical del synthwave (ver aquí la entrada); por aquel entonces ya señalé mi intención de brindar un nuevo especial al género más adelante. Pues bien, esta "amenaza" se ve cumplida este mes con un regreso por todo lo alto a las autopistas sonoras del sintetizador contemporáneo con espíritu retrofuturista.

Esta nueva entrega pretende ahondar en sus planteamientos y presentar lo más selecto e interesante del género, desde recopilatorios fundamentales, pasando por interesantes proyectos audiovisuales y llegando a los grandes artistas del synthwave, avalados por sus extraordinarias canciones y discos. Una perspectiva completista y complementaria a la mostrada en la anterior ocasión. De igual forma, podéis escuchar el podcast sin necesidad de haberlo hecho antes con su primera parte, por denominarla de algún modo.

Espero disfrutéis del acontecimiento musical underground más rico, inquieto y selecto de los últimos tiempos.



Para completar este nuevo artículo del blog, pasaré a comentaros tres fenómenos destacados del synthwave en lo que va de año 2017. No os perdáis ninguno si os apasiona esta escena.

Lazerhawk: Dreamrider. Tras tres discos anteriores muy recomendables y bastante trepidantes, el norteamericano Garrett Hays, el hombre que se encuentra tras Lazerhawk y co-fundador de Rosso Corsa Records, importante sello discográfico en su labor de expasión del genero, publica su referencia más atemperada y madura. Un ejemplo perfecto de la evolución y riqueza del synthwave capaz de haber sobrevivido a su burbuja.



Dance with the dead: B Sides Vol1. Dance with the dead probablemente sea la banda de synthwave más en forma a nivel mundial ahora mismo. Su disco The Shape del año pasado es una auténtica maravilla. En plena fiebre de inspiración y expansión, publican en 2017 un completo repaso a sus caras B, no tan fundamental como su flamante discografía principal, pero completamente recomendable.



Sunglasses Kid: Graduation. Gran sorpresa de la temporada. Un disco muy refrescante y con una idea conceptual ágil y adictiva en cuanto al mundo high -school años 80's de tantas comedias de la época. Variado, original y ampliando territorios.


domingo, 12 de marzo de 2017

Ensayo sobre el miedo.


"No quiero dormir por miedo a no soñar".
(Raúl del Olmo).
"La libertad es no sentir miedo nunca". 
(Nina Simone).


Hoy vamos a hablar de una de las sensaciones más humanas que puedan existir: el miedo.
Pocas cosas nos asaltan de una manera más inevitable que el miedo. El miedo es una sensación universal e instintiva que abarca todo el espectro de fenómenos, tantos los conocidos como los desconocidos. Es peligroso ensimismarnos en su recreación ya que supone algo parecido a una droga capaz de inmovilizarnos con su estático deleite personal. Parece un refugio atractivo muchas veces, y es dañino: resultara como si se estuviera confortablemente allí. Es probable que el miedo sea saber, en el fondo, que las cosas podrían ser de otra forma y quedarnos quietos en vez de hacer algo. El primer escollo que tenemos que salvar es el propio enfrentamiento que surge al confrontar idea y realidad. Cuando la imaginación se convierte en el refugio del miedo, es tiempo de tirarse de cabeza a la realidad.

Generalizando, la mayor victoria a la que podemos someter al miedo es a la de vivir en su máxima expresión sin él. Es posible que no sepamos nada de la vida, pero prometernos a nosotros mismos cuidarla y no asustarnos se me antoja el principio natural para disfrutarla. La vida es demasiado corta como para tenerle miedo. El miedo no se tiene a preguntar, el miedo se tiene a la respuesta. Cualquier miedo exterior se produce muchas veces por el pánico no asumido que da la propia vida que se lleva.

