martes, 23 de octubre de 2012

Miradas de un Metro.



Venía de cualquier sitio e iba al mismo lugar de siempre. Viajaba en el Metro y se apoyaba de pie al fondo del vagón.Entonces, Ángel reparó en ellos.

Era una pareja de jóvenes atiborrados de tonos pardos, serios, apagados, mortecinos y supuestamente otoñales; múltiples bolsas colgaban de su abatidos brazos como indicios del deporte consumista del shopping.

Él era alto, rubio, de velados ojos azules pánfilos y cara derretida, embajador de esos semblantes aburridos de sí mismos por tener tanto en los bolsillos y tan poco dentro de uno mismo; ella era mona, de cara bonita y cuerpo ligeramente contrahecho, o quizá a medio hacer -Ángel pertenecía a ese estacionamiento existencial en el que se hace tarea imposible concretar la edad de otras personas, pareciendo siempre de forma incomprensible infinitamente mayores o menores que uno mismo-.

Nuestro pasajero a la deriva era de los que no despistan su trayecto con lecturas, músicas o micro-entretenimientos tecnológicos. Él prefería observar a su congéneres pensando que así entendería mejor el mundo en el que vivía; o quizá, para dejar con conocimiento de causa el intentar hacerlo ante el absurdo que le rodeaba.Y miró con atención a los asépticos enamorados de color camel.

Pronto se aburrió de observar al muchacho: imposible conectar con sus ojos y percatarse si la abulia infinita que se concentraba tras sus ojos respondía ante un estímulo externo. Pero no le fue difícil captar la mirada nerviosa de ella; una mirada ovina y a la par curiosa que, incomprensiblemente, tras retirarla, al poco recuperaba el hambre de encontrarse con la del extraño ojeador ante la pasividad del iceberg bípedo que le acompañaba.

Ángel se percató de ello y con cierto sadismo y espíritu invasor clavaba sus ojos con insistencia y ardor en la oveja de mechas oxigenadas. Tras unos segundos donde volvía la cara con cierto desdén ortopédico, le asestaba puñaladas oculares una tras otra .Y allí de nuevo estaban esos globos oculares de clase bien preparados para recibir una nueva estocada.

En la electrocutante sensación que penetraba por el iris de la muchacha hasta disolver el tuétano de su osamenta confluía el choque de estar a merced de una mirada furtiva, proyectada desde una realidad ajena; capaz, pensaba, de brindarle auténticas acometidas de existencia ordinariamente mundana entre las piernas o, quién sabe, "quizá se trate de un terrorista que en cualquier momento va a reventar en pedazos autoinmolándose y nos va a matar a todos".

La curiosidad y el desconocimiento aceleraban el ritmo cardíaco de la joven hasta que el convoy llegó a la estación destino.Tiró de la manga del extasiado efebo de mármol y avanzaron juntos a la languidez que afuera les esperaba mientras le regalaba un beso profiláctico.

Ángel continuó su marcha y reconoció al observarles a través de la puerta entrecerrada del vagón los plomizos pasos hacia el más abominable matadero.

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