jueves, 7 de julio de 2011

Un festival con mucho por delante: Azkena Rock 2011

(Publicado originariamente para la Revista Muzikalia)

La décima edición del Azkena Rock Festival clausuró sus puertas esta edición con más de 55.000 asistentes, su máximo record de visitas. Entre las novedades, destacar que por primera vez contaba con tres escenarios y no dos como venía siendo tradición, al introducir el Monster Stage que viernes y sábado funcionó desde aproximadamente las diez de la noche.

Sin lugar a dudas la propuesta más selecta para el amante del rock se ha ido forjando año tras año gracias a un cartel medido, equilibrado y sin fisuras.

Así, en esta edición encontrábamos artistas con trayectorias inapelables (Cheap Trick o The Cult), iconos míticos dentro de su estilo (Ozzy Osborne, Brian Setzer, Gregg Allman o Paul Weller), nombres ya consagrados del panorama actual (Queens of the stone age, Eels o Bright Eyes), leyendas exóticas que aportaron distinción y buen gusto al festival vitoriano (Primus, Kyuss o Clutch)  o recientes sensaciones que confirmaron su talento (Band of Horses, The Avett Brothers o This Drama).

Jueves 23

El jueves fue el más concurrido de la historia del festival, día que tradicionalmente servía como aperitivo, pero que en esta edición 2011 se llenó hasta la bandera y contó con las apuestas de más querencia metálica.

En medio de todo ello, a las seis y pico de la tarde, tras esperar una cola inédita en anteriores ocasiones, llegamos a la explanada de conciertos para encontrarnos con unos Eels metidos con calzador dentro del ambiente general de la jornada. Aún así, Mark Everett y los suyos cumplieron con una actuación elegante que mostró la faceta más áspera y rasposa de su cancionero matizada por los arreglos de viento.

Después el supergrupo trufado de leyendas que es Black Country Communion dio numerosas muestras de brillantez: desde la actitud y vitalidad que mostraba Glenn Hughes -con esa voz portentosa de la que ha tomado tanta nota Chirs Cornell- hasta el talento a las seis cuerdas de Joe Bonamassa. Su potente debut se vio representado con rotundidad en temas como “One last soul” o “Sista Jane” y los temas avanzadilla de 2 (11) subrayaban las dosis de rock en detrimento de las bluesy de querencia más negra.

Muchísimas ganas de ver a The Cult tenía; tantas que no cabía en mí. Desafortunadamente, no fue el show que esperaba. No solamente  Ian Astbury se presentaba desmejoradísimo físicamente con muchos kilos de más y un atuendo de echarse la siesta entre una piara de cerdos, sino que un enfado monumental por “hacerle la prueba de sonido a Rob Zombie” como ironizaba el vocalista al tocar tan pronto, le llevaron a tomar una actitud burlesca y poco seria que deslució un repertorio que ya es historia desde hace años.

Aún así, intenté abstraerme y, tras un comienzo realmente flojo, con canciones que debieron abrir la tierra en dos como “Fire woman” o “Rain”, la cosa fue mejorando y a la altura de temas más recientes como el torpedo de “Rise” y “Dirty little rock star” ya se podía uno emocionar y corear con orgullo las flamantes composiciones de una banda única. El respeto general y, no sólo incondicional, lo consiguieron al clavar clásicos como “Wild flower” o la inmensa “She sells sanctuary”. Por otra parte, decir que la severidad de Billy Duffy fue un necesario contrapunto para levantar el show.

Y ya cayendo la noche, el fandom de la Serie B y el entertaiment puro y duro tenía su momento de gloria con Rob Zombie. Como no podía ser de otra forma, la puesta en escena rememorando mitos del terror, el cartón piedra y el maquillaje fueron los cimientos sobre los que montar una actuación que era poco más que mera fachada, salvo los aportes de talento del guitarrista John 5.

Al menos cuando tiraba del legado de White Zombie con temazos como “Super- Charger heaven” o “Thunder kiss´ 65” o “Superbeast” y “Dragula” de su debut Hellbilly Deluxe (98), uno podía rememorar su primera juventud con una sonrisa en el rostro.

El plato fuerte de la jornada para muchos era Ozzy Osbourne. Más allá del legado incontestable de este hombre al frente de Black Sabbath, la verdad es que actualmente, The Madman pese a contar con un sonido potente, no cuenta en sus haberes con una banda tan deslumbrante como la que gozaba con los bestiajos de Zakk Wilde y Robert Trujillo.

Mucho relleno de solos mastodónticos y poco donde rascar. Lo mejor los riffs y la voz histriónica de Ozzy en “Suicide solution”, la fantasmagoría de “Mr. Crowley” y, claro, el brutal “Iron man”.

Lo mejor de la jornada se lo reservaron los dioses del desierto Kyuss, rebautizados como Kyuss lives! al no contar en sus filas con nuestro héroe Joss Homme al cual pudimos disfrutar el siguiente día al frente de Queens of the Stone Age.