Es sorprendente que muchas personas le tengan tanto miedo a la muerte cuando a lo que deberían tenérselo es a vivir sin que les ocurra nada de nada: es preferible, pienso, el entrañable miedo a que todo salga bien antes que la acartonada paz de que nunca pase nada. Para algunos, la vida se reduce a esperar que les pasen las cosas que no son capaces de buscar ellos mismos por miedo o por pereza. Pocas cosas distinguen más a las personas que la división entre las que le tienen miedo a la vida y las que le tienen miedo a la muerte. Aunque lo más peligroso es despertarnos un día y que nuestro miedo se haya convertido en indiferencia, ese día sí que podemos darnos por muertos.

Se supone que vivir debiera de ser algo así como no tener miedo a equivocarse por el temor que provoca acertar, más aún que equivocarnos en no pocas ocasiones; aunque peor que ambos miedos siempre será el miedo a no hacerlo. Nuestra misión es encontrarnos para buscar de nuevo sin miedo a perdernos: si juegas con miedo, perderás ganando. Mostrar debilidad sin miedo es la mayor fortaleza. Resultamos indescriptiblemente bellos sin el miedo a intentar volver a ser felices o a encontrar sentido a las inmensas cuestiones existenciales; es paradójico como una de las mayores amenazas del miedo es la posibilidad de ser feliz. Madurar emocionalmente la idea de que toda fuente de felicidad es perecedera, que vivir consiste en momentos felices intermitentes y no en ser feliz como ideal absoluto, es la clave para desterrar ese absurdo miedo a la felicidad, cambiándolo por esperanza. Vivir es encontrar el difícil equilibrio entre el ansia infatigable de buscar y el miedo erosionante de encontrar.

Llama la atención el miedo que experimentamos ante la incertidumbre, y una de sus mayores manifestaciones es la temporal. Miedo es sentir que cada vez el tiempo pasa más deprisa y, sin embargo, nos ocurren menos cosas. A veces, también, puede atenazarnos el miedo constante de que lo que está a punto de ocurrir no pase nunca. Su manifestación más evidente es en forma de futuro. El futuro, ante su inexistencia manifiesta, produce temor, y es curioso, a su vez, como el miedo al futuro proviene del pasado y viaja hasta él; una paradoja en sí misma cruel e irónica: tememos lo que pueda ocurrir en base a nuestra experiencia a través de lo que ha ocurrido, este hecho supone la venganza definitiva del pasado ausente: condicionar nuestro futuro a través del miedo que sintamos ante él a través de una determinada serie de pensamientos, motivaciones o conductas. Uno de los miedos a los que conviene superar se trata del miedo de habernos dado cuenta demasiado pronto de que es demasiado tarde. De nuevo, la experiencia a través de nuestras vivencias actúa como freno de mano y el miedo nos embriaga al comparar inevitablemente personas, situaciones, cosas y lugares sin que la mayoría de veces exista un hilo conductor propicio para realizar esas asociaciones mentales tan arteras. El mayor fracaso es tenerle miedo a volver a fracasar.

Obviamente, el miedo también se manifiesta en otra dimensión básica como lo es la del espacio. El miedo es en sí mismo distancia; distancia con respecto a todo y a todos. Aleja, aisla e inmoviliza. Mientras el miedo, la cobardía y la pereza sean mayores que la distancia que nos separa, seguiremos todos solos. Distancia entendida en todas sus percepciones, más allá de la distancia netamente espacial.

