domingo, 29 de mayo de 2016

Ensayo sobre la distancia.

Dedicado a todas las personas que he querido, quiero y querré algún día

"...Y me creí valiente porque fui capaz de desafiar a la distancia con palabras"


Si existe algún poder intangible capaz de convertirnos en vulnerables, es el de la distancia. Distancia entendida a todos los niveles, desde el más físico al más espiritual. Su rotunda presencia nos impone respeto y miedo; la observamos, la sentimos, pero es del todo, válgame la redundancia obvia, inalcanzable. Sin distancia es imposible valorar en su justa medida la importancia de las cosas, es la única perspectiva que permite diferenciar lo fundamental de lo accesorio. La distancia es, además, la memoria involuntaria. 

Es sinónimo de separación, de medir a cuánto estamos de cualquier cosa, pero no debemos olvidar que no existe mayor distancia que no intentar vencerla: la distancia más corta entre dos puntos son las ganas de hacer que estén juntos. No hay distancia más corta que un deseo valiente. Mientras el miedo, la cobardía y la pereza sean mayores que la distancia que nos separa, seguiremos todos solos. La distancia que nos separa, realmente, se mide en tiempo y las circunstancias que nos dividen, en espacio. A veces esa distancia, cuando existe en el plano interpersonal, genera angustias. La distancia más difícil de recorrer es la que separa lo que está en tu cabeza de lo que está en tus manos.

Es este momento en el que actos rituales son capaces de ejercer de mágico sortilegio para vencerla. La distancia más corta entre dos personas consiste en escuchar la misma canción a la vez estando separadas. Y es que, la música es el lenguaje que nos une en la distancia. (Ver aquí ensayo sobre la música). Otra salida es la imaginación, no exenta de peligros (Ver aquí ensayo sobre la imaginación). La imaginación es la distancia más cercana entre la realidad y lo imposible, o quizá cabría mejor decir que es el atajo capaz de acortarla. El peligro de imaginar conlleva una distancia atroz: no hay peor distancia que el desapego caprichoso de la realidad.

En ese plano de anhelo, de la tierra del "ojalá", resulta del todo poética la distancia eterna entre lo que está a punto de pasar y nunca pasa. Se me ocurre también compararlo con un pensamiento mítico, el de que los dioses inventaron la distancia para condenarnos con la facultad del deseo, del recuerdo y del olvido. En este plano mágico algo de lo que muy pocas veces somos conscientes es del punto de encuentro que supone para dos personas compartir un mismo recuerdo en la distancia a la vez.

En nuestro recuerdo siempre quedará la distancia infinita de lo que nunca existió. Si nos dejamos llevar por este plano más metafísico o sentimental, no nos costaría demasiado concluir que la distancia que separa los recuerdos de los deseos se llama vida. Por desgracia, en otras ocasiones la vida sería la distancia que separa el entusiasmo de la realidad. Sucesivamente, si queremos concatenar distancias, la que separa la realidad del deseo se llamaría circunstancias. Hablamos, en definitiva, del drama de estar unidos por la distancia y separados por la realidad. En el plano más carnal, la distancia que separa lenguas de carencias, se llama duda. La propia distancia en sí misma es el miedo que separa la rutina del placer; La distancia es la manifestación más objetiva del afecto.

Una de las facetas más triste de la distancia es cuando esta responde a una opción personal, es decir, surge y nace de nosotros mismos, bien como medida de defensa, de desconfianza o de adaptación. Esta opción aprendida y no instintiva es la consecuencia inevitable de la experiencia, lo que llamaríamos una distancia de seguridad con respecto a personas, circunstancias, deseos, temores, etc. La distancia adecuada con el mundo sería la de no mostrarse desenfocado, siendo del todo envidiable la capacidad de saber cuál es la distancia adecuada con respecto a todas las personas, trabajo harto improbable para muchos. Llevado esto a su máxima exageración, la única distancia de seguridad es no llegar a conocerse nunca. Globalmente, en el sentido ingrávido del término, todos hemos sentido algún momento en nuestras vidas en el que no distinguimos la distancia que nos une o nos separa de los demás. Es triste como vamos adoptando distancia en las relaciones sociales por miedo al daño que podríamos generar a personas que valoramos.

La distancia más inexpugnable ocurre a quemarropa. La distancia más inabarcable es la que atenta contra dos cuerpos unidos. Cualquier relación humana que lo haya vivido lo sabe, cuando no es el espacio, sino todo lo demás aquello que separa, no existe una erosión más desgarradora. De manera análoga, la distancia más corta la tendríamos en el reverso de compartir una misma cicatriz.

Otra distancia que acucia a la persona con relación a sí misma es la que separa lo que eres de lo que desearías ser, cuanto más larga sea, mayor insatisfacción hallamos. En esa lucha interior, no es de extrañar que una de las distancias más atroces que hemos sentido alguna vez es la que nos separa simple y llanamente de nosotros mismos; o, también, la distancia inabarcable que separa lo que eras de lo que te has convertido.

Pero no todos los aspectos de la distancia deben ser considerados como negativos. Al igual que la soledad (ver aquí ensayo sobre la soledad), todos necesitamos alguna vez distancia, incluso de nosotros mismos, e incluso los que no lo saben. En esos casos, la distancia se convierte en la perspectiva más fiable. Además, hay pocas muestras mayores de afecto y comprensión que respetar la distancia que decide tomar una persona en un determinado momento. Así, es fundamental diferenciar por completo el momento en el que una persona necesita espacio o distancia, cosas que no son lo mismo, pero que cuesta a veces diferenciar, incluso para la propia persona que los demanda.

Humano, a la par que injusto, resulta que la distancia sea también el baremo a tener en cuenta a la hora de evaluar las alegrías y las desgracias a cualquier nivel. A título personal, esto resulta inevitable, pero cuando viene condicionado -y amplificado- por factores externos como los medios de comunicación, poderes fácticos, etc. es del todo repugnante. Hoy día, irónicamente, podríamos concluir con que la distancia se mide en "toquecitos" con los dedos sobre una pantalla táctil, el demoledor epílogo que confirma algo devastador: vivimos en un mundo de relaciones a distancia y de vacíos a quemarropa. Al menos, esto ha traído uno de los escasos encantos de estos tiempos, el de compartir una forma de sentir a distancia.

Muy probablemente, con la perspectiva que da el tiempo, la distancia sea el juez más justo a la hora de hacer recapitulación de nuestra vida, allá lejos, en el horizonte que nos queda por surcar.

4 comentarios:

  1. Qué manera tan bonita, y mágicamente coherente, de utilizar las palabras para escribir un ensayo sobre la distancia. ¡Excelente!

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    1. Muchísimas gracias, vencerla a través de las palabras fue mi intención al escribirlo.

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  2. Primera entrada que leo de tu blog, y se que ahora no voy a poder parar. Me ha encantado.

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    1. Me alegro que una persona nueva haya iniciado la andadura en este barco a la deriva. Bienvenido, desconocido viajero.

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