No busquen morbo, ni sorpresas, no hubo interacción alguna entre ambas bandas. Pero lo que sí hubo por parte de Kyuss fue un aura poderosísima que conseguía retrotraerte al entramado rico y denso de un legado discográfico que debiera ser declarado bien de interés universal. El comienzo fue dubitativo, pero a partir de la irrupción de “Gardenia” la cosa fue un no parar de polvorientos pasajes capitaneados por un entonadísimo John García, un comedido Nick Oliveri, un eficaz Brant Bjork y un guitarrista que huía inteligentemente de querer ser un prodigio.

Jamás soñé con escuchar delante de mi interpretaciones de “Whitewater” “Asteroid” o “One inch man” y hacerlo suponía un ejercicio de nostalgia vivificantemente presente e imperecedero. Casi al final, el encadenado de “El rodeo”, “100ºC” y “Green Machine” fue uno de los más descomunales vividos en mucho tiempo. Mito.


Viernes 24

El viernes, con un calor de justicia que contrastaba con el intenso frío nocturno, hubo que llegar pronto al escenario Ben Keith (Secundario) para disfrutar de los canadienses Blue Rodeo. Y vaya si mereció la pena: el suyo fue uno de los conciertos más emotivos y sólidos del día.

Su propuesta ha servido de acicate e inspiración a figuras contemporáneas como Ryan Adams o los magníficos The Jayhawks, aunque poca gente haya querido darse cuenta. El final, con un conmovedor “Lost together”, fue un precioso colofón que nadie debió pasar por alto.

Y rápidamente al escenario principal a disfrutar de los seminales Reverent Horton Heat. Los problemas de sonido con “Marijuana” al iniciar el concierto, pese a solventarse, no dejaron de evidenciar una complacencia rockabilly desinflada de esas que se sustentan en el ceño fruncido sujeto con tiritas antes de salir a escena. Nada que ver con lo que al siguiente día mostraría Brian Setzer, desde luego. Decepción profunda.

A Atom Rumba les vi a una distancia prudencial para copar las primeras filas de Cheap Trick. Jugaban en casa y dieron un concierto confiado donde el saxo fue la guinda a un sonido sudoroso que se hubiera disfrutado más en sala pequeña. Nuestros particulares John Spencer Blues Explosion.

Y con “Hello there” dio comienzo en el escenario grande el que sería el mejor concierto del festival. Inapelables Cheap Trick. Con Robin Zander, ataviado de Dream Police, en un estado de forma envidiable a las voces y con un entusiasmo y vitalismo contagioso, dirigió un show que fue celebración pura y que dejó a las claras que las reuniones nostálgicas poco tienen que ver con bandas incombustibles y eternamente jóvenes como Cheap Trick.

No faltaron la lluvia de púas de Rick Nielsen y su guitarra de cinco mástiles, tampoco la elegancia sexy de Tom Petterson al bajo; y sobre todo las canciones: desde clásicos imperecederos que nos hicieron saltar y vocear como “I want you to want me” o “Surrender”, a himnos 80´s como “The flame” o pildorazos del tamaño de “Big eyes”,  “California man” o “Dream police”. Rock, power pop y carisma a prueba de bombas. Una demostración de que los mitos realmente inmortales, aparte de los que supieron perecer, son sobre todo los que permanecen vivos.

Tras tamaña demostración y vacío emocional, el día se prometía largo y había que tomar fuerzas. Los sacrificados para la ocasión fueron Bad Brains, leyendas incendiarias del hardcore que, a juzgar por lo poco visto, se encontrarían en las antípodas de lo mencionado dos párrafos más arriba.

Y vuelta a las grandes sensaciones con los inclasificables Primus. Sin duda el nombre que más personalidad aportaba al Azkena Rock de este año. Su rock marciano de influencia funk donde la improvisación y los intricados pasajes musicales giran alrededor nuestro volviéndonos del revés, cautivó a poco que uno se dejara llevar.

Puede que sus discos de estudio se hagan algo indigestos, pero hasta el último mono quedó atrapado por el virtuosismo nada cargante ni rancio del bajista semi-divino Les Claypool, sus caretas, sus instrumentos imposibles y una puesta en escena de dos astronautas neumáticos gigantes con pantallas que proyectaban imágenes desde sus escafandras. Un concierto exigente de muy buen gusto donde no faltaron pseudo-hits como “My name is mud”.

Sin movernos del sitio, preparados estábamos para una nueva demostración más del poderío de Josh Homme al frente de sus Queens of the Stone Age. Demoledores, engrasados, sonando metálicos y alejados en lo posible de un género como es el stoner que ellos mismos pervirtieron, violaron y dejaron hecho unos zorros.