Más paradojas caprichosas de nuestro protagonista: nos asusta el miedo de la gente; es el miedo de los otros muchas veces el que nos hace temer y, de esta forma, manifestarse no ya sólo como sensación interna, sino como sensación colectiva castradora de todo posible proceso de cambio que conlleve modificaciones sustanciales con respecto a lo establecido por costumbre y tradición. El miedo, la sumisión y el servilismo son actualmente los principales factores de degradación humana. El miedo, por tanto, se vence en común y desde esa perspectiva social, la ignorancia suele ser su mayor caldo de cultivo y su resultado, la cobardía militante. Y esto genera, a su vez, la terrible venganza del cobarde para redimirse de su miedo a través de la intransigencia, un miedo que suele recaer sobre lo desconocido o lo que no se entiende. Llama la atención lo mal repartido que está el miedo en este mundo, y resulta trágico comprobar lo mal que se lleva la bondad con el miedo, pocos matrimonios más despreciables que el que existe entre éste y la maldad. Que la inteligencia y el conocimiento produzcan miedo y la estupidez ayude a socializar en nuestro día a día es una de las cosas que más llegan a asquear en los tiempos modernos. La ecuación es tan sencilla de plantear como difícil de poner en práctica: el mundo cambiará cuando los que se encargan de crear el miedo lo sientan en sus carnes.

Otra forma de miedo terriblemente humana es el miedo a perder. Y no nos estamos refiriendo únicamente a cosas tangibles, va mucho más allá: nos estamos refiriendo a la abstracción de las emociones y los sentimientos. En este ámbito destaca especialmente el miedo a amar. Ese miedo es uno de los que más se basan también en la experiencia y resulta extraordinariamente añorable la inocencia perdida de amar sin miedo a perder. El miedo a perder no debiera devenir en un miedo aún más atroz, devastador y sordo: el miedo a mantener algo por el mero hecho de hacerlo, por propia inercia. Pocas prácticas cotidianas erosionan más la pasión por la vida.

En el ámbito artístico me llena de satisfacción vencerle al miedo por resultar sencillo. Pocas cosas más complicadas que ser sencillo; ya saben ustedes, todo lo contrario a resultar simple y en el ámbito de las artes parece que existiera un terror manifiesto (recuerden el horror vacui) a huir de la floritura y de la pirueta estilística compleja. Afortunadamente, la experiencia y el conocimiento devienen en apreciar la sencillez como una de las armas definitivas de la belleza artística más honesta. Por otro lado, para aquellos infatigables amantes del conocimiento y de la cultura existe otro miedo muy común y menos expresado y discutido de lo que debiera: el miedo constante de que todo lo que nos guste no nos sepa conquistar.

Y el conocimiento del mundo artístico tendría su correspondiente paralelismo en el conocimiento personal. Particularmente, algunos vivimos en la terrible contradicción entre querer siempre conocer personas nuevas y el terrible miedo a que casi todas nos aburran. Es peligroso el miedo constante a que cualquier persona piense que no es suficiente para nosotros y viceversa, ambos nos condenan a una existencia aislada en la isla desierta de nuestro propio ser. Otros temores notables son el miedo a creer que ninguna presencia llene jamás el hueco de una ausencia o el miedo a que nada nos parezca excitante en el mundo actual. En ambos casos, sólo el tesón y la constancia basada en una ilusión alimentada por la esperanza en nuestra propia especie, unidos a la capacidad por seguir sorprendiéndonos sin renunciar a la curiosidad y a sentir sin reservas, pueden compensar tan amenazadores planteamientos.

Quizás pocas veces reparamos frente a una posibilidad no tan remota como pudiera pensarse y es la que supone otro juego perverso y divertido del lenguaje: hacer valiente al miedo. El auténtico miedo pareciese que fuera el de mostrarse lo suficientemente valiente y fuerte como para mostrar debilidad. Atreverse a sentir miedo es una manera de vencerlo. Sólo a través de experimentar la sensación de miedo conseguimos vencerlo, pero más allá de vencerlo, conviene educarlo, hacerlo nuestro sin huir de él y, en definitiva, aportarle el valor suficiente para que deje de tenérselo a sí mismo. Esa victoria sería similar a la de ilusionar al desaliento en el ámbito motivacional. Aunque, pensemos por un instante...¿no será que todo aquello que no nos da miedo no nos interesa lo suficiente como para merecer la pena?

Ahí les dejo con el interrogante, pero, háganme un favor: no teman.