Centrados en sus dos obras maestras, Songs for the deaf (02) y Rated R (00), erigieron un concierto metrónomo, calculadamente frío a la par que intenso y que tuvo sus momentos más excitantes en el rescate de “Mexicola” y el disparo certero de “Little sister”. Tras la siempre devastadora “Song for the dead” se marcharon como si nada hubiera ocurrido y dejando tras de sí un rastro de clase y autosuficiencia que asustaba. Se nos hizo corto.

Antes del fin de fiesta con Clutch, nos acercamos brevemente a ver cómo las gastaban nuestros hardcore-stars This Drama y lo poco que estuvimos delante del escenario monster sonaba nervioso y musculado. “127 la brea” la coreamos y piramos rápido al principal de nuevo.

Lo de Clutch fue de traca: menuda fiesta de ritmos gruesos y grasientos se montaron. Riffs poderosísimos de groove incendiario mezclando herencia negroide, metálica, blues… mil y un ingredientes que hacen de su música una suerte de misa negra que resucita a James Brown vestido con traje de tachuelas. Neil Fallon, con su incansable actitud, nos hizo sudar y contonearnos hasta que reventados salimos del recinto. Como dice su pepinazo “Electric worry”, vámonos, vámonos.



Sábado  25

Después del apoteósico día anterior era difícil que el sábado pudiera dar semejante recital de sensaciones y así fue.

Aunque no precisamente por lo que nos topamos al llegar a Mendizabala, ya que la actuación de The Avett brothers puede decirse sin miedo a resultar exagerado que fue la más emotiva, pasional y reconciliadora con aquellos como el que les escribe que no habían captado su supuesto talento en estudio. Callando bocas desde la humildad y la resurrección de lo que fueron los mejores Marah mezclados con la tensión de Two gallants.

Tras ellos Band of horses continuaron la senda de la intensidad y las canciones bellas. Si bien por su actitud campechana y llana, un escenario tan grande como el de un festival pudiera no ser el más apropiado para sacar a relucir su esencia, cuando se olvidaron del sombrero de granjero que congregó a los advenedizos de Infinite Arms (10) al eco de temas como “Laredo” u “Older” y optaron por las inflamadas “The Funeral” o “The Great Salt Lake”, dejaron a las claras por qué son uno de los grupos más importantes a día de hoy.

Eso sí, su heterogeneidad en aumento debe pronto canalizarse a través de un estilo propio que les lleve a ser tan especiales como lo eran con sus dos primeros trabajos.

Gregg Allman, cofundador de los indispensables The Allman brothers, un referente 70´s del rock sureño, a media tarde, pertrechado por su banda confundió lo que es ser una leyenda que sabe mecer la batidora de estilos musicales norteamericanos a través de jams onanísticas con la abulia más irritante. Mucho arreglo, mucho público disfrutando con el libro de historia del rock y no con las orejas y poco verdaderamente a recordar.

Bright eyes no toreaban precisamente en su plaza, pero poco le importó a Conor Oberst que sonó muy grande y expansivo y se comportó como todo un animal escénico. La banda que llevaba sonaba compenetrada y los juegos de teclados amplificaron y dieron cuerpo a un set-list arriesgado que presentaba el incómodo The People´s Key (11).

Así el de New York se empeñó en mostrarnos la grandeza de canciones como “Shell games” o “Haile Selassie” con lo que ya son clásicos como “Four winds”. Cumplieron con creces.

El plato fuerte del sábado lo iba a servir Brian Setzer con su nuevo proyecto Rockabilly Riot. Pese a una primera parte donde todo sonaba demasiado previsible, la salida a escena de ese animal a la batería que es el mítico Stray Cat Jim Slim Phantom, hizo ganar espectáculo y entusiasmo.

Setzer volvió a demostrar que es un extraordinario guitarrista, aún pecando de cierta autocomplacencia, y su concierto acabó por todo lo alto llegando a hacer coincidir dos contrabajistas haciendo equilibrios con su instrumento y dos baterías a la vez en una auténtica exhibición de clase y entretenimiento hasta terminar regalando un bis con su clásico “Rock this town”.

Tras él, otro incontestable como Paul Weller brindó un concierto sólido que gozó de un sonido excelente. El público no fue tan mayoritario como pudiera parecer al coincidir a esa misma hora esa nueva sensación del rock americano que son The Whybirds. Mereció más atención por el entusiasmo y tratado de rock británico que expuso. Mucho prejuicio infundado sobrevolaba el ambiente.

Lástima que el colofón al festival estuviera tan lejos de ser memorable. Tras la caída de cartel del anhelado Danzig, el sucedáneo de Thin Lizzy saltó al escenario sin un ápice del feeling que atesoraba la banda del fallecido Phil Lynnot.

Todos los clichés más rancios del heavy, un sonido cortante y atronadoramente molesto, deslucía cosa mala clásicos atemporales como “Dancing in the moonlight”, “Whiskey in the jar” o “The boys are back in town”.

Y hasta ahí dio de sí un festival que sigue teniendo mucho por delante. El año que viene repetiremos seguro.